NUEVA YORK / Fallido ‘Rigoletto’ de Bartlett Sher en el Met

Nueva York. Metropolitan Opera. 11-I-2022. Verdi, Rigoletto. Rosa Feola, Piotr Beczala, Michael Chioldi. Director musical: Daniele Rustioni. Director escénico: Bartlett Sher.
Bartlett Sher es un enigma permanente: el galardonado director escénico de exitosos reestrenos en Broadway —South Pacific, El rey y yo, My Fair Lady— parece incapaz de igualar su hábil mano para los musicales cuando se trata de sus producciones de ópera en el Met. Este nuevo Rigoletto, su octavo espectáculo para la compañía, ha sido la mayor decepción hasta la fecha. Se trata de algo más que (citando al rey homónimo de Rodgers y Hammerstein) “una perplejidad”; es casi una vergüenza. No solo es la más floja de las cuatro producciones del Met de la ópera de Verdi que he visto en estos años, sino el Rigoletto peor escenificado que he visto en ningún sitio.
Hay muchas perplejidades, en efecto, en el espectáculo de Sher, que traslada la puesta en escena de la Mantua del siglo XVI a la Alemania de la época de la República de Weimar. Tal y como se presentó por primera vez en la Staatsoper de Berlín en 2019, los decorados de Michael Yeargan contaban con enormes murales inspirados en George Grosz, pero carecían de la plataforma giratoria que Sher quería para lograr una fluidez cinematográfica ideal. Nueva York perdió los murales de Grosz (aparte de un telón decorativo), pero ganó la plataforma giratoria, que giró, giró y giró, con poco efecto más allá de distraer la atención del personal. Del mismo modo, la acción dentro de los decorados era incesantemente ajetreada —cruzar a la izquierda, cruzar a la derecha, subir las escaleras, bajar— con la consiguiente falta de concentración.
La entrada crucial de Monterone en el primer acto, por ejemplo, era difícil de localizar; y ¿por qué Gilda entraba en escena, y simplemente se quedaba allí, durante el Cortigiani de Rigoletto cuando la música de su entrada la seguía de forma tan audible? ¿Por qué gran parte de la escena anterior entre este padre obsesivamente protector y su hija protegida se desarrolla en una calle poco iluminada donde acaba de ser abordado por un asesino a sueldo? ¿Y dónde estaba la intimidad esencial de los encuentros padre-hija de Verdi? Sin embargo, y por mucho que yo cuestionara las decisiones de Sher en los dos primeros actos, no estaba preparado para el absoluto sinsentido del tercer acto, con sus inexplicables idas y venidas: una salida prematura del Duque, otra entrada prematura de Gilda, la repetición de La donna è mobile del Duque cantada ilógicamente desde su palacio, pero de alguna manera audible por Rigoletto fuera de la guarida de Sparafucile. La ambientación en la Alemania de los años 20 inspiró algunos bonitos trajes de Catherine Zuber, pero no tuvo nada notable que decir ni sobre Rigoletto ni sobre Berlín. La anterior puesta en escena de esta ópera en el Met, el “Rigoletto de Las Vegas” de Michael Mayer, no era para echar cohetes, pero al menos tenía cierta consistencia, color y empuje.
Una muestra tardía de lo que podría haber sido esta producción llegó en los últimos cuatro minutos de la velada, cuando Sher permitió por fin una palpable conexión entre Rigoletto y Gilda, y Michael Chioldi y Rosa Feola tradujeron el momento con sencillez, sinceridad y emoción. Chioldi, que se incorporó al elenco cuando la Covid dejó fuera de combate a Quinn Kelsey en tres representaciones, fue un Rigoletto tan bueno como Sher le permitió, cantando con una voz atractiva, un seguro estilo verdiano y una gran cantidad de matices, una cualidad claramente fomentada por el director musical Daniele Rustioni, que dirigió la partitura con una seguridad dramática que faltaba en el escenario y un respeto infalible por las fortalezas y limitaciones de su reparto. Me hubiera gustado que Feola poseyese un verdadero trino y una mayor facilidad en la zona aguda de su voz, pero la cálida belleza de su registro de soprano lírica resultó irresistible. Por su parte, Piotr Beczala cantó un excelente Duque, aunque sospecho que se divirtió mucho más en Las Vegas de Mayer que en el Berlín de Sher. Andrea Mastroni brindó un sardónico y sonoro Sparafucile, con una seductora Varduhi Abrahamyan en el papel de su hermana, aunque su impacto vocal no se correspondiera con el atractivo visual. Pero musicalmente, en general, este fue un Rigoletto de primera categoría; con los ojos bien abiertos, la cosa fue, ay, distinta.
Patrick Dillon