NUEVA YORK / El Met pone en escena ‘Champion’, ópera pugilística de Terence Blanchard

Nueva York, Metropolitan Opera, 25.IV.2023. Blanchard, Champion. Latonia Moore, Ryan Speedo Green, Eric Owens. Dirección musical: Yannick Nézet-Séguin. Dirección escénica: James Robinson.
Hay un puñado de buenas razones para ver Champion, la ópera de Terence Blanchard estrenada en San Luis en 2013 que estos días se representa en el Met. Está, por una parte, la historia que cuenta, real y contundente: la vida del boxeador Emile Griffith, atormentado por conflictos sexuales y sobre todo por el homicidio accidental de otro boxeador en el ring. En segundo lugar, por la dirección escénica de James Robinson, clara y objetiva, que se apoya en un brillante trabajo escenográfico compuesto por los decorados de Allen Moyers y las proyecciones de Greg Amitaz, que envuelven el escenario del Met, por el vestuario de Montana Levi Blanco, que lo puebla de colores de época, y por la iluminación de Donald Holder, que acaba de realzarlo todo. Sin olvidar la enérgica, aunque nunca intrusiva coreografía de Camille A. Brown. Y, en el aspecto puramente musical, la brillante y flexible dirección de Yannick Nézet-Séguin al frente de una magnífica Orquesta del Met y, last but not least, el carismático Ryan Speedo Green a la cabeza de un estupendo reparto que acaba por redondear un soberbio espectáculo.
¿Qué falta en esta impresionante lista de activos? Pues sencillamente que Terence Blanchard es un músico de jazz, con un Grammy en su haber, además de un renombrado compositor de bandas sonoras nominado a un Oscar, pero no -al menos de momento- un compositor de ópera. Champion fue su primera ópera, escrita unos años antes de Fire Shut Up in My Bones, cuyo inesperado éxito en la inauguración de la temporada 2021-22 del Met propició que la ópera anterior se incluyera en el programa de la presente temporada. Fire no me entusiasmó, pero recuerdo que contaba con una partitura mejor y más variada que Champion, que sin embargo es claramente superior en la mayoría de los demás aspectos: posee una trama más absorbente, un protagonista más creíble y, en general, una menor pretenciosidad, sin personajes llamados “Destino” o “Soledad”. Aun así, el verborreico libreto de Michael Cristofer no se presta demasiado a la musicalización; al menos dos tercios de las palabras resultaron ininteligibles, algo de lo que no le acuso al cien por cien. La a menudo ingrata escritura vocal de Blanchard y una orquestación que tiende a tapar las voces, comparten sin duda buena parte de la culpa. Y se antoja un síntoma revelador de que un compositor está musicalmente perdido cuando tiene que recurrir al habla tan a menudo como lo hace Blanchard. Así y todo, la partitura no carece de momentos destacables: Latonia Moore, como la madre de Griffith, gozó de un par de momentos de lucimiento, y compartió con su compañera, la también soprano Brittany Renee, como la esposa fugaz del boxeador, los pocos minutos realmente encantadores de la ópera; Stephanie Blythe, como la propietaria de un bar gay, supo vender a la perfección su canción bluesy; y en su lamento a solo -para mí, el número más conmovedor de la ópera- el joven Ethan Joseph como el Pequeño Emile se manejó como un verdadero profesional, exhibiendo la mejor dicción del reparto. Sin embargo, la página solista de Paul Groves en el segundo acto, como el mentor y entrenador de boxeo de Emile, fueron diez largos minutos de ingratos espaguetis vocales, mientras que el gran solo del joven Emile, “What makes a man a man”, que el programa de mano destaca por su ‘aliento pucciniano’, no pasa de ser un pariente muy lejano de “Vissi d’arte” y “Che gelida manina”. Casi al final de la ópera, hay un conjunto al estilo de Broadway que reúne a todo el reparto y que me recordó a “Make Our Garden Grow” de Candide de Bernstein. La ópera podría haber terminado ahí, pero no lo hizo, y la escena final me pareció un innecesario anticlímax. La partitura, que Blanchard revisó tras su estreno en 2013, sigue siendo demasiado larga y todavía parece seguir a la acción, en lugar de impulsarla y animarla musicalmente.
Sobre el escenario no hubo ninguna actuación mediocre. Eric Greene estuvo ostentoso y vibrante como el malhadado e intolerante Kid Paret y suavemente conciliador como su hijo, mientras que Chauncey Packer, como hijo adoptivo y cuidador de Griffith, ofreció un firme respaldo. Stephanie Blythe y Paul Groves, veteranos del Met, pusieron en valor su dilatada experiencia. En el centro mismo del reparto, Eric Owens encontró su mejor papel en el Met en años como el viejo y demente Emile, y Latonia Moore, de voz exultante, encontró el suyo como la madre errática y extrovertida. Pero fue Ryan Speedo Green, enérgico y flexible, quien dominó la velada en el papel del joven Emile; con una voz tan potente como hermosa y una presencia convincente, el barítono de Suffolk destiló el carisma de verdadera estrella que echamos de menos el año pasado en Fire. Por su parte, Nézet-Séguin, vestido con atuendo de boxeador, dejó patente una vez más su firme compromiso con las óperas de nueva creación. Champion comparte actualmente el escenario del Met con La Bohème, Aida y L’elisit d’amore. ¿Se mantendrá en cartel tanto como ellas? Yo diría que es altamente improbable, pero merece la pena comprobarlo.