OVIEDO / Sensualidad y pureza en ‘La Traviata’ del Campoamor
Oviedo. Teatro Campoamor. 12-XII-2023. Ekaterina Bakanova, Leonardo Sánchez, Juan Jesús Rodríguez. Dirección musical: Óliver Díaz. Dirección escénica y escenografía: Paco Azorín. Vestuario: Ulises Mérida. Iluminación: Albert Faura. Vídeo: Pedro Chamizo.
La traviata es uno de los títulos más conocidos y queridos por el público en general, y será, sin duda, la ópera más vista de la temporada ovetense, aunque aún falte Lohengrin para cerrar el año operístico. No queda una sola localidad libre en las cinco funciones que programa la Fundación Ópera de Oviedo: tanto en las cuatro funciones habituales, como en la quinta –los llamados “Viernes Ópera”, una lúcida iniciativa que consiste en ofrecer el espectáculo a precios populares con un segundo elenco– el público abarrota el Teatro Campoamor. Un nivel de expectación tan alto tiene el riesgo de generar una posible decepción en el público, y más cuando se ha decidido huir de una propuesta conservadora en la dirección escénica. La elección de Paco Azorín en esta nueva producción entre la Ópera de Oviedo y el Festival Castell de Peralada garantizaba una revisión del texto literario y una escena no convencional.
Azorín dice hacer una propuesta feminista, lo que se hace evidente a través de la dirección de actores ya que las mujeres –todas, incluido el coro femenino– están empoderadas, en contraposición a un Alfredo pusilánime. Pero, sobre todo, lo subraya con la utilización de las palabras “siempre libre” (“sempre libera”), del comienzo de la cabaletta de Violetta que cierra el primer acto, como “leitmotiv”. Sin embargo, lo que resulta magnífico y funciona muy bien dramáticamente es el simbolismo de la escena que Azorín consigue a través de la oposición entre el espacio público en París y su vida lujuriosa, y el espacio íntimo y privado de la casa en el campo al que se retiran Violetta y Alfredo. Azorín convierte París en el lugar de deseos y pasiones ocultas, simbolizado en el color rojo (con la imagen que va variando al fondo del escenario) y a través de unas mesas de billar que sirven para expresar esa vida de juego y placer. Por el contrario, el campo se representa por medio de proyecciones arbóreas y la acentuación, gracias a la luz, de la calidez de la madera.
Este simbolismo brilla en uno de los momentos centrales de la trama, el dúo entre Violetta y Germont, en la que la escena se divide entre la vida privada e íntima, a nivel del suelo, y la vida licenciosa, que aparece colgada de la pared. La utilización de los personajes que van descolgándose del muro, acercándose progresivamente a Violetta, hasta que ella se resigna a aceptar la petición de su suegro y regresar a París, y la carta que Annina envía a Flora, simplemente, levantando la mano y traspasando los dos mundos, son hallazgos dramáticos. Esta idea está acentuada por un vestuario de Ulises Mérida que acompaña y complementa de forma muy coherente la significación alegórica, tanto en el colorido como en el estilo. Azorín también se arriesga al introducir una niña pequeña como hija de los protagonistas, cambiando los tres meses de estancia en el campo a “tre anni”. Este dulce personaje acentúa la parte emotiva del tercer acto, al funcionar como símbolo de la “imagen” que Violetta ofrece a Alfredo antes de morir (“Prendi: quest’è l’immagine”).
En la parte musical, la dirección orquestal de Oliver Díaz fue magnífica. Ofreció una interpretación compacta, siempre segura, adecuada en los tempi acompañando a los cantantes, y con un trabajo de pequeño y gran conjunto admirable, al frente de una muy notable Oviedo Filarmonía. El Coro Intermezzo realizó un trabajo fantástico en lo vocal y en lo actoral. El triunfador de la noche fue, sin duda, Juan Jesús Rodríguez, que estuvo soberbio en su papel de Giorgio Germont. En su dúo con la soprano Ekaterina Bakanova en el segundo acto consiguieron una expresividad que no habíamos oído en el primero. La cantante, en este rol dificilísimo, fue creciendo a lo largo de la ópera, y brindó una magnífica tercera parte, expresiva y llena de matices en su “Addio del passato”. El público la recompensó al final de la ópera con numerosos aplausos. El tenor mexicano Leonardo Sánchez, poseedor de una bella voz bien timbrada, ofreció un muy correcto Alfredo. El resto del elenco estuvo al nivel de una producción estupenda que hizo disfrutar enormemente al público de la segunda función.
Miriam Perandones