Pactar con la realidad
En el mundo del disco clásico, al contrario que en el de Lampedusa, parece que todo está cambiando… para que, en efecto, todo cambie. Las previsiones acerca del final del formato físico se quedan en nada comparadas con la potencia imparable de las grandes multinacionales primero y de las no menos grandes plataformas después. A mediados de marzo de este año nos sorprendía la compra de Hyperion por parte de Universal Music y a primeros del pasado mes de septiembre la de BIS por Apple Music.
La primera reacción de la gente del oficio, de los que llevamos toda la vida en esto, fue la misma que la de los aficionados que, con razón, tenían en un altar tanto a la firma británica como a la sueca: se nos muere para siempre la creatividad unida al riesgo. Y es que Ted Perry y Robert von Bahr [en la foto superior], los respectivos creadores de cada uno de los dos sellos, pusieron el alma en su proyecto y demostraron cómo una pequeña casa de discos puede hacer cultura a lo grande, emprendiendo integrales de las canciones de Schubert o de la obra completa de Sibelius, pero también crear tensión en el presente y expectativas de futuro con la música contemporánea, comprometerse con la de sus respectivos países, apostar por intérpretes jóvenes un día y que hoy son parte de lo más relevante de las programaciones de medio mundo, entregarse, en suma, a una vocación en la que invirtieron todo su talento y todo su dinero y gracias a la que fueron felices en la medida de lo posible.
Perry y Von Bahr son historia de la fonografía. Su acompañamiento a los intérpretes, sus apuestas personales, su exigencia en la calidad del producto sólo tienen parangón con algunos viejos e históricos compañeros de aventura como Harmonia Mundi —con un 49% en manos de Universal—, ECM —cuya distribución en plataformas es propiedad de la misma Universal desde 2017 a través de DG— Chandos y algún otro. Y los dos han sabido acompañar sus ideas editoriales con una solvencia técnica excepcional, a menudo superior a producciones de las multinacionales que hoy mandan en el mercado.
Tienen, creemos, dos lecturas diferentes cada uno de los casos que traemos a colación. Hyperion ha sido comprada por una multinacional de la música que, por otra parte, ha hecho lo propio, por cuatrocientos millones de dólares, con los derechos de autor de Bob Dylan —recordemos que Neil Young vendió la mitad de los suyos a un fondo de inversiones, rizando el rizo de la pesadilla comercial—, quien, a su vez, vendería después todas sus grabaciones a Sony por una cantidad sin revelar. Son amores, magnitudes y mercados distintos, pero todo pertenece al mismo anhelo de concentración.
Hyperion, con el acuerdo más o menos implícito de su consumidor habitual, que sabía que o se compraba los discos de su sello favorito o no tendría ninguna otra posibilidad de escucharlos, se oponía —como Manfred Eicher, fundador de ECM— a que estos aparecieran en las listas de las plataformas de escucha como una suerte de resistente acérrimo de un mundo en extinción. Y ya está en ellas. Pero el caso de BIS puede abrir una realidad impensable hasta hace nada y que habrá de caer como fruta madura: la exclusiva. Apple Music explota de ese modo los contenidos que son de su propiedad, lo que hace pensar que el magnífico catálogo que acaba de comprar no será una excepción. No deja de resultar curioso que Apple haya visto tanto beneficio en este asunto. Desde fuera cuesta creerlo, sobre todo si pensamos en el origen, el desarrollo y probablemente también los beneficios reales de BIS en su etapa, por así decir, física. Es probable que el equipo que ha asesorado a Apple haya visto la posibilidad de aprovechar el fondo de la casa sueca como un nuevo vivero de músicas utilizables para algo más que la escucha a través de Apple Music Classical.
Una época se acaba y lo que era tan sólido como un disco se hace tan etéreo como una nube. Para varias generaciones la música ha sido, en buena medida, los discos. Estos se acaban, pero no aquella. ¿Qué hacer? Pues pactar con la realidad, que siempre es mejor que vivir del fetiche o del recuerdo imposible. A falta de discos, ahí están las plataformas, que deberán ofrecer a sus consumidores un servicio cada vez más afinado en la información del producto, incluidos las notas al programa, los libretos, todo aquello que hacía del soporte habitual un testimonio y un documento. En todo caso, hay una buena terapia: ir a los conciertos. ¶