PAMPLONA / OSN, Alban Gerhardt y Pablo González: “Antonín meets Mitya”
Pamplona. Auditorio Baluarte. 14-XII-2023. Alban Gerhardt, violonchelo. Orquesta Sinfónica de Navarra. Director: Pablo González. Obras de Shostakovich y Dvorak.
La victoria del Ejército Rojo junto con los aliados y el final de la Segunda Guerra Mundial fueron motivo de felicidad para Dmitri Shostakovich, pero temía (con razón) al tovarich Stalin. Si bien el número nueve auguraba algo semejante a la grandeza de la equivalente de Beethoven y la orquesta megalómana de la Novena de Mahler, la gran sinfonía soviética que todos esperaban, tras la Leningrado y la Stalingrado, fue una arriesgada genialidad. “¿Qué es esto?”. Más que una impertinencia, con la perspectiva del tiempo, se puede calificar a la Novena de Shostakovich de sinfonía valiente, firmada por quien estaba en la cima de la música soviética. Una obra que no llega a la media hora y donde el humor se muestra como lo que es, poderoso, sin límites.
En el primer movimiento, el director Pablo González, sostuvo deliberadamente el tema de la flauta y el flautín. La cuerda, ante una difícil partitura, se mostró más que solvente, muy en el talón, enlazando arcos-abajo y recuperando arco como es característico en Shostakovich. En esta ocasión, la OSN se ajustaba a las exigencias del compositor en cuanto a plantilla se refiere. El sarcasmo se trasformó en profundidad en un segundo movimiento que perteneció a los clarinetes, compartiendo protagonismo con la flauta solista. El resto de la orquesta, entendió el ambiente creado y supo acompañar, para cantar solo cuando le tocaba. El final del Moderato sobrecogió por la calma. La sincronía marcó el tercer movimiento, rápido, enérgico, pero no loco. Precisión en la cuerda, rítmicamente ajustada. Su intimidante final, que enlaza con el cuarto movimiento, dio paso al estremecimiento en el recitativo del fagot solista que detuvo el tiempo, hasta que fue amenazado nuevamente por los metales, dos afectos que González claramente quiso diferenciar. Hay dolor en la partitura. El fagot (junto con el clarinete y la flauta, brillantes y a la altura en toda la sinfonía), mudó para llevar a la orquesta al quinto movimiento, con una lección magistral de fusión de timbres de madera por parte de la OSN, siempre equilibrada entre secciones. Shostakovich cierra la obra con una vuelta al espíritu inicial pero ya transformada por los acontecimientos. Disfrazada de ligera, la obra es transcendente. Pablo González, lo consiguió. La sinfonía es breve, pero eterna.
En la segunda parte, a otra cosa, concretamente a uno de los higlights del repertorio de violonchelo. En el Concierto op. 104 de Dvorak, la gran orquestación obliga al solista a más. La discografía de Alban Gerhardt, con énfasis en el romanticismo, muestra su idoneidad afrontar el reto de salir a tocar y conquistar a la sala tras la Novena de Shostakovich. El inicio es apoteósico en la partitura, y así lo interpretó Gerhardt, curiosamente, atacando el tema arco-arriba. Un nivel deslumbrante el que mostró el solista, tanto técnica como expresivamente, en plena forma y madurez musical a sus 54 años. Incluso cuando el violonchelo acompañaba a la orquesta, los ojos y oídos estaban con él. Lirismo y virtuosismo, y todavía quedaban dos movimientos más. Pablo González fue el garante de que la OSN no ahogara al violonchelo, que proyectó en todos los registros, timbres y cuerdas. El segundo movimiento fue íntimo, uno clarinetes que volvieron a destacar, y un cambio de color que el violonchelista berlinés quiso hacer evidente para este Adagio. En las cadencias del movimiento mostró su temple al usar el tiempo y el espacio a su antojo. En el Finale, Alban Gerhardt no falló. Ante un arranque a velocidad de vértigo, mandó sobre toda la orquesta con autoridad, pero supo jugar como socio igualitario. Fue generoso con la concertino al compartir protagonismo y responsabilidad en la cita que Antonín Dvorak introduce de su Lieder Op.82, Lasst mich allein, en memoria de su cuñada y antiguo amor (una elegía dentro del concierto y el momento de más recogimiento). Gerhardt, comprometido, lo dio todo. Por si quedaba algún indiferente en la sala, en el primer bis se ganó a todos tocando, junto a la sección de violonchelos y contrabajos, un arreglo de Humoresque. Y, ante los aplausos, volvió a salir para tocar el Preludio de la Sexta Suite de Bach, pocos se atreven. Se agradece sentir que el solista, comprometido, no quería estar en otro lugar.
Igor Saenz Abarzuza
(foto: Iñaki Zaldúa)