París se rinde ante Mäkelä
PARÍS / Sala Pierre Boulez de la Philharmonie. 9 de julio de 2020 / Obras de Ravel (Le tombeau de Couperin) y Beethoven (Séptima sinfonía) / Orchestre de Paris. Dirección: Klaus Mäkelä
Había hambre de concierto. Literalmente. Después de varios meses de confinamiento con la consiguiente parálisis de la actividad musical, que muchos hemos pasado atiborrándonos de música enlatada y emisiones en streaming de algún que otro concierto de programa breve o compuesto por obras que requieren una plantilla reducida, adaptado a las medidas de “distanciamiento social” impuestas por la pandemia, lo que se tradujo en orquestas raquíticas, salas vacías y ausencia de aplausos, se echaba de menos entrar en una sala con público y ver a una orquesta sinfónica al completo. Por eso las entradas para el concierto del pasado 9 de julio de la Orquesta de París, en la Gran Sala Pierre Boulez del bello edificio de la Philharmonie de París, en el Parc de la Villette, se agotaron rápidamente. Gracias a una organización tan eficaz como discreta, los 1200 espectadores enmascarados (una medida incómoda pero muy necesaria), la mitad del aforo, pudimos disfrutar al fin de un concierto todo lo normal que las actuales circunstancias permiten. Había información clara y detallada en la entrada (únicamente digital). Se accedía por puntos de control perfectamente indicados, en los que se dirigía a los asistentes directamente a su puerta. El público se iba sentando en cualquier lugar de la fila asignada y colocaba papeles a izquierda y derecha para impedir que las butacas adyacentes se ocuparan.
La emoción por volver a una sala de conciertos después de meses de abstención se desbordó al entrar los músicos en el escenario. La ovación fue interminable, calurosísima. El concertino tuvo que poner a la orquesta en pie. Sólo cuando los aplausos amainaron entró en el escenario el jovencísimo (24 años) director finés Klaus Mäkelä, nombrado tan sólo hace tres semanas próximo director musical de la Orquesta de París, en sustitución de Daniel Harding, cuyo contrato terminó el 31 de agosto del pasado año. El puesto será efectivo el 1 de septiembre de 2022, y tendrá una duración inicial de cinco años. Hasta entonces Mäkelä ejercerá como “asesor musical” de la orquesta.
Impresiona la madurez de Mäkelä, director de ideas claras y maneras suaves, gesto elegante y contenido, pero a un tiempo claro y elocuente, que evita las brusquedades y huye de todo protagonismo en el podio. Para él, la música y los músicos son lo primero. En Le tombeau de Couperin realizó un notable trabajo de construcción sonora, apoyándose sobre todo en las excelentes maderas de la Orquesta de París. Pascal Moraguès (clarinete) y Alexandre Gattet (oboe) tuvieron una destacada actuación. Mäkelä impuso un tempo bastante lento (excepto en el excelente Prélude) para aplicarse a una disección que no alcanzó la alquimia sonora de un Celibidache o del primer Abbado. En el Menuet hubo momentos en que el sonido de los contrabajos pesó demasiado y ocultó la gracia aérea de la escritura raveliana. Un buen comienzo, no obstante, en el que la Orquesta de París, a pesar del paréntesis, se mostró en excelente forma. La obligada distancia entre músicos, uno por atril en las secciones de cuerda, no afectó al conjunto.
En la Séptima de Beethoven, una Séptima sin complejos (63 músicos) ni guiños al historicismo, Mäkelä mostró ideas propias. Primó la transparencia, favorecida por un vibrato muy controlado en la cuerda, la precisión rítmica, el desentrañamiento de la arquitectura de la obra. Todo con un sonido robusto, bien apoyado en la cuerda grave. Aquí se mostró muy acertada la colocación al fondo de los seis contrabajos, a la vienesa, y los chelos en el centro. Faltó quizá incisividad en algunos ataques, acentos más destacados, grandiosidad en determinados pasajes, algo cortos de vuelo. Pero así es Mäkelä, un director muy serio, poco dado a la retórica. En el magnífico Allego con brio tuvo que emplearse a fondo para refrenar a la orquesta.
El éxito fue apoteósico. Volvía a oírse el familiar sonido de una sala aplaudiendo. La química entre la Orquesta de París, una formación difícil (todas lo son a su manera) y su nuevo director es evidente. Esperemos que dure. El comienzo de la nueva etapa es esperanzador. Y anoten el nombre de Klaus Mäkelä, un director que dará que hablar.
Miguel Ángel González Barrio