Norman Lebrecht presentó en la Casa Sefarad-Israel de Madrid su libro ‘Genio y ansiedad’

Ayer, lunes 27 de marzo, se presentó en Casa Sefarad-Israel, el libro Genio y ansiedad. Cómo los judíos cambiaron el mundo, 1847-1947, de Norman Lebrecht, traducido por Alejandra Freund y publicado por Alianza Editorial. Como es sabido, Lebrecht colabora con Scherzo, desde Londres, hace algo más de dos décadas, más de la mitad de la vida de este empeño editorial que gracias a gente como Norman mantiene sus objetivos y niveles de calidad. Los redactores y fundadores no plagiamos a Norman, claro que no. Pero Norman es un modelo. Es como si, al dudar uno, se preguntase: ¿qué haría Norman? No es el único, los modelos cambian. Ya sabemos que otros se nos presentan de manera distinta: ¿cómo haría Fulano? Y entonces hace uno lo contrario. No es malo tener modelos positivos o negativos, lo malo tampoco es ignorarlo. Lo peor es negarlos. Aquí, en Casa Sefarad, estábamos un grupo, un puñado, alrededor de Norman para presentar su libro. Juan Lucas, director de la revista; Luis Suñén, que lo fue antes que Juan; Félix de Azúa, una de las plumas más importantes del momento y también colaborador de Scherzo. Y el propio Norman, que explicó y hasta cantó. Sí, cantó, por ejemplo las trazas judías del canto It ain’t necessarily so, de Porgy and Bess. Me hubiera gustado preguntarle qué se sabe de cierto de la ópera en proyecto que se supone que componía Gershwin sobre tema y personajes judíos. Gershwin…. Gersowitz (o como se escribiese realmente). Lo olvidé ante el entusiasmo del momento.
Como suele suceder en este tipo de presentaciones, los ponentes y el autor desgranaron cuestiones de mucho interés sobre el contenido de título tan comprometedor. Yo no dejaba de ver las fechas que proponía el libro, 1847-1947. Desde los primeros efectos de las leyes de emancipación hasta el año en que, en noviembre, las nacientes Naciones Unidas aprobaban al plan de repartición de Palestina y concedía al nuevo estado de Israel (que se fundaría en 1948, apenas un años después) una serie no continua de territorios. El mapa actual es resultado de las negativas árabes a admitir presencia judía alguna. Ese año 1947 fue espantoso para el mundo. Es como si la segunda guerra mundial no hubiese terminado. Si a alguien le sorprende aún comprobar que ya no existe en absoluto el entrevero de nacionalidades distintas en el mismo territorio, que ahora Polonia está llena de polacos, únicamente, cuando nunca fue así, y esto es poner un ejemplo, tan solo; que muchos países de Europa Central hacia el este y los Balcanes se enzarzaron en contiendas civiles para lograr eso que ahora se llama limpieza étnica. Las carnicerías y limpiezas posteriores a 1945 las explican muy bien Anne Applebaum en El telón de acero. La destrucción de Europa del este, 1944-1956; o el libro de Timothy Snyder Tierra de sangre. Europa entre Hitler y Stalin. Narran estos libros destrucciones humanas, y también destrucciones de culturas que se visitaban mutuamente, se entreveraban, se enriquecían. Ahora eso es mucho más difícil, pese a las fronteras permeables de la Unión, que ha llegado hasta las puertas de Rusia y hasta los Balcanes. Alemania y Rusia, sin necesidad de acuerdo, destruyeron una de las culturas nacionales más florecientes de Europa Central, la de la joven Checoslovaquia, que apenas gozó de veinte años de libertad. Entre otras. Del nacionalismo, surgido tal vez porque instancias superiores como el derecho consuetudinario ya no eran suficientes, surgido también al socaire del pre-romanticismo del Sturm und Drang y de los efectos de las nefastas guerras napoleónicas; del nacionalismo, digo, se ha apoderado el demonio. Contemplen sus rostros, cuando se concretan en humanos. Adviertan ustedes su alivio cada vez que le anuncian la desaparición de alguno de esos adalides de causas.
Esta limpieza europea de judíos la trataba George Steiner en El castillo de Barbazul. Es como si se preguntara: “bien, Europa, ahora casi no tienes judíos, ya no hay cultura judía, careces ya de algo que era esencial a ti, y ya no serás lo que eras porque ellos, los judíos, ya no están; así que ¿qué vas a hacer ahora, fingir que no pasó nada…?
El año 1847 no es caprichoso. Los años siguientes serán los del auge del antisemitismo propio del siglo XIX, que alcanzó características ridículas (y a la larga, ominosas), en la Viena imperial de aquel momento en que se derrumbaba el frágil edificio liberal austriaco. El suicidio cultural y vital de Europa se empieza a dar en la Viena antisemita que cristaliza en el Partido social-cristiano y la Francia del ejército obligatoriamente antisemita que procesa con villanía a falsedad al capitán Alfred Dreyfus. Alemania lo llevaría al paroxismo y la Shoá de la mano de un austriaco. La canalla, lo sabemos, se apoderó de países de Europa en el periodo de entreguerras.
Pero el libro de Lebrecht es relato de logros, no tanto de quejas. Mas esas fechas no dejaban de darme vueltas ayer tarde, mientras Norman y los nuestros presentaban el libro. Me temo que no hay más remedio que leerlo. Tengo la sospecha de la superioridad del pueblo judío en algunos aspectos; si no, no lo perseguirían tanto. Lo tengo escrito en algunas obras publicadas y en otras aún inéditas. ¿Se me pone brava la sangre judía que acaso tenga, como se supone que la tiene todo español? Trataré de aprender de Norman Lebrecht. No me importaría que hubiese momentos en el libro que me llevasen a pelearme con él. ¿Por qué no? ¿Hay mejor manera de leer un libro que luchando?
Santiago Martín Bermúdez