PARÍS / Marc Minkowski y Laurent Pelly: feliz reencuentro con Offenbach
París. Théâtre des Champs-Elysées. 15-XI-2022. Offenbach : La Périchole. Antoinette Donnefeld, Stanislas de Barbeyrac, Laurent Naouri, Rodolphe Briand, Lionel Lhote, Chloé Briot. Choeur de l’Opéra National de Bordeaux. Les Musiciens du Louvre. Director musical: Marc Minkowski. Director de escena: Laurent Pelly.
La Périchole e una ópera bufa inspirada en un relato de Prosper Mérimée, el autor de Carmen, en la que los mismos Meilhac y Havély se han de inspirar para la obra maestra de Georges Bizet. Se trata de La carroza del Santísimo Sacramento (Le Carrosse du Saint-Sacrement), que Jean Renoir adaptaría al cine en 1953 con el título de Le Carrosse d’or. La Périchole (1868) es una de las óperas bufas más celebradas del “Mozart de los Campos Elíseos”. El libreto tiene un dictador de opereta enamorado de una linda actriz mestiza, y el lugar de la acción es el Perú, así que a los directores de escena se les abren todas las posibilidades, aunque también hay que saber ubicar espacios de poesía, puesto que la obra contiene amplias páginas de conmoción romántica.
El dúo Marc Minkowski-Laurent Pelly conoce a Offenbach como las palmas de sus manos, no en vano así lo han demostrado durante veinticinco años con Orphée aux enfers, La Belle Hélène, La Grande Duchesse de Gerolstein, Les Contes d’Hoffmann… Pelly ha puesto en escena más de una docena de obras de Offenbach, entre ellas La Périchole en la Opera de Marsella, en 2003, mientras que Minkowski llevó a cabo la suya en 2018 en la Opera de Burdeos. En esta ocasión Pelly ha decidido traspasar la acción a tiempos actuales, y convierte a los dos protagonistas centrales en una pareja de cantantes de la calle.
Con un texto reactualizado en los diálogos hablados, sutilmente cincelados por Agathe Mélinand, Offenbach gana en actualidad lo que pierde como parodia de la gran ópera francesa, pero con énfasis en la crítica social y política del libreto original. Pelly consigue para su visión una alegría libertina nunca procaz, en una escenografía en tres cuadros principales sabiamente concebidos por la escenógrafa Chantal Thomas: el bar de las tres primas se transforma en una truculenta y estrecha roulotte; el elegante salón de Virrey, lejano vestigio de la gran ópera francesa, en un grotesco ballet en forma de crítica social subrayada por el contraste de los figurines de Pelly y las luces reverberantes, en un juego de espejos de Michel Le Borgne; en fin, las mazmorras con rejas del Virrey autócrata.
El reparto es de gran homogeneidad, con cantantes-actores a cuál más irresistible. La dicción es impecable, tanto en lo hablado como en el canto, y la solución escénica es irreprochable. Anotinette Donnefeld en una intrépida Périchole de voz voluptuosa y perfecta dicción; Stanislas de Berbeyrac es un Piquillo encantador y un poquito ingenuo, dotado de un canto poderoso y a veces rotundo. Laurent Naoury despliega un Virrey inenarrable con grandes profundos que se complace en su papel de lúbrico recalcitrante, una pizca machista y bastante perverso, y al que la voz de poderoso timbre y línea frágil le hace aún más retorcido.
En el papel de Conde de Panatellas, Rodolphe Briand se muestra como un auténtico actor que canta. Los papeles secundarios participan en el logro del espectáculo. Chloé Briot, Alix Le Saux y Eléonore Pancrazi como chispeantes primas; el dúo de cortesanos serviles de Rodolphe Briand y Lionel Lhote; los cargantes notarios Mitesh Khatri y Jean-Philippe Fourcade; la también chispeante cortesana de Natalie Perez; al tiempo que el excelente Coro de la Opera de Burdeos da réplica perfecta a todos los protagonistas.
Como siempre con Offenbach, Minkowski llega a imponerse mediante el placer de comunicar y por el juego festivo que transmite a los Musiciens du Louvre, que brillan en todos los sentidos en una especie de festival de virtuosismo y de fogosos colores maravillosamente contrastados.
Bruno Serrou