OPORTO / Esplendorosa ‘Elektra’ en Casa da Música
Oporto. Casa da Música. 4-III-2023. R. Strauss: Elektra. Lise Lindstrom, Allison Oakes, Monika Bohinec, Jeff Martin, Boaz Daniel. Coro Casa da Música. Orquestra Sinfónica do Porto Casa da Música. Director musical: Stefan Blunier.
Después de que en enero el ciclo Made in Germany hubiese dado la bienvenida al segundo Año de Alemania en la Casa da Música de Oporto, y de que en febrero Invicta.Música.Filmes nos hubiese conducido a algunas de las bandas sonoras (interpretadas en vivo con sus respectivas películas) más relevantes de nuestro tiempo ―incluida la que para La chute de la maison Usher (1928), de Jean Epstein, compuso José María Sánchez-Verdú―, marzo es el mes del año en que Casa da Música nos invita a revisar la presencia de los mitos en la música culta, con una especial mención en 2023 para la mitología griega y su fuerte arraigo en el repertorio germánico.
Así, el primer concierto del ciclo Música e Mito nos llevó a las secuelas de esa Guerra de Troya cuyos yacimientos fueron excavados a mediados del siglo XIX, precisamente, por los alemanes, siguiendo los relatos homéricos; si bien la música de Richard Strauss adonde nos remite con mayor precisión es a sus secuelas en la Elektra de Sófocles, cuya transformación en ópera, a través del correspondiente libreto de Hugo von Hofmannsthal, dio lugar a la Elektra (1908) straussiana, una de las óperas mayores de esa deslumbrante Viena de principios del siglo XX: hervidero en el que el diálogo entre la historia, el teatro, la música y la psicología tiene un soberbio ejemplo en la partitura que el pasado 4 de marzo llegaba a Casa da Música en versión de concierto para inaugurar Música e Mito; evento que abarrotó, una vez más, la Sala Suggia y que se ha convertido en otro éxito de una Orquestra Sinfónica do Porto Casa da Música (OSPCM) en estado de gracia.
A alcanzar tal éxito ha ayudado, sin duda, el que la orquesta lusa se situase sobre el escenario, lo que le confiere una enorme presencia; aspecto que ha exigido a los cantantes el redoblar su proyección para hacerse escuchar entre una OSPCM convenientemente hipertrofiada en sus secciones de viento-madera y metal, a las que hemos de sumar una percusión igualmente reforzada, así como el juego de espacios y distancias que ―muy inteligentemente― desplegó el director titular de la OSPCM, el suizo Stefan Blunier, para convertir a la orquesta en una verdadera escenografía acústica en sí misma, así como en todo un laberinto de tensiones psicológicas y dramáticas.
Para que tal planteamiento funcionase con la asombrosa perfección que lo ha hecho en Oporto, Blunier atendió de forma muy especial a la infinidad de matices que pueblan la partitura straussiana, con un grado de detalle microscópico y una ejecución por parte de los profesores de la OSPCM a un nivel que nos remite ya a las grandes orquestas europeas, pues lo escuchado en Casa da Música resultó digno de una grabación en estudio, tanto por pulcritud técnica como por vehemencia.
De este modo, desde la presencia de los efectos escenográficos hechos música (como el galope de los caballos) hasta los respectivos terrores, éxtasis y asombros de los personajes (deslumbrante y conmovedor, por tomar un ejemplo, ha sido el momento en que Elektra termina reconociendo a Orestes), pasando por un juego de leitmotivs en el que ha destacado el asociado a Agamenón (que Blunier convirtió en una sombra fantasmal, reforzando sus tintes amenazantes), hemos disfrutado de todo un edificio sofisticadamente entrelazado con los excelentes mimbres de una orquestación straussiana para la que Blunier se antoja un traductor idóneo, por su mezcla de detalle y efusividad. El enorme abanico gestual del director suizo se caracteriza por una extrema precisión en cada indicación, aunando rigor métrico y espontaneidad, vitalidad y una sonrisa cómplice y elegante que enseguida llega a unos músicos que han respondido de forma tan rápida como vigorosa a los gestos tan extremos de un director que roza la contorsión para concentrar, ya sean las dinámicas, ya la levedad de una orquesta a la que hace pasar del susurro acechante al golpeo feroz, en los asesinatos finales.
Excelente conocedor del lenguaje straussiano (como ya hemos tenido ocasión de comprobar en Casa da Música), Stefan Blunier aúna en Elektra los elementos más expresionistas (como los contrastes de volumen, los percusivos col legno o un desgarrador metal con sordina), en la línea de un Georg Solti (Decca, 1967); con una profundización psicológica digna de Giuseppe Sinopoli (Deutsche Grammophon, 1995); la suntuosidad de un Herbert von Karajan (Orfeo, 1964); o el humanismo de Karl Böhm (Deutsche Grammophon, 1960); dando como resultado una combinación perfecta, así como la comprensión de Elektra no sólo como un fin de ciclo en el que resuena el Strauss de transición entre los siglos XIX y XX, sino que en los pasajes más líricos y consonantes (especialmente, los asociados a Crisótemis) Blunier anticipa ya el perfume melódico de la inminente Der Rosenkavalier (1910): ese otro mundo.
Se trata, por tanto, de una comprensión de Elektra como encrucijada histórica, que el director bernés nos ha hecho leer más allá de lo referido al propio Strauss, siendo imposible no escuchar la herencia wagneriana en su lectura portuense, así como la influencia que esta partitura tendría en las visionarias óperas de Alban Berg. De este modo, Stefan Blunier zanja con su dirección las dicotomías que, a comienzos del siglo XX, ubicarían a Gustav Mahler como el representante de lo progresivo, mientras que a Richard Strauss como epítome de lo regresivo (especialmente, a partir de la citada Der Rosenkavalier), siendo así que lecturas como la escuchada en Oporto proceden a ofrecer el punto justo de presencia de la tradición, el lirismo y el expresionismo vienés, a unos niveles tan disfrutables que no podría poner un solo pero a semejante edificio orquestal como el desplegado por la OSPCM: desde una cuerda de amplia paleta cromática y sutilezas sinfín a un metal acongojante con el que Blunier ha coronado los más violentos clímax de esta interpretación, así como lo más disonante.
Es por ello que, con tan arrolladora presencia instrumental, complicado lo han tenido los cantantes para sobresalir entre tamaña orquesta e interpretación, si bien su nivel medio, tanto en lo técnico como en lo artístico, ha sido muy alto, sin reproche alguno, más allá de una cuestión habitual en muchos teatros de ópera, como el asociar las voces de personajes ancianos a cantantes jóvenes, con lo cual se desnaturaliza un tanto el timbre, la pátina y la senectud que se espera de dichas voces.
Desde luego, idoneidad en la suya no le falta a la británica Allison Oakes, soprano de confianza de Stefan Blunier (con quien ya ha trabajado en Berlín), que me ha parecido el punto álgido del elenco vocal, por la fuerza de su emisión, por su perfección técnica y por el inmaculado recorrido emocional que ha dibujado en Crisótemis: todo un camino de conocimiento, un abandono de la ingenuidad y un aprendizaje del dolor, convertido en júbilo final. Por otro lado, Oakes (voz que más agudos registros ha alcanzado) se ha complementado a la perfección con la más sombría Elektra de Lise Lindstrom, soprano californiana que, a última hora, tuvo que sustituir a la inicialmente anunciada Christiane Libor, cantante que quizás hubiese otorgado más plenitud y presencia a Elektra, si bien la encarnada por Lindstrom ha resultado muy convincente en lo dramático, con su tono obsesivo y una incidencia especialmente acusada en un registro grave que no ha hecho más que afianzar ese trazo tan crepuscular. Las tablas de Lise Lindstrom se han hecho notar en sus respectivos diálogos, bien respirados y con fluidez en cuanto a manejo del silencio y las pausas, con un sentido muy teatral.
Completó el trío de protagonistas femeninas una notable Clitemnestra a cargo de la eslovena Monika Bohinec, mezzo de amplio registro, asertiva y orgullosa, hasta un final muy bien contrastado en cuanto a tono, dados los acontecimientos con los que concluye Elektra. Señalar que los despavoridos gritos de la reina micénica fueron proferidos, desde fuera de escena, por Ianina Khmelik, violinista de la OSPCM que cuenta con carrera como vocalista, por lo cual los hados se han conjurado esta tarde para que sus alaridos finales en Elektra hayan sonado con una contundencia espantosa.
Pasando a los principales roles masculinos, ha destacado el barítono israelí Boaz Daniel dando vida a un Orestes profundamente humano, apesadumbrado por su propio destino en la gestualidad tan comedida de un Daniel de voz no demasiado amplia, pero sí bien timbrada y ligeramente sombría para un registro medio, en general, cercano al parlato, por la natural fluidez de su articulación ―como la de Lise Lindstrom― en los diálogos. Por su parte, el tenor norteamericano Jeff Martin asumió un papel poco brillante en Elektra, como el de Egisto, si bien su intervención resultó sobresaliente en lo expresivo, con un punto esperpéntico, destacando el patetismo (aquí) de Egisto y una articulación expresionista que nos sitúa en la antesala de personajes como el doctor del Wozzeck (1914-22) bergiano. Eso sí, Martin tuvo que luchar lo suyo para hacerse mínimamente audible, pues no es su voz en exceso poderosa, aunque resulte tan pertinente y repleta de ecos de esa Viena histriónica y delirante de comienzos del XX.
Completaron las restantes voces los miembros del Coro Casa da Música, jóvenes cantantes portugueses que han estado notables, ya individualmente, ya en su coro final, redondeando un plantel que ha cumplido con creces y que fácil no lo ha tenido ante la deslumbrante interpretación de una Sinfónica do Porto convertida en una formación de lo más interesante en este momento y en cuyo esplendoroso estado de forma no tengo duda ha repercutido tanto la necesaria renovación de su plantilla efectuada en los últimos años como esa combinación de repertorio tradicional y contemporáneo que hace de ésta una orquesta flexible, rápida y precisa en tan distintas partituras y periodos históricos como defiende. Junto con la OSPCM, el otro gran protagonista ha sido (con permiso del propio Strauss) un pletórico Stefan Blunier que es, en altísima medida, uno de los responsables de la actual altura de la orquesta de Casa da Música, un auditorio cuyo público, puesto unánimemente en pie al concluir Elektra, refrendó la calidad de una interpretación memorable la tarde del pasado 4 de marzo, un regalo de los dioses.
Paco Yáñez
(Fotos: Casa da Música)