PARÍS / ‘Zémire et Azor’, de Grétry, revive la historia de la Bella y la Bestia
París. Opéra Comique, Salle Favart. 28-VI-2023. Julie Roset, Philippe Talbot, Marc Mauillon, Sahy Ratia, Margot Genet, Séraphine Cotrez, Michel Fau. Orchestre Les Ambassadeurs – La Grande Écurie. Dirección: Louis Langrée. Puesta en escena: Michel Fau. Grétry: Zémire et Azor.
Descuidado durante mucho tiempo en Francia, André Grétry conoció sin embargo en vida un gran éxito por toda Europa, sobre todo en Francia, donde se instaló en 1768. Nacido el 11 de febrero de 1741 en Lieja (hoy, en Bélgica), amigo de Voltaire, fue autor de más de cuarenta ópera cómicas. Estrenada en la corte que se reunía en el castillo de Fontainebleau el 9 de noviembre de 1771, y a continuación el 16 de diciembre siguiente en la Comédie-italienne, convertida en Opéra Comique, donde se mantendrá en cartel hasta 1802, Zámire et Azor es su trigésima obra escénica. Ópera-ballet en cuatro actos compuesta para los esponsales del rey Louis XVI y María Antonieta, de quien Grétry se convertirá en el compositor favorito, su trama se basa en un libreto del enciclopedista Jean-François Marmontel (1723-1799), cercano a Voltaire y enemigo de Rousseau, inspirado él mismo por el cuento de hadas para niños La Belle et la Bête (1756), de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont (1711-1776), trasladada al Oriente de Las Mil y una noches. El eco de esa obra fue tal que durante un cuarto de siglo fue la quinta ópera cómica más representada en Francia y en Europa, e interesó incuso a Mozart, que adquirió un ejemplar…
La intriga cuenta la historia de un padre comerciante (Sander), de sus tres hijas (Zémire, Lisbé, Fatmé) y de un espantoso príncipe que resultará encantador (Azor). Hay que añadir un esclavo (Alí) y un Hada infame. Con una mezcla de poesía y humor, la obra sigue el recorrido iniciático de Zémire y celebra la pureza de sus sentimientos, un amor filial y el gran amor que transformará a un monstruo en un príncipe encantador. No podemos menos que sentirnos seducidos por la belleza del lenguaje versificado de Manmontel, que podemos apreciar en los diálogos, verdaderos modelos para el teatro lírico.
Todo ello dentro de una escenografía art naïf atravesada por apariciones deslizantes y voladoras, concebida por Hubert Barrère –autor también de los figurines, de igual inspiración– y Citronnelle Dufay, que dan a la producción un aspecto simplista tratado tipo farsa por Michel Fau, el cual, según su costumbre interviene en su espectáculo, esta vez como hada mala bailarina travestida, sobrecargando sin duda el rasgo junto a dos bailarinas emperifolladas con el mismo tutú negro que el director de escena. El resultado no deja por ello de estar lleno de encanto, con el paso del diálogo hablado al canto de modo que el público no se lo espera, ya que las transiciones tienen lugar de manera plenamente natural. Lo cual no sería posible sin una estrecha colaboración dentro del equipo artístico, desde el director de orquesta (Louis Langrée, también director de la Opéra Comique) hasta el director de escena (Michel Fanu), pasando por el director de canto y, por supuesto, los cantantes. Estos últimos forman una compañía homogénea con la encantadora e ingenua Zémire de Julie Roset y el Azor apasionado de Philippe Talbot como escarabajo negro que se metamorfosea al final en Luis Mariano, pues posee el mismo timbre vocal, más robusto. Junto a ellos, cuatro personajes más débiles, el padre Sander de Marc Mauillon, que destaca en su personaje lastimoso; el excelente Sahy Ratia como esclavo Alí acobardado pero dispuesto a todo para complacer a su dueña, de la que está perdidamente enamorado; y las hermanas Lisbé y Fatmé (que lo tienen todo de los personajes de las hermanas de Cenerentola, Tisbe y Clorinda, de la ópera bufa de Rossini, estrenada cuarenta y siete años más tarde), defendidas con humor por Margot Genet y Séraphine Cotrez. Los músicos de la orquesta Les Ambassadeur – La Grande Écurie tocan con entusiasmo y alegría la parte especialmente inspirada que les dedica Grétry, bajo la dirección precisa, vivaz y luminosa de Louis Langrée, que pone de manifiesto la elegancia de la partitura, la aleación sutil entre declamación y canto, texto y música.
Bruno Serrou
(fotos: Stefan Brion)