PAMPLONA / OSN y Pablo Ferrández: líricas diferencias
Pamplona. Auditorio Baluarte. 12-II-2023. Pablo Ferrández, violonchelo. Orquesta Sinfónica de Navarra. Directora: JoAnn Falletta. Obras de Gubaidulina, Chaikovski y Farrenc.
A falta de un concierto de Chaikovski para violonchelo y orquesta, las Variaciones sobre un tema rococó suponen la contribución más importante del compositor ruso al violonchelo solista. Compuestas entre 1876 y 1877, fueron dedicadas al violonchelista Wilhelm Fitzenhagen, que contribuyó activamente en la creación de una obra virtuosa de escritura netamente violonchelística. El año de las Variaciones fue el que vio nacer a Pau Casals (1876-1973), uno de los grandes en la transición del siglo XIX al XX, y del que en este 2023 se cumplen cincuenta años de su muerte. A dos años de cumplir el primer cuarto de siglo y en cuanto al violonchelo se refiere, este pertenece, entre otros, a otro Pablo, el mismo que ganó la Beca Pau Casals en 2012.
Una década después del galardón, el madrileño Pablo Ferrández (1991) volvió a Pamplona con el “Archinto”, uno de los dos Stradivarius que tiene el privilegio de tocar. En unas Variaciones muy personales, Ferrández se mostró lírico tanto en el Thema como en los Andanti, siempre con un bello vibrato, dibujando una larga línea expresiva controlada a la perfección por su arco. En las variaciones rápidas, por contraste, fue ágil y cristalino; lo hizo fácil porque el escenario es suyo. La Orquesta Sinfónica de Navarra (OSN), rejuvenecida y bajo la dirección de la neoyorkina JoAnn Falletta (1954), recogió el guante, acompañando el canto del solista de manera dinámica allí donde las variaciones y Ferrández la llevaban: toda una lección de acompañamiento. El frenético final, apoteósico, ovación unánime de la sala. Tanto fue así que tocó dos propinas: la Sarabande de la Tercera Suite de Bach y el Prélude de la Primera.
Dos años antes del estreno de las Variaciones rococó, moría la parisina Louise Farrenc (1804-1875), compositora, virtuosa y profesora de piano del Conservatorio de París entre 1842 y 1872. Su Sinfonía tercera (y última) fue estrenada el 22 de abril de 1849 por la orquesta de la Société des Concerts du Conservatoire. En Histoire de la Société des Concerts du Conservatoire Imperial de Musique, dice Antoine Elwart (1860) sobre la Tercera de Madame Farrenc: “Escrita con gran pureza de estilo, esta sinfonía, (…) ha sido muy apreciada por los artistas y por esa parte del público que juzga una obra nueva por su mérito intrínseco, y no por el nombre más o menos célebre del autor que la firma”. Tras un Adagio en diálogo entre maderas y cuerda (no hay metales en la orquestación), el Allegro es beethoveniano. Los unísonos, recurrentes en la obra, fueron enérgicos con una OSN atenta a la clara gestualidad de JoAnn Falletta. El Adagio Cantabile es haydiniano, espiritual y con cierto tono de himno, con largos arcos en una cuerda liderada por el concertino en diálogo con los grandes solos que hizo la clarinete solista. El Scherzo supone la vuelta al romanticismo. La OSN se mostró clara en la articulación, y el flauta solista estuvo brillante toda la velada. El Finale, con evocaciones al resto de movimientos, es el retorno a los colores del inicio, dinámicas contrastantes, cambios de mayor a menor y viceversa. El final se precipita sin recrearse.
Cuatro años después del estreno de la Tercera de Farrenc, el Imperio ruso que vio nacer a Chaikovski bajo el mandato del zar Nicolás I se veía envuelto en la Guerra de Crimea (nada nuevo bajo el sol). Las Rococó se estrenaron el 30 de noviembre de 1877 en Moscú bajo la dirección de Nikolai Rubinstein (hermano pequeño de Anton). En la ciudad ucraniana de Odesa, Chaikovski dirigió sus Variaciones por primera vez un 16 de enero de 1893, el mismo año de su fallecimiento. Casi cuarenta años después, la tártara Sofia Gubaidulina nacía en la URSS de Stalin. A los 40 años, Gubaidulina compuso su particular cuento de hadas, Märchenpoem (1971) sobre la historia checa de una tiza que sueña con dibujar arte pero que se ve abocada a ser usada para ejercicios escolares. Es una obra con un gran sentido narrativo, llena de texturas, colores dramáticos, donde destacó la conexión entre la sección de madera y los precisos unísonos de la cuerda. La parte central fue sobrecogedora, en una tensa calma bien sujeta por la directora donde se intercalaban intervenciones individuales que comenzaba un instrumento y acababa otro, en un ejercicio de empaste y fusión. Finaliza la obra desapareciendo el sonido por desgaste, al igual que la tiza que cumple su sueño, smorzando; un trágico final feliz.
Igor Saenz Abarzuza
(Foto: Iñaki Zaldua / Orquesta Sinfónica de Navarra)