Para Raffaella hay calle; para Farinelli, no
Hace algo más de cinco años (marzo de 2017), coincidiendo con la reedición del libro Yo, Farinelli, el capón de Jesús Ruiz Mantilla, se inició una campaña popular (creo que el término ‘popular’ encaja bien aquí) para que el Ayuntamiento de Madrid dedicara una calle al que probablemente ha sido el cantante más célebre de la historia, tan íntimamente vinculado a la ciudad de Madrid. Se intentó aprovechar para ello que la entonces alcaldesa, Manuela Carmena, andaba enfrascada en un furor de cambios en el callejero de la capital, por aquello de la ‘memoria histórica’. Y, también, porque se pensaba que la señora Carmena, de orientación izquierdista, sería más receptiva a una tan razonable petición de índole cultural que un hipotético alcalde de derechas como el que hay ahora.
Se presentó el libro en la extinta Quinta de Mahler, junto al Teatro Real; se firmó un manifiesto que fue enviado al ayuntamiento y se abrió una campaña en Change.org para la recogida de firmas que respaldasen la solicitud popular de dedicar una calle al castrato. Pero Carmena no se dio por enterada. En realidad, creo que se enteró más bien poco de aquellos cambios en los nombres de las calles de Madrid, porque, por ejemplo, retiró el del General Moscardó por su condición de militar sublevado y, en su lugar, puso el del cineasta Edgar Neville, declarado falangista que también participó en la Guerra Civil con el bando entonces llamado nacional.
Pienso que no es necesario a estas alturas recordar aquí la relevancia que ha tenido Farinelli en la historia de la música. Pero quizá sí convenga explicar la importancia que este hombre tuvo en la vida social de Madrid. En el ámbito de la cultura, como director de los dos teatros de la corte: el del Buen Retiro y el del Real Sitio de Aranjuez. En el ámbito de la política, durante el reinado de Fernando VI, como dignatario encargado de recibir formalmente a los nuevos embajadores que llegaban a Madrid y de organizar el protocolo de buena parte de los actos oficiales que tenían lugar en la corte. Farinelli no solo se dedicó a intentar sanar con su canto la maltrecha salud mental de Felipe V, sino que probablemente fue el consejero más leal y cercano que tuvieron Fernando VI y Bárbara de Braganza durante sus trece años de reinado.
Tampoco es que, no nos engañemos, abunden los nombres de músicos del siglo XVIII (ni de otros siglos) en el callejero de Madrid. Domenico Scarlatti, estrecho colaborador de Farinelli cuando ambos coincidieron en la corte, tiene dedicada una calle, en la que se ubica el Tribunal Constitucional. Y en honor de Luigi Boccherini pusieron en su día un triste busto en uno de los jardincillos de la Cuesta de la Vega. No es más que un dato orientativo del escasísimo aprecio que los sucesivos alcaldes de Madrid han sentido por la cultura, en general, y por la música llamada clásica, en particular (incluido aquel que se jactaba de ser descendiente de Isaac Albéniz y que se autoproclamaba melómano).
Digo yo que algunos de aquellos músicos ‘clásicos’ del pasado sí que habría merecido una calle en la capital; bastante más, sin ir más lejos, que muchos de los que figuran en esa interminable relación de militares y políticos liberales del periodo isabelino que regaron con sangre toda España en tres cruentas guerras civiles (me refiero a las del siglo XIX) y cuyo único mérito en el campo de batalla fue haber sido derrotados una y otra vez por adalides carlistas (como sucedió con Oráa y con Pardiñas cada vez que se enfrentaron a Cabrera, el conocido como “Tigre del Maestrazgo”). Por cierto, Cabrera sí que tiene calle Madrid (es de los pocos generales a los que ‘respetó’ Carmena), pero imagino que no se la concedieron por sus notables hazañas militares (entre las que se incluye la heroica defensa de la amurallada Morella), sino por haber abjurado en el final de sus días del levantisco carlismo y por haber recibido amigablemente en su casa de Wentworth, cuando ya era rey de España, a Alfonso XII, el mismísimo vástago de su otrora enemiga Isabel II.
Y llegados aquí, se preguntarán ustedes que a santo de qué me ha dado ahora por revindicar que Farinelli tenga una calle en Madrid… Pues porque hace solo unos días el ayuntamiento ha inaugurado pomposamente una plaza (hasta ahora llamada Del Olivo), en pleno centro de la ciudad, dedicada a Raffaella Carrà, italiana como Farinelli, y también, según parece, cantante como lo fue el capón (aunque supongo que no tan dotada vocalmente como él). Tampoco se tienen noticias de que Raffaella Carrà hiciera algo destacado por la ciudad de Madrid, salvo participar activamente en la campaña electoral de Jesús Gil cuando este alcanzó la presidencia del Atlético de Madrid en 1987.
En los fastos inaugurales no faltó nadie, ni siquiera el embajador de Italia, que, de seguir vivo Farinelli, seguramente habría sido recibido por este en el Palacio de Santa Cruz cuando vino a entregar sus cartas credenciales. En fin, no le demos más vueltas al asunto: este el país en el que nos ha tocado vivir. Y aspirar a que alguna vez cambie a mejor no es más que una pretensión quijotesca.
Eduardo Torrico