PARÍS / Los espacios acústicos del Ensemble intercontemporain
París. Cité de la musique. 29-III-2024. Katrien Baerts, soprano. Valeria Kafelnikov, arpa. Jérôme Comte, clarinete. Ensemble intercontemporain. Director: Pierre Bleuse. Obras de Suárez-Cifuentes, Urquiza, Larcher, Saunders, David y Corrado.
Aunque hoy en día los conceptos de centralidad y periferia estén muy condicionados por las enormes posibilidades de comunicación global que se han abierto gracias a Internet, no cabe duda de que viajar desde los confines de Europa —donde uno vive— a las grandes capitales culturales del continente siempre resulta oxigenante y toda una inmersión en los más candentes debates estéticos de nuestro tiempo: ésos que en dichas metrópolis se suelen originar y donde se los trata con una mayor altura de miras.
Ese diálogo entre el centro y la periferia, como reformulación de un espacio físico, acústico y social, estuvo presente en el concierto que el pasado 29 de marzo ofreció el Ensemble intercontemporain (EIC) en la Cité de la musique; un concierto en el que cada una de las seis obras en programa adoptó una disposición espacial diferente, que hizo mover a los músicos por diversos emplazamientos y, en torno a éstos, a un público que se pudo desplazar libremente por un patio de butacas despojado de las mismas.
El primer paso en dicha exploración del espacio fue Five Black Rivers – Amazones (2023-24), estreno mundial fruto de un encargo del EIC al colombiano Marco Suárez-Cifuentes. Partitura para clarinete bajo, violonchelo, contrabajo, dispositivo electroacústico y tres arquitecturas musicales hidrodinámicas, Amazones emplaza en el centro del patio de butacas tres grandes cortinas de lluvia diseñadas por el artista y físico Jean-Marc Chomaz. La interacción entre el tamaño, la forma y la periodicidad de las gotas de lluvia crea toda una estructura de patrones rítmicos que, tratados electrónicamente, hacen que trío instrumental amplificado y cortinas se modifiquen mutuamente, siendo proyectados sus sonidos a la sala a través un dispositivo de altavoces que multiplica la sensación de inmersión acústica y la abigarrada polifonía que construye el trío con una música que, de sonoridad espectral en su inicio, va evolucionando hacia un lenguaje que integra armonía y ruido cual torrente de agua, con la energía, la complejidad y la profusión de colores de todo un Amazonas musical.
La final evanescencia de Amazones parece remedar musicalmente el diseño de luces estroboscópicas proyectadas sobre las gotas de lluvia durante los veinte minutos que dura la obra: corriente de flujos sonoros impredecibles que espejeaba los también aleatorios movimientos del público entre los intérpretes (formando un gran triángulo) y las cortinas (en el interior de dicho triángulo), lo que multiplicó nuestra vivencia de esa descentralización de la direccionalidad musical tradicional en un auditorio. Ello cambia por completo la experiencia acústica y sensorial de cada espectador en función de sus movimientos: todo un proceso perceptivo individualizado que se refuerza según la cercanía al instrumento acústico (con sus respectivos transductores) o su escucha desde los altavoces. Desde luego, la intensísima y plasmática interpretación del EIC ha hecho de este estreno un caudal de excelencia.
También en estreno se presentó Actes manqués (2023-24), obra para arpa eléctrica y cromática de Mikel Urquiza nacida como encargo de un Ensemble intercontemporain con el que el compositor bilbaíno mantiene una sólida relación, así como el favor de su público, vista la ovación con la que su pieza fue recibida. Ésta se debe a la forma tan interesante y variada en la que Actes manqués reinventa los clichés del lenguaje del arpa, tomados en el comienzo de cada una de las tres secciones de la obra para, desde ellos, iniciar un fascinante viaje de reinvención del instrumento que, al mismo tiempo, es una nueva reformulación de la geografía musical, pues si en la primera parte escuchamos un arpa que, desde ecos impresionistas, se acaba convirtiendo en un Jimi Hendrix de acoples, distorsiones y ecos dignos del guitarrista estadounidense (por el manejo de los pedales y el agresivo ataque), la segunda sección parece evocar al koto japonés, con sus glissandi y arpegios activados con cilindros metálicos: paisaje acústico que se refuerza con fricciones en sedales atados a las cuerdas, arpegios en las clavijas y armónicos provocados al rozar unas cuerdas hipersensibles por su amplificación.
La travesía repleta de evocaciones que Actes manqués nos proponía se cerró con otro viaje; éste, en el tiempo, pues su tema inicial evocó el lirismo melódico del arpa antigua para lanzarse a un deslumbrante juego de variaciones, formas y estilos que nos recuerda al Stravinsky de Agon (1953-57), por su capacidad para implosionar toda una historia de la música en apenas unos minutos, mostrando tanto Urquiza como la arpista ucraniana Valeria Kafelnikov un virtuosismo y una técnica impresionantes, redondeando un estreno que aunó plena actualidad estética y una fascinante heterogeneidad formal.
Los ecos más explícitos de la tradición en el programa del pasado 29 de marzo vinieron de la mano del austriaco Thomas Larcher, cuya partitura para soprano y ensemble The Living Mountain (2019-20) muestra una concienzuda actualización del lirismo expresionista de Alban Berg, del que Larcher es heredero. Otra influencia en Thomas Larcher es la de los Alpes que rodean a su Innsbruck natal, en The Living Mountain sumada a la escritura memorialista de la escocesa Nan Shepherd, de cuyo libro homónimo toma Larcher el título para su partitura. Introspección y diálogo con los múltiples y delicados detalles que pueblan la naturaleza son las bases para la creación de un ciclo que en sus seis movimientos se inspira, igualmente, en las fotografías del Tirol tomadas por la neerlandesa Awoiska van der Molen, por lo que subjetividad y objetividad se alían en una partitura que tanto despliega elementos programáticos (en los acusados contrastes de planos y relieves armónico-orográficos, a través de arpegios y glissandi) como se adentra, por medio del recitado de los textos de Shepherd, en la vivencia íntima de la montaña como proceso de emancipación personal.
La versión ofrecida por la soprano Katrien Baerts y el EIC, a las órdenes de Pierre Bleuse, conjugó momentos de fuerza ciclópea, evocando a los Alpes, con una miríada de timbres, texturas y ruidos que, en todo caso, Bleuse carga de expresividad y refinamiento, como la propia Katrien Baerts, voz de evocadora poética. En mi primer encuentro con el nuevo titular del intercontemporain sobre el podio, mis impresiones de Pierre Bleuse no podrían ser mejores, ya no sólo por su precisión a nivel técnico, sino por el refinamiento de su dirección a la hora de conferir plasticidad al EIC y una constante búsqueda de belleza musical.
En el caso de a visible trace (2006), partitura para once solistas de la londinense Rebecca Saunders, la literatura no está presente de forma cantada, pero sí se infiltra en el espíritu de la obra por medio de citas de Italo Calvino y Samuel Beckett. La presencia de Beckett resulta de lo más pertinente, pues Le Monde et le pantalon —ensayo al que Saunders nos remite— fue escrito en París tras visitar Beckett, en 1945, sendas exposiciones de Bram y Geer van Velde, focalizándose el escritor irlandés en la especificidad del objeto en sí, en su pureza en el vacío.
En cierto sentido, estamos en los antípodas de The Living Mountain, pues aquí el objeto acústico se aísla del entorno, abismándose Saunders a la más idiosincrásica ontología del ensemble como ente sonoro. De ahí proviene su refinadísimo y obsesivo estudio del timbre, así como algo de la beckettiana inmovilidad que a visible trace nos ofrece, al irnos desvelando, como un cuerpo pictórico dotado de tridimensionalidad, los perfiles acústicos de cada instrumento como parte integrante de un todo (cual los diferentes colores se con-funden sobre el lienzo). El uso de sordinas en los metales y las continuas fricciones refuerzan la materialidad del objeto instrumental como trazo y halo musical: iridiscencia de reflejos que se van transformando a lo largo de los 18 minutos que dura la obra, bordada por cada solista del EIC en el escenario emplazado sobre el parterre de la tan modulable Salle des concerts de la Cité de la musique.
Evanescente también lo es Pièce pour piano et 60 doigts (2021), partitura de Bastien David para tres pianistas y tres percusionistas que activan un solo piano con diversos objetos, creando un ambiente suspendido que evoca desde un órgano a un piano preparado post-cageano, pasando por una suerte de caja de música sumida en delirios y ensueños. Pièce pour piano et 60 doigts nos recuerda a una partitura para piano a diez manos del valenciano Manuel Rodríguez Valenzuela, 24 (2013), pieza que igualmente tenía mucho de coreográfico, como a la danza y al frenesí rítmico nos lanza la pieza de Bastien David, dentro de que en ella no deje de estar presente una suerte de ritmo constante a modo de ostinato, así como la presencia de unas resonancias que, ya sea en el teclado o en las acciones ruidistas en la caja, ejercen de ‘bajo continuo’ para la más frenética proliferación de otras técnicas extendidas como se van sucediendo en una partitura —como suele suceder con este tipo de propuestas que intervienen el instrumento con objetos— muy interesante en vivo. Dicho interés se acrecentó debido a una versión riquísima en matices y texturas, uniendo lo más frío y mecánico en el roce con sedales del cordal a diferentes velocidades, a la más sensual armonía en el teclado. Con el público rodeando a los seis intérpretes del EIC, la sensación de comunidad se acrecienta, dejando una imagen tanto visual como artística y musical muy bella.
Cerró tan heterogéneo e intenso programa Pasquale Corrado, compositor italiano muy vinculado a un EIC con el que nos presentó Tutto in punto (2023), partitura para clarinete solista y ensemble que suponía el tercer encargo y estreno de la noche. Dividida en cinco escenas, cada una de ellas está inspirada en un cuento procedente de Le cosmicomiche (1965), libro de un Italo Calvino que contagia el humor y el gusto por la paradoja de Tutto in punto, obra que se convierte en la más extensa exploración del espacio vivida en la Cité de la musique el pasado 29 de marzo, desarrollándose cada una de estas escenas en una ubicación diferente y con diversos orgánicos instrumentales, si bien en todas ellas el clarinete solista estará presente, articulando discurso y estructura.
La primera escena, La distance de la lune, tiene lugar sobre el escenario principal, con el clarinete cual cosmonauta surcando las rugosas densidades texturales de un ensemble convertido en superficie lunar sobre la que diversos timbres intentan establecer nexos y puentes con el solista. La segunda escena, Un signe dans l’espace, se desarrolla en medio del patio de butacas y adopta la forma de trío para clarinete solista, clarinete bajo y un piano cuyo cordal transforma las resonancias de los vientos. Los misterios del cosmos se convierten, aquí, en una música nocturnal en la que brillan las estrellas, con gran capacidad lírica y evocadora. La tercera escena, Combien misons-nous?, se emplaza en el otro extremo del patio de butacas, aunque desde el escenario lleguen ecos, como reflejos cósmicos, por medio de dispositivos de Bluetooth, lo que confiere actualidad tecnológica a la propuesta de Corrado. Cual contemplado dicho mapa astral, clarinete y ensemble hilvanan en un denso e imprevisible tejido lanzado desde unas cuerdas que se acaba convirtiendo, según el compositor, en una «ebullición continua».
La cuarta escena, Les Annés-Lumière, está protagonizada por el solista, deambulando Jérôme Comte de un escenario a otro flotando en una línea musical elástica y fluida, de amplia tensión armónica. Rescata aquí Corrado la imagen de una sonda espacial que explora las distancias siderales y nuestra percepción del tiempo: di-vagar musical que termina con clarinete y ensemble de nuevo sobre el escenario, donde cierran Tutto in punto con su quinta escena, Un point, c’est tout, movimiento que reincide en la creación de paisajes musicales heterogéneos a partir de motivos que lanza al ensemble un clarinete convertido en catalizador de las energías acústicas desde las cuales el EIC perfila sus muchos matices entre la expansión y la compresión, en una suspensión cuyas densidades y rarificación textural tan nebulosa nos recordará a los campos cromáticos que hemos podido contemplar (fascinados) en la soberbia exposición que a Mark Rothko ha dedicado la Fondation Louis Vuitton en París.
Como contó en Scherzo nuestro compañero Bruno Serrou, el Ensemble intercontemporain celebró, el pasado mes de febrero, los 80 años que en 2024 cumplió Péter Eötvös. Éste del que hoy les damos cuenta era el primer concierto del conjunto parisino tras el fallecimiento de quien fue su director entre 1979 y 1991, un Eötvös a quien Pierre Bleuse recordó en el descanso, con unas sentidas palabras que fueron el preludio para la tan emotiva interpretación de Erdenklavier – Himmelklavier (2003, rev. 2006) por parte de Dimitri Vassilakis, partitura para piano compuesta en memoria de Luciano Berio como recuerdo de las colaboraciones de Péter Eötvös con el compositor italiano, cuando Eötvös era titular del EIC, un conjunto en el que dejó una huella imborrable. Es, la de Eötvös, una impronta que se extiende a sus muchas iniciativas musicales, como la que representa su fundación, de cuyo apoyo se ha beneficiado el propio Mikel Urquiza, a quien la Peter Eötvös Foundation ha encargado diversas partituras, como Ars memoriae (2019), estrenada en Budapest.
Precisamente en la capital húngara se nos fue, el pasado 24 de marzo, Péter Eötvös, pero en cada encuentro con el Ensemble intercontemporain seguiremos escuchando su presencia y legado, como para el recuerdo quedará esa Salle des concerts de la Cité de la musique recogida en la penumbra y presidida por una fotografía del compositor y director húngaro, mientras escuchábamos su partitura: una música que, sumada a los restantes compositores en programa, alcanzaba las siete nacionalidades: voluntad de descentralización geográfica y cultural que tantas veces Péter Eötvös promovió en los atriles del Ensemble intercontemporain, ensanchando los horizontes de sus espacios acústicos.
Paco Yáñez
(Fotos: Quentin Chevrier – Ensemble intercontemporain)