NUEVA YORK / ‘Don Carlo’ de Verdi: sentimientos contradictorios en el MET
Nueva York. Metropolitan Opera. 10-III-2022. Verdi: Don Carlo. Sonya Yoncheva, Jamie Barton, Matthew Polenzani, Étienne Dupuis, Eric Owens. Director musical: Yannick Nézet-Séguin. Director de escena: David McVicar.
Don Carlo, en italiano, no Don Carlos, en francés: así es como yo, como casi todos los que aman esta nobilísima ópera, la conocí por vez primera. Y ha sido Don Carlo la ópera que el Met ha presentado desde su estreno en 1920, primero en su ‘versión de Milán’, en cuatro actos, y luego, desde 1979, en la ‘versión de Módena’, en cinco, que representa las últimas ideas de Verdi sobre una obra en la que había estado trabajando durante dos décadas.
La nueva producción del Met ofrece por primera vez el texto original en francés de la ópera, en una versión híbrida de la partitura: la música, en su mayor parte, es la de la versión de Módena, aunque con ocasionales inmersiones en la original de París de 1867, especialmente en la escena ampliada de la prisión, con el dúo entre Philippe y Carlos, así como el extenso final. Se trata de una adición que me alegra haber escuchado en vivo, pero de la que podría prescindir fácilmente: altera gravemente el equilibrio de la escena, y el dúo parece alejarse del espíritu de Don Carlos y acercarse al del Requiem, donde, transfigurado en el Lacrimosa, funciona mucho mejor. En cuanto a las pretensiones del Met de presentar “la versión original francesa en cinco actos”, la ausencia del ballet —de rigor en cualquier grand opéra francesa— es suficiente para desmentirlas. Por lo demás, el fastidioso bufón dando vueltas sin parar, inventado por David McVicar para el auto de fe, no supuso ninguna compensación.
Hace tiempo que soy un admirador de McVicar, pero he de reconocer que su Don Carlos me ha defraudado. Los decorados de Charles Edwards son funcionales pero monocromáticos, el vestuario de Brigitte Reiffenstuel resulta monótono, la iluminación de Adam Silverman depende en exceso de las sombras y siluetas que distraen… Y su punto más flojo está en los grandes finales, el del auto de fe y el de la escena de la prisión, ambos notablemente caóticos e incoherentes, y en menor medida el propio final de la ópera: ¿por qué aparece el Monje vestido como Carlos V, con ropas reales y corona, si no va a rescatar a Carlos? El encuentro de Posa con su amigo en el más allá resultó conmovedor, pero no tiene mucho sentido. Como siempre sucede en los montajes de McVicar, hubo una buena interacción entre los personajes, pero a menudo los cantantes eran difíciles de localizar en un escenario abarrotado. Con un par de ajustes, la anterior producción de Nicholas Hytner, a la que ésta sustituye, habría servido igualmente para el Don Carlos francés.
Musicalmente, sin embargo, el nivel fue alto. El Carlos de Matthew Polenzani, en lo que suponía su debut en el papel, resultó soberbio: su voz de tenor lírico llegó con facilidad, e incluso de forma emocionante, a los momentos de clímax, y estuvo más que cómodo en los pasajes más suaves, con acariciadoras notas de cabeza y frases finamente perfiladas, actuando además con la nerviosa agitación que pide el personaje. Por su parte, Sonya Yoncheva interpretó a una sensible Elisabeth y cantó con la belleza de sonido que la distingue, aunque también con ocasionales notas agrias e inseguras. Como Éboli, y ataviada con una extraña peluca, Jamie Barton cantó una Canción del Velo más bien cautelosa, aunque puso el teatro a sus pies con un potentísimo O don fatal. El poco carismático y mediocremente cantado Philippe de Eric Owens fue una gran decepción, después de su buen Filippo en Washington DC hace sólo cuatro años. Por el contrario, el barítono Étienne Dupuis se anotó un gran éxito con un Rodrigue elegantemente cantado y magníficamente actuado. Como Gran Inquisidor, John Relyea cantó con fuerza y exhibió un aspecto aterrador. Por último, otro bajo, Matthew Rose, causó un impacto excepcional en el papel del misterioso Monje, cantando con tal belleza y presencia que uno hubiera deseado escucharlo esa noche como Philippe.
En el foso, Yannick Nézet-Séguin, en una de sus mejores interpretaciones en el Met, supo mantener el equilibrio de la polifacética partitura, con un oído atento a los cantantes, y extraer una delicadeza camerística de los magníficos músicos de la orquesta, manteniendo al mismo tiempo una fuerza general sin caer en ningún momento en la grandilocuencia. Se trata sin duda de una ópera que ama, y escucharle dirigirla reforzó mi propio amor por Don Carlos.
Patrick Dillon
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