PAMPLONA / OSN, Gil Shaham y Adele Anthony: el Hijo Predilecto vuelve a casa
Pamplona. Auditorio Baluarte. 19-IV-2024. Temporada Principal de Fundación Baluarte. Orquesta Sinfónica de Navarra. Gil Shaham y Adele Anthony, violines. Director: Oliver Díaz. Homenaje a Pablo Sarasate. Obras de Guridi, Sarasate, Fauré, Falla y Glinka.
Cuando en 1845 Glinka visitó España, pasó por la Pamplona en la que Martín Melitón Sarasate apenas tenía un año de edad. De este año es su Jota Aragonesa, una muestra de la sensibilidad que los foráneos tuvieron por el cancionero popular español, atraídos por su exotismo. En este caso, no hay transformación de la Jota, lo que hay es una orquestación occidental y efectista donde la concertino, Elena Rey, así como la sección de percusión de la OSN tuvieron presencia e importancia. Poco vivió Sarasate en Pamplona y poco también en España. Para los 7 se fue a Francia, prácticamente adoptado por la familia Lassabathie. En los círculos intelectuales franceses, era uno más. En Pamplona lo fue también, no así en España. Supo tender el puente entre las melodías populares y la música académica, todo un acierto artístico y empresarial. La Fantasía de Carmen Op.25, compuesta por Sarasate casi cuatro décadas después que la Jota de Glinka, a partir del material de la popular obra de su amigo Bizet, suena fácil en manos de Gil Shaham, amable en escena y siempre con una sonrisa. Las variaciones de la Habanera dividen la melodía en octavas, pizzicatos, dobles cuerdas, toda la técnica al servicio del lucimiento personal. La obra requiere, además de virtuosismo, musicalidad por parte del del violín solista, como ocurrió en el Lento Assai que recoge el Tralalala. Fue una muestra de registros de una estrella del violín, que, sin el apoyo del texto, transmitió el carácter que Halévy y Meilhac dibujaron en el libreto de la Carmen de Bizet: ¡Puedo con todo: fuego, hierro y hasta con el mismo cielo!
Por su parte, Adele Anthony, en la Introducción y Tarantela, fue lírica en la primera parte de la obra, en contraste a la danza que le sigue y que conserva un carácter tradicional pervertido por una escritura sin límites. La solista consiguió que el aumento progresivo de la velocidad no la atropellara, tirando de una OSN siempre atenta y que demuestra que sabe acompañar “sarasates”. El Canto del ruiseñor es una obra poco programada y aparentemente descriptiva por el título, pero Sarasate la publicó como danza española. En ella, Anthony se reivindica y muestra templanza sacando con claridad todos los armónicos artificiales y las melodías adornadas por los trinos.
Para la Romanza andaluza, Sarasate se proveyó de material tradicional que Isidoro Hernández recopiló en Andalucía. En este caso, la melodía está menos alterada, si bien la excelencia solo es posible a través de la técnica violinística más exquisita, y, a partir de ahí, cantar. Gil Shaham fue el absoluto protagonista, solo hay un foco y nada más, el que en su día tuviera el propio Pablo Sarasate.
Diez años después de la Romanza, en París se estrenó la Pavana de Gabriel Fauré, que se presentó en esta ocasión, como es habitual, solo con orquesta (una vez más, sin letra). En esta obra que el empresario ruso Serguéi Diaghilev incorporó a su ballet desde 1917, la cuerda actuó de perpetuum mobile liderada por los graves. En 1919, Diaghilev produjo El sombrero de tres picos, y dos años después, se publicaron las dos suites que el mismo Falla hizo sobre su ballet. Las Diez melodías vascas de Guridi, se estrenaron 20 años después que las Suites. En ambas no hay hilo conductor dramático, sin texto en Guridi, sin danza en Falla. Ambos, compositores de la Generación de los Maestros. La estética de los dos contrasta con la de Sarasate, así como la manera de orquestar, porque otros son también sus objetivos. El compositor vasco siempre respeta la melodía tradicional, lo que deja entrever el cuidado y la admiración con el que quiso vestir estos cantos que seleccionó por su belleza y que, sin transformación, se presentan cada vez de diferente manera. En Danza, con ritmo de zortziko, los profesores de la OSN mostraron la naturalidad con la que asumen un amalgama rítmico tan propio. El estilo concertante en De Ronda contrastó con Religiosa, donde los metales con sordina evocaron a la perfección el sonido del órgano. La mayor masa orquestal se dejó percibir en Narrativa, la última de las melodías, en oposición a Elegiaca, su predecesora, que fue pura música de cámara. Díaz, aportó desde la dirección el sentido de unidad que buscaba Guridi, en una muestra de la habilidad del compositor para de diez melodías tradicionales crear una sola obra. La solista de viola, Carolina Úriz, estuvo brillante.
En El sombrero de tres picos, Falla propone, desde su particular prisma impresionista, una evocación a su tierra en una música que penetra como un paisaje sonoro único y particular. La búsqueda de los extremos en la dinámica y la agógica por parte del director, permitió sacar a la luz los colores que la homogeneización deja ocultos. La complicidad de Díaz con la OSN, se transformó en generosidad y compromiso por delegación de responsabilidades. Destacó el papel del fagot en una obra que fue puro ritmo y en la que pasan tantas cosas. Con todo, Guridi y Falla, que inician la primera y segunda parte del concierto respectivamente, por su entidad y calidad, supusieron más que una introducción a los solistas. Sin artificios ni desarrollo pero con variedad de texturas, timbres y matices, fueron el contrapunto a las obras virtuosas.
En total, más de dos horas de concierto. En el bis, el tándem profesional y sentimental formado por Adele Anthony y Gil Shaham, no perdió la ocasión de tocar Navarra Op.33, que requiere la presencia en escena de dos virtuosos que toquen como uno. Sus stradivari fueron indistinguibles, en una obra llena de temas que evocan los sonidos que se podrán escuchar en las fiestas que en menos de tres meses transformarán la ciudad, y que tan bien conoce el público de Baluarte.
Igor Saenz Abarzuza
(fotos: Miguel Osés)