Noelia Rodiles en Lhardy. Sánchez Allú y Schubert, 200 años
Ayer se presentó un disco que no es como los demás discos. Discos hay muchos, discos como éste son una rareza. Ya habrá tiempo de dedicarle una reseña crítica, si algún redactor se atreve a ponderar los valores de un recital tan hermoso por una pianista de la altura artística de Noelia Rodiles. Lo que ahora les contamos es la presentación misma y dónde se presentó.
El título, ya lo ven, es 1823, hace doscientos años. Vivía Schubert, y en España había gente que lo sabía. Es el año de los cien mil hijo de su madre que llegaron a España… ya saben. Mas también es el año en que nació Martín Sánchez Allú, excelente compositor que solo vivió hasta 1858. El recital de Noelia Rodiles consiste en recuperar la Sonata para piano op. 1 de este compositor que vivió poco, como vivió poco Schubert, como vivió poco más Chopin, como vivió aún menos Arriaga. Más los Moments Musicaux D 780 de Schubert, que se diría que es el compositor preferido de Noelia Rodiles.
Pocos años después de este 1823 se inauguraba Lhardy, el restaurante que aún continúa (pese a todo; a punto estuvo de desaparecer, según tengo entendido) y trata de mantener las esencias. Mantiene el ambiente, la decoración acaso semejante a la original, sobre todo transmutada a la época justo posterior, la isabelina. Lhardy llegó con Fernando VII, el rey felón, traidor y asesino en serie. Fructificó en el reinado de su hija, la pobre Isabel II (pobre España, más bien) y llegó a su apogeo en el Sexenio, en la efímera República que dilapidaron sus propios partidarios y, desde luego, en la Restauración (falso liberalismo, ninguna democracia, no eran tiempos para eso). Galdós y otros muchos novelistas evocan a Lhardy. Baroja, menos. Tenía la panadería demasiado cerca, en Capellanes, y su vocación era más bien retratar los barrios insalubres y peligrosos de Embajadores para abajo. Si Galdós se condolía con sus personajes, Baroja parecía recrearse en sus miserias. Lahardy sigue, es el Lhardy al que asistimos ayer unos cuantos privilegiados para presenciar este acto, durante un registro para Radio Clásica de Café Zimmermann (Clara Sánchez y Eva Sandoval, musas cuya locución es canto), el que siguió en pie todo el siglo XX. Pero un local así es cosa frágil, y si “todo lo sólido se desvanece en el aire”, ¿cómo ha resistido Lhardy? Tal vez ha alcanzado tal prestigio que su desaparición sería un desdoro demasiado insoportable (Qué optimismo, Santi).
Se ponga como se pongan nuestros amigos del patriotismo musical (¡ay, Emilio!), el XIX no fue brillante para España, como tampoco lo fue para el Reino Unido. Pero había luminarias que el destino nos arrebató como nos arrebató libertades y la oportunidad de ingresar en el concierto de las naciones europeas (buen club: en Berlín se pusieron de acuerdo para robar Africa y Asia, no lo olvidemos). Un musicólogo nos decía hace tiempo que, dado el “cuidado” de España por sus músicos, compositores o instrumentistas, lo sorprendente no es que hubiera tal déficit (entonces y hasta ahora, cuando el déficit no es el mismo), sino que hubiera siquiera un solo músico. De manera que todo creador musical en la España del XIX es extemporáneo, abrupto. Ortega señalaba a Goya como abrupto, esto es, excepcional. De repente, surge un genio, un genio entre lo agreste, una excepción. Así, Martín Sánchez Allú.
En la presentación estaba también Fernando Delgado, que es autor de las notas del recital. Delgado sitúa a Allú en su época, en su discreta trayectoria, en su gran inspiración y en lo agitado de su época.
Santiago Martín Bermúdez
(foto: Javier Fernández Vázquez)