PERALADA / Un Plewniak desatado tumba a un inconsistente Orliński
Peralada. Iglesia del Carmen. 06-IV-2023. Jakub Józef Orliński, contratenor. Festival de Pascua Castell de Peralada. Il Giardino D’Amore. Stefan Plewniak, violín y dirección. Obras de Vivaldi y Haendel.
El programa Heroe!, dedicado en principio a héroes de la ópera barroca, consistió principalmente en una combinación de fragmentos virtuosos de conciertos para violín de Vivaldi (sinfonía de LÒlimpiade y movimientos de los conciertos para violín RV 273, RV 242, RV 208 y RV 222), junto a algunas arias de Haendel y otra del propio Vivaldi. Contrariamente a lo que pudiéramos pensar de un recital que pudiera estar hecho a la mayor gloria de Orliński, realmente el mayor protagonismo recayó sobre lo instrumental, mientras que en las esporádicas intervenciones del cantante pudimos apreciar que es capaz de un buen efectismo vocal en las arias lentas pero que muestra serias carencias cuando aborda arias de bravura.
El conjunto polaco Il Giardino D’Amore fue el auténtico protagonista del concierto, y muy en particular su primer violín y director, Stefan Plewniak, que es definitivamente un violinista fuera de serie en lo tocante a su destreza, pero que deja que desear en cuanto a la dirección del conjunto y al concepto musical, ya que antepone una extravagancia virtuosística sin límite, llevada también a la vestimenta y a su lenguaje corporal, a una búsqueda de una expresión musical de mayor calado. Nada hay que oponer a una forma enérgica de tocar, de la que soy el primer admirador, y el conjunto tiene un sonido muy brillante, explosivo y lleno de fuerza, lo que en principio podría ser adecuado para un recital de este tipo. Además, tocan sin partitura, excepto el tiorbista, lo que indica el grado de conocimiento de las obras —que por otro lado han repetido durante años.
Entre los problemas a considerar, el primero sería la acústica de la Iglesia del Carmen, que es muy reverberante, así que ante la falta de un criterio o de tan siquiera plantearse cómo abordar el concierto (menor velocidad, colocación, etc.) por respeto al público, el conjunto optó por ignorar las condiciones del recinto con el resultado de que cuando los contrastes eran muy fuertes y agresivos, lo más habitual en su forma de atacar los allegros vivaldianos, el sonido resultó ser una maraña sonora en la que a duras penas intentaba mantener el tipo la violonchelista Katarzyna Cichoń, junto al contrabajo, intentando imprimir aún con mayor fuerza y velocidad para recuperar el flujo sostenido de los graves, y tanto ímpetu acababa por emborronar aún más un sonido infome y casi irreconocible. Además del problema de la comprensión acústica del recinto, la propia forma de interpretar de Plewniak, a menudo con tanto brío y con tan fuerte contraste, provocó que a veces no se pudiera percibir el diálogo con los demás violines y el resto de la orquesta. Lo que parece no importarle, como sucedió en varios movimientos rápidos, como los del Grosso Mogul o los conciertos RV 273 o RV 242, por ejemplo. Por otro lado, toda esa energía sin control apagaba completamente a Orliński en las arias de carácter, y eso es algo que un verdadero director debería saber controlar. También hay que decir que en algunos de los brillantes solos seleccionados en el programa, como en la bella ciaccona del concierto RV 222, la agilidad espectacular de la mano izquierda y con el arco del violinista no deja de impresionar, porque estamos ante un músico con una capacidad técnica enorme y una creatividad imaginativa digna de admirar, pero debería reconducir su afán exhibicionista en pro de una mayor profundización en la música.
Como suele, Orliński intentó desde su aparición cautivar al público con esas conexiones que él demanda y que buscan enganchar al oyente para que se le entregue desde el principio; y lo consigue, también en Peralada. Hay una serie de cuestiones en su imagen trabajada y en los muchos “numeritos” o gags repetidos en sus actuaciones que provocan un cierto hastío. Tumbarse recostado en el suelo, con media orquesta sentada o en cuclillas rodeándole en el número final, con Plewniak tocando en pizzicato la mandolina, son números idénticos, con idéntico programa, a los que ya hizo en España en enero de 2021. Hay algo más de espectáculo y de producto de mercadotecnia que de un concierto donde lo musical prime verdaderamente, y no parece haber voluntad de evolucionar con el aprendizaje inherente. Todos los gestos entre el primer violín y el cantante van en la misma línea y, aunque son muy libres de elegir lo que les plazca, corren el riesgo de convertirse cada vez más en caricaturas de sí mismos.
Orlinski es un cantante resultón y aparente cuando se mueve en arias lentas, con menos instrumentos, porque posee una voz agradable, de bonito timbre y una relativa buena proyección de sus agudos pero, sobre todo, ha alcanzado su fama porque sabe sacar partido de sus limitados recursos, con eso altos y pianos efectistas que realiza, por ejemplo, aunque no posea una adecuada técnica de canto ni un buen control de la respiración. Así cantó arias como Torna sol per un momento (con dificultades en la coloratura) y Stille amare del Tolomeo de Haendel, o Sento in seno de Il Giustino de Vivaldi, pero le falta aún más técnica vocal para abordar las arias de carácter, que fueron abundantes en el programa; y eso se vio desde el principio con arias como A dispetto d’un volto ingrato (Haendel, Tamerlano), construidas para auténticos virtuosos vocales con un rango vocal mayor y muchos más recursos, con las que Orlinski simplemente no puede, y mucho menos extraerles verdadero partido, porque su emisión es regular en la zona de los graves y nada controlada, su línea de canto es imprecisa y con una mala regulación de la respiración, que se produce en saltos, y sin capacidad técnica para las coloraturas. Su forma de cantar con la garganta permanentemente puede además acortar su carrera.
Con la acústica de la iglesia y el estruendo reverberante de la impulsividad de la orquesta, el resultado es aún peor. La misma decepcionante interpretación pudimos escuchar en las arias de bravura de la Partenope (Furibondo spira il vento) y del Riccardo primo (Agitato da fiere tempeste) de Haendel. De propina, el contratenor interpretó las arias Sovente il Sole de la Andromeda Liberata de Vivaldi y Se in Fiorito del Giulio Cesare de Haendel. El concierto terminó con unas malagueñas propuestas por el simpático violinista cubano Reyner Guerrero, que comenzó el canto, y que arrancaron algunas palmas del público. Un público que mayoritariamente, al contrario de quien esto escribe y en honor a la verdad, salió embelesado.
Manuel de Lara
(fotos: Toti Ferrer)