NUEVA YORK / Decepcionante ‘Don Giovanni’ de Ivo van Hove
New York, Metropolitan Opera, 16.V.2023. Mozart: Don Giovanni. Federica Lombardi, Ana Maria Martínez, Ying Fang, Ben Bliss, Peter Mattei, Adam Plachetka. Dirección musical: Nathalie Stutzmann. Dirección escénica: Ivo van Hove. Escenografía: Jan Versweyveld (decorados e iluminación), An D’Huys (vestuario).
Desde hace dos décadas, Peter Mattei es el principal Don Giovanni del Met, un veterano de tres producciones anteriores (las firmadas por Franco Zeffirelli, Marthe Keller y Michael Grandage) que acaba de estrenar una cuarta, en lo que ha supuesto el esperado debut en la compañía del director de escena Ivo van Hove. El barítono sueco -uno de los cantantes realmente grandes de nuestros días- aportó su carisma y sus conocidas dotes vocales a su nuevo contexto (su serenata del segundo acto no pudo ser más aterciopelada y seductora), pero éste ha sido, para mí, el menos atractivo de los muchos Don Juan de Mattei que he visto. Culpo de ello en buena medida a van Hove, que desde el primer momento se mostró decidido a despojar al Don Juan de Mozart y da Ponte -y de paso al de Tirso de Molina, un siglo y medio antes que ellos- de todo su ingenio y encanto tradicionales. Buena parte del mérito de que no lo consiguiera del todo cabe atribuirlo a Mattei, que suministró al menos algunos destellos ocasionales de la interpretación que él mismo hubiera preferido ofrecer.
La puesta en escena, hay que decirlo, no estuvo exenta de virtudes, pero los problemas fueron evidentes desde el principio. ¿Por qué Don Giovanni no llevaba una máscara durante su frustrada seducción de Donna Anna, ofreciendo a la mujer una visión muy clara de su rostro? ¿Por qué, en esta ópera llena de disfraces, nadie intenta nunca ocultar su identidad: ni los tres “signore maschere” que Leporello invita a la fiesta del Don, ni Don Giovanni cuando se hace pasar por Leporello, ni este haciéndose pasar por su señor frente a Elvira y los otros cuatro a los que ha conseguido embaucar, haciendo que parezcan no sólo crédulos, sino completamente estúpidos? ¿Dónde estaban el cementerio y su famoso residente de piedra? En vez de la “statua gentilissima”, van Hove nos ofrece el fantasma ensangrentado y amplificado del Commendatore, cuya tumba no parece un monumento imponente, sino un pequeño fragmento de escenario difícil de ver, por estar situado muy cerca de la concha del apuntador. Durante todo el espectáculo, los personajes entran y salen de forma desconcertante del escenario, formado por un gris y monótono trío de torres que giran lentamente, con balcones y escaleras, obra del diseñador Jan Versweyveld, con An D’Huys a cargo del moderno vestuario, igualmente monótono, en lo que se antoja una incolora lectura de la colorista partitura de Mozart.
Pero supongo que eso es exactamente lo que van Hove quería para su versión decididamente fea, brutal y post-#MeToo de una ópera cuyos creadores habían concebido con un espíritu muy diferente, mucho más matizado y ambivalente en su tratamiento del tema. ¿Habrían disfrutado Mozart y Da Ponte viendo el intento del Don de penetrar a Zerlina por detrás, en medio de todos los invitados a su fiesta, ganándose como respuesta el codazo de ella en la entrepierna? Imponer una sensibilidad del siglo XXI a una obra de arte del siglo XVIII no es probable que la mejore; lo más frecuente es que se vea empequeñecida en el proceso, que se reduzcan sus resonancias, un destino que toca de lleno a este Don Giovanni.
Y es una lástima, porque la interpretación musical fue de primera categoría. Federica Lombardi encarnó una Donna Anna vocalmente elegante y autoritaria, y dramáticamente inestable, frente al meloso Don Ottavio de Ben Bliss, un personaje con el que van Hove, como tantos otros directores de escena, no sabe muy bien qué hacer. Por otro lado, tal vez hay que atribuirle parte del mérito en la vívida lectura de Donna Elvira por parte de Ana María Martínez, un manojo de contradicciones, que en un momento escupía fuego y al siguiente se derretía sentimentalmente; su “Mi tradì” sonó agrio en la zona superior del registro, pero cantó el resto del papel con gran maestría. Ying Fang fue una deliciosa Zerlina y Alfred Walker un Masetto robusto, tanto en la actuación como en el canto. En el rol de Leporello, el bajo-barítono Adam Plachetka mostró con comodidad sus innegables dotes cómicas. Alexander Tsymbalyuk encarnó a un Commendatore de aspecto inusualmente juvenil, fusilado a sangre fría por el Don en el primer momento realmente potente de la puesta en escena, parte de una lista muy corta de aciertos que ciertamente no incluye el clímax del descenso del Don a los infiernos: la confusa vorágine de cuerpos retorciéndose proyectada sobre las paredes del decorado eclipsó por completo a los esforzados cantantes que representaban la escena sobre el suelo del escenario.
Nathalie Stutzmann, que ha hecho su debut en el Met con este Don Giovanni, y también al timón de la nueva Flauta Mágica, propició una interpretación elegante, equilibrada y con estilo por parte de la soberbia Orquesta del Met. Imagino que fue ella quien promovió la gran abundancia de adornos y appoggiature durante toda la velada, interpretados con distintos niveles de comodidad y convicción, pero que se antojaban un firme reproche a una puesta en escena poco acorde con la época a la que pertenecían.
Patrick Dillon