‘Ortega’, comedia con guiños, con libros y con estímulos (bastantes)

Madrid. Teatro Quique San Francisco. Hasta el 15 de octubre. Karina Garantivá: Ortega. Compañía: Teatro Urgente. Elenco: Ana Ruiz, Álex Gadea, Alberto Fonseca. Dirección: Ernesto Caballero.
La situación, si las cuentas, puede ser cotidiana, irrelevante. Falta espacio, hay que deshacerse de cosas en el nuevo domicilio, que no da para holguras. Mas el absurdo llega pronto. Y con él las preguntas, que es lo que importa: las que uno se hace, quiero decir. La autora Karina Garantivá cuenta cuestiones, no es que haga preguntas, y mucho menos da respuestas. Sé que eso a veces enrabieta al respetable y a algún que otro espontáneo metido a crítico. Les confesaré que yo soy un espontáneo desde hace décadas, y que esto no es una crítica. Responde al estímulo, no más que eso. Y me estimula Joana, en la escena. Y Karina, en las palabras.
Hay que deshacerse de las Obras completas de Ortega y Gasset. Curioso, ¿por qué Ortega? Deshacerse de Ortega es fuerte, realmente. La pareja se ha deshecho de otros grandes de las letras y el pensamiento. Las obras de Ortega aparecen en un carrito, abultan; y el carrito es conducido fuera, para la destrucción de aquel papel que acaso cumplió su función. Pero siempre hay algo que frustra el arbitrio. La comedia es eso, la ausencia de deseo de ella para deshacerse de aquellos libros que la han acompañado veinte años, y no puede decirse que la actriz tenga el doble de años. Bueno, es más de media vida consultando aquellos volúmenes. Ortega, que hemos estudiado, con el que al cabo de los años seguimos discutiendo a veces: hay que reconocer que sus ideas sobre la música no son lo más brillante de su pensamiento, pero eso aparece aquí y allá; en cambio, su opúsculo Idea del teatro lo recuerdo genial. No nos gustan, claro está, sus ideas sobre la mujer, y en su tiempo puede que tampoco a muchos; pero El hombre y la gente, con su capítulo-paréntesis sobre la mujer, ay, es de sus últimos años, cuando regresó del exilio: “qué hay de lo mío”, algo así se puede leer en El maestro en el erial, de Gregorio Morán; cuando todo el mundo, y él desde luego, tenía que hacerse perdonar o evitar el regreso. La propia Karina lo pone en boca de uno de los actores: está vivo, y por eso aún discutimos con él (cito de memoria, claro).
Los personajes de El ángel exterminador, de Buñuel (y la ópera reciente de Thomas Adès) no pueden abandonar el recinto asfixiante en que se encuentran. Sin llegar a tales congojas, nuestra protagonista, Joana, no logra deshacerse de los libros de Ortega… hasta que recurre a la violencia. Ya que no consigue hacerlos salir por la puerta para siempre, los arroja contra una pared que vemos vacía (¿no podrían poner ahí una estantería para salvar a Ortega?), pero que es uno de los símbolos de una obra que los disimula. Y, curiosamente, esa violencia crea algo parecido a uno de esos constructos que pasan por obras de arte, los llaman instalaciones, o tal vez otra cosa… hasta que los limpiadores del museo los toman por lo que son, basura, y resultan responsables de haber destruido una obra de arte. Como dice la Sini: de risa me escacho.
Hay elementos irracionales en la obra, y eso aporta poesía. Hay rebelión y resistencia a la rebelión. Hay intertextualidades, la autora es más que competente y con sabiduría para convertir citas en partes de una situación; ahí está Ortega, y Karina Garantivá ha escrito nada menos una pieza sobre Hannah Arendt (uno de mis amores, tengo varios). Hay un peligro, no sé si benigno, la inminente operación de la protagonista. Hay una renuncia: a tener hijos, qué pereza, o bien qué convicción, avalada en filosofía desde Schopenhauer en adelante. Hay pareja, no triángulo. Se apuntan cosas de pareja, me temo que no es lo más interesante. Pero hay sobre todo una protagonista y dos actores que la sostienen; en inglés se llama a los secundarios supporting characters. Eso hacen ellos, apoyan a la actriz y soportan al personaje, Joana, no siempre soportable. Solo que uno de los actores se desdobla, nunca es nadie concreto y siempre sugiere ser alguien o ser símbolo. No ha de sorprender que los actores masculinos, los que apoyan, sean adecuados, poco más. Y que Ana Ruiz sea una actriz espléndida con eso que llamábamos, hace unos días, sentido de la comedia, el más difícil de los equilibrios en las tablas. Y poco valorado, me parece; ¿preferimos la farsa, el cachondeo, o por el contrario, el pathos?
Según nos dicen, también hay en esta sabia comedia reflexiones sobre la identidad y lo que escogemos en nuestra vida. Caramba.
Gadea y Fonseca parecen prometedores. Darán de sí. Ana Ruiz está en su primera plenitud, o eso me parece, no tienen que hacer caso de quien se inflama con las voces y las presencias. Ana Ruiz nos monologa con sabiduría. Medida, justa dirección de Ernesto Caballero, que no solo dirige bien a estos actores en medio de una escenografía limitada y eficaz, es que también les marca un ballet, con exaltación especial en los solos de Ana Ruiz y en algún que otro pas de deux.
Lo dicho: vuelve el teatro inteligente. O es que uno estaba despistado, en otra onda.
Santiago Martín Bermúdez
(foto: Miguel Agramonte)