Nuevo ministro, viejos problemas
Los cambios en la política siempre tienen que ver, entre nosotros, con la cultura mientras, y a la recíproca, esta se beneficia o se aflige con aquellos. Como diría un relativista con retranca: todo depende. Cada vez que llega un nuevo ministro hereda las cosas pendientes que suelen ser las mismas que heredara su antecesor salvo alguna que otra que este consiguió finalmente poner en marcha. No será la excepción el nuevo ministro, José Manuel Rodríguez Uribes, quien lo es también dentro de un gobierno de coalición por vez primera en España y, además, de izquierdas; y, además también, al que quizá no le sea fácil terminar la legislatura recién comenzada. Un gobierno de izquierda que, como siempre, afirma que le interesa especialmente la cultura, y que le interesa más que a la derecha. Esta ya ha reaccionado a través de Andrea Levy, delegada del área de Gobierno de Cultura, Turismo y Deporte de la ciudad de Madrid, quien ha acusado de sectarismo a sus antecesores en el puesto por suprimir los nombres de dos espacios de las naves del Matadero dedicados a Max Aub y Fernando Arrabal. Podría haber dicho Levy que las cosas se nombran por sí mismas sin necesidad de bautizos por muy cordiales que sean y muchos hubieran alabado su inteligencia. Por cierto, que Madrid tiene algún problema cultural que asoma y no es precisamente ese de los nombres.
Pero además de lucir ese supuesto interés por la cultura, el actual gobierno y el actual ministro deberán actuar decididamente en unas cuantas cosas, algunas de ellas ya iniciadas o continuadas por el saliente Guirao, cuya no continuidad en el cargo ha sorprendido a propios y extraños y, quien, por cierto, afirmó que su logro más importante había sido dejar definitivamente zanjada la imposible unión entre el Teatro Real y el de la Zarzuela. Ya ven, dos cosas de Madrid elevadas a la categoría de asunto nacional del que ya se habló aquí en su momento y que el nuevo titular ha decidido, con acierto, no tocar.
El ministro tiene, en materia musical, unas cuantas cosas por resolver que, suponemos, alguien le habrá recordado y que, si nos ponemos a pensar, no parecen tan difíciles. La reorganización del INAEM es una de ellas y, además, factible hoy y ahora. Como la definitiva solución del reglamento de la Orquesta y Coro Nacionales de España que lleva coleando desde 2002. O la relación de esta con las comunidades autónomas en un programa de intercambios que diera idea del formidable momento actual de las orquestas españolas, esas a las que los políticos menos inteligentes tratan de recortar medios recurriendo si hace falta a la falsedad, una vez más hija de la ignorancia interesada. Uno de ellos llegó a decir que la orquesta de su comunidad autónoma era la que menos dinero recibía del Ministerio. Como saben nuestros lectores, solo la Orquesta y Coro Nacionales de España dependen del Ministerio de Cultura y reciben fondos del mismo.
Y, naturalmente, lo último en este editorial —quedan la SGAE, el cine con sus ayudas y sus paisajes, las librerías— pero seguramente la más importante de las obligaciones que tiene pendientes el nuevo ministro con la música como motor de la cultura y de sí misma, es la Ley de Mecenazgo. Muy prudente ha empezado Rodríguez Uribes manifestando que espera que Hacienda haga todo lo posible. Cada uno tiene su perfil pero da la sensación que un profesor de Filosofía del Derecho bien puede echar el resto en la que seguramente sea su ocasión de oro y ser menos prudente y echarle un órdago a un ministerio que nunca ha visto semejante ley con buenos ojos porque con ella recauda menos aunque la cultura gane más. La historia reciente nos presenta conflictos gubernamentales en los que Cultura salió mal parada porque su titular, que pagó el pato, no calibró la potencia del choque ni el poder del adversario. No se trata de parachutar a Rodríguez Uribes en una caída sin precauciones pero sí de recordarle que esa ley de mecenazgo es necesaria. Y que si quiere pasar a la historia, como ministro y como virtuoso de la negociación, esta es su oportunidad. ¶