PERALADA / Un ‘Orlando’ para los anales de la ópera

Peralada. Castell. 30-VII-2021. Haendel, Orlando. Festival Castell de Peralada. Xavier Sabata, Sabina Puértolas, Marie Lys, Eve-Maud Hubeaux, José Antonio López. Vespres d’Arnadí. Director musical y clave: Dani Espasa. Director de escena: Rafael R. Villalobos. Escenografía y vestuario: Emanuele Sinisi. Iluminación: Albert Faura. Diseño de sonido: Roc Mateu.
Rafael R. Villalobos (Sevilla, 1987) está considerado por muchos como el enfant terrible de los directores de escena españoles. Su puesta del Orlando haendeliano para el Festival Castell de Peralada confirma que estamos, desde luego, ante alguien dotado de un talento excepcional. Pero estoy convencido de que, si hubiéramos hecho una encuesta entre los asistentes al acabar la función, el 99 por ciento admitiría no haberse enterado de qué iba la cosa. Es el riesgo que se corre cuando se quiere hacer un alarde de erudición, porque no todo el mundo está en condiciones de entenderlo. Villalobos revelaba en la víspera que este trabajo estaba inspirado en la novela Orlando de Virginia Woolf y, en concreto, en el triángulo amoroso establecido entre ella, su amante (la paisajista y escritora Vita Sackville-West) y la también escritora Violet Trefusis (a su vez, amante de Sackville-West). Woolf sería Dorinda, Trefusis sería Angelica y Sackville-West sería Medoro, a su vez convertido en alter ego de Orlando. Pero no queda ahí la cosa, ya que Villalobos enriquece su historia con aportaciones de la novela Las horas de Michel Cunningham, llevada al cine por Stephen Daldry. Con sinceridad, no creo que ni el más aventajado arúspice de la Roma Antigua hubiera sido capaz de desentrañar este planteamiento, ni aun disponiendo de un buen manual de instrucciones al efecto.
Lo mejor que se puede decir esta puesta en escena es que no distrae ni molesta. El único elemento sobre el escenario es una mesa de escritorio con una máquina mecanográfica, una lámpara y unos cuantos libros. Hay dos agujeros en el suelo por los que entran y salen los personajes (el interior de la tapa de uno de ellos simula ser una cama de matrimonio, en la que Zoroastro acompaña a Orlando en su viaje hacia la locura). Un espejo gigante en el techo refleja todo cuando acontece sobre las tablas (es el reflejo de los propios personajes). Acaso en un ataque de infantilismo, los colores de los vestidos de estos son los del parchís: amarillo para Orlando, verde para Medoro, rojo para Angelica y azul para Dorinda. Zoroastro va de negro, pero a Zoroastro se le escucha, no se le ve. El mago solo aparece en escena mediado el tercer acto. El movimiento de todos ellos es constante, pero es Orlando quien se muestra hiperactivo: baila, salta sobre la mesa, da volteretas… En ese rol, Xavier Sabata muestra unas dotes gimnásticas inimaginables; seguramente, el contratenor catalán no habría desentonado en estos Juegos Olímpicos cuasi clandestinos que se están celebrando en Tokio. Cabalísimo el juego de luces.
La ópera tiene lugar al aire libre, por lo que cantantes y orquesta están amplificados. Pero es una amplificación tan natural que apenas se advierte. Eso permite a los primeros cantar sin ser vistos. Para que no falte de nada, una cigüeña, desde la privilegiada atalaya que es su nido, no para de crotorar, quizá protestando porque no puede dormir con tanto ruido. Las estrellas brillan en el firmamento, y los cantantes, convertidos en estrellas de la lírica, lo hace en el escenario, porque este Orlando es, digámoslo sin ambages, excepcional. Sublime. Memorable. Por lo que al protagonista respecta, no creo que haya, hoy por hoy, nadie que pueda hacerlo mejor que Sabata. Su escena de la locura no tiene parangón posible, porque Sabata, además de cantante, es actor, y eso le permite captar mejor que nadie lo que pretendía Haendel que desarrollara el capón Senesino cuando este título se estrenó en Londres en enero de 1733 (fue su primera ópera basada en el Orlando furioso de Ludovico Ariosto; después vendrían Ariodante y Alcina). Es probable Sabata no posea la más bella voz de entre todos los contratenores que en el mundo son, pero sí la que confiere a sus personajes la mayor credibilidad posible. Su Orlando es sencillamente antológico.
Sus cuatro compañeros de reparto no le van a la zaga, empezando por un Zoroastro (José Antonio López) de perfiles tan nobles que lo alejan de lo protervo que se le supone a su personaje. Las dos suizas (la soprano Marie Lys, como Dorinda, y la mezzosoprano Eve-Maud Hubeaux, como Medoro) están estelares, especialmente la primera, convertida ya, sin discusión posible, en una de las más formidables voces jóvenes del actual panorama lírico. Y en cuanto a la Angelica de Sabina Puértolas, he de admitir su eficacia. No es santa de mi devoción esta soprano cuando aborda el barroco, pues la veo casi siempre fuera de estilo, acaso porque su vibrato es como el kétchup: enmascara los sabores de los alimentos, hasta el punto de que da igual lo que te estés comiendo. Pero en esta ocasión ha sabido controlarse, al menos hasta el tercer acto, cuando ese vibrato no pudo seguir mucho más tiempo reprimido.
Siguiendo la inveterada tradición española de no hacer ni una sola ópera barroca en su integridad, Orlando sufrió casi 45 minutos de tijeretazos. Se suprimieron cuatro arias (O care parolette, Tra caligini profonde, Cosi giusta è questa speme y Amor è qual vento), se prescindió de un par de da capi y de alguna sección B, además, obviamente, de un buen número de recitativos. Quien metió la tijera (y apostaría que no por propia voluntad) fue Dani Espasa, que al frente de 22 músicos evidenció, una vez más, por qué Vespres d’Arnadi es hoy una de las mejores orquestas historicistas españolas (si no la mejor). Es imposible sonar mejor, nos pongamos como nos pongamos.
Eduardo Torrico
(Fotos: Toti Ferrer)
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