PARÍS / ‘Magnifique’ regreso de la Orquestra de València a la Salle Gaveau
París. Salle Gaveau. 8-IV-2022. Anna Lucia Richter, mezzosoprano. Orquestra de València. Director: Alexander Liebreich. Obras de Silvestrov, Berlioz, Martín y Soler, y Mendelssohn-Bartholdy.
Fue hace 72 años cuando la Orquestra de València actuó y grabó en Londres y París bajo la dirección de José Iturbi, su entonces titular y siempre paisano. Ahora, la formación levantina ha querido rememorar aquellos conciertos únicos con una nueva actuación en la capital francesa, en la vetusta y emblemática Salle Gaveau, precisamente la misma en la que Iturbi y tantísimos otros grandes cosecharon sus primeros éxitos internacionales. Fue el viernes, en un día lluvioso y ventoso, lo que no impidió que las mil localidades de la sala rozaran el lleno, con un público variopinto en el que no faltaron embajadores, melómanos y hasta músicos como el compositor Pascal Dusapin, que se mostró encantado con la magnifique actuación de la orquesta, dirigida por su titular, el bávaro Alexander Liebreich (Ratisbona, 1968).
El programa comenzó con el ya consabido recuerdo y solidaridad con Ucrania y sus habitantes, expresados con palabras ad hoc dirigidas al público por Liebreich antes de acometer los empalagosos compases iniciales de Música silenciosa, fragmento para cuerdas del ucraniano Valentin Silvestrov (1937) metido con calzador al principio de una actuación de alto rango musical en la que tanta simpleza y almíbar no pegaba ni con cola. Por fortuna, la gran música llegó pronto, con Ravel, con su poema coreográfico Mi madre la oca, cuya suite se escuchó en una pulida y vaporosa versión que estableció de inmediato el nivel artístico que marcó la velada. Con gesto elegante, fluido y preciso al mismo tiempo, Liebreich dejó respirar y transpirar una música que, como decía Ravel, es “fantasía y efusión” Dinámicas, transparencias y colores fueron detalles de la descriptiva y narrativa visión.
Pero el primer momento culminante llegó con Les nuits d’été (Las noches de estío), el ciclo de seis canciones para voz y piano que Berlioz compone en 1841 sobre poemas de Théophile Gautier, y que tres lustros después, en 1856, lleva a la paleta orquestal. Como solista, la mezzosoprano alemana Anna Lucia Richter, cuya expresión, vocalidad, temperamento, entrega y manera de decir se revelaron ideales para este ciclo cargado de fascinación, sutilezas e intensidad romántica. La segunda canción, el célebre Espectro de la rosa, alcanzó fragancias recordatorias de las más memorables interpretaciones. La del viernes, lo fue. Y poco importó que la Richter cantara con la vista metida en el facistol de la partitura o que algunos agudos se percibieran ligeramente forzados. Escuchó y disfrutó una inmensa y merecida ovación, que luego, al final, rozó el clamor cuando reapareció en escena para regalar unas sobreactuadas pero fascinantes seguidillas de Carmen.
Tras la pausa, Liebreich y sus atriles valencianos dieron lo mejor en una segunda parte en la que rindieron tributo a lo propio con una vibrante y brillante lectura de la obertura de La caprichoso correcta, del valenciano Martín i Soler, dicha con sonoridades abiertas y extravertidas que parecían rechazar cualquier posible monserga historicista. Fue el preámbulo de la Sinfonía La Reforma que cerró el variopinto programa. Mendelssohn-Bartholdy es apenas un veinteañero cuando en 1830 trabaja en esta sinfonía preñada de madurez y referencias, desde el prodigioso Amén de Dresde que suena en el primer movimiento (el mismo que luego, medio siglo después, citará y recitará Wagner en Parsifal, el místico ‘festival sacro-escénico’ que culmina al final de su vida), al coral luterano Ein’ feste Burg ist unser Gott en el que se sustenta el cuarto y último tiempo.
La Orquestra de València firmó en París la que quizá haya sido su mejor interpretación del creador de El sueño de una noche de verano. Sin duda, el trabajo revitalizador y exigente de Liebreich mucho tiene que ver con esta mejora evidente, particularmente en una sección de cuerdas que en París ha sonado claramente más empastada, compacta y precisa que de costumbre. Liebreich, fervoroso defensor de la música de Mendelssohn-Bartholdy, ahondó en la entraña de la obra maestra, se sumergió en sus viejas y nuevas resonancias, para coronar una versión de honduras exentas de afectación. Fue el mejor colofón de un programa sin complejos ni retóricas, que hubiera admirado al viejo Iturbi tanto como a Dusapin y a todos los que asistieron al éxito sin peros de este retrasado viaje de la Orquestra de València al corazón de sus orígenes.
Justo Romero
(Foto: Live Music Valencia)
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