Nicolai Gedda, una ‘rara avis’
Del tenor sueco Nicolai Gedda, de ancestros rusos, cabe empezar preguntándose: ¿es bello su timbre?, no especialmente. ¿Es feo?, ni mucho menos. ¿Es claro, raro, peculiar? Eso, sin duda. Para ahondar en su tipología vocal e interpretativa el orden del análisis no será siempre cronológico, sino más dependiente del origen del autor de las obras escogidas, en forzoso resumen, haciendo honor a su dominio de los idiomas.
Por alusión materna, en el turbulento drama de Shostakovich Lady Macbeth de Mtzensk hace del altanero y ciclotímico Serguei, el amante de Katerina, aquí Vishnevskaya. Canta muy bien y frasea con estilo, sin apenas interrupciones bruscas del legato, que afean por momentos su Traviata de Viena. Es muy certero al traducir la complejidad de la novela de Leskov, gran autor que vira su estilo en el relato El zurdo, de humor zumbón a lo Gógol, también llevado a la ópera por Rodion Shchedrin.
En 1954, a los dos años del debut oficial, grabó con Callas Il turco in Italia. Su voz era entonces más liviana, casi de tenor ligero y, gracias a un gran control técnico, iguala muy bien los sonidos. Don Narciso, rol no muy largo, no revela mucho más, aparte de una musicalidad congénita. Pinkerton es un apellido que, en su caso, obliga a vigilarse a sí mismo. Y en efecto, dirigido por Karajan en Butterfly, en 1955 se empieza a entrever una tipología de lírico. Su caudal es mayor, aunque mediado el dúo de amor la Callas se lo trague casi entero. Por otro lado, pese a notables detalles de músico, la tesitura no parece convenirle siempre y, aunque sus remates arriba nunca fueron puntiagudos, sino más bien redondeados, a veces no está cómodo en el pasaje lo que, en un tenor de su sabiduría, es algo inusitado.
Su Bohème, pese al habitual nervio rector de Schippers, es a ratos una pieza de cámara, con Freni, la mejor Mimì de su generación y media. En el 63, Gedda era un artista consumado. Es más bien su voz tan peculiar la que hace a Rodolfo algo más frío que de costumbre. Mas no debe olvidarse que es un intelectual, con un sentido del humor algo naïve, como sus camaradas, captado con suficiencia por el sueco. Su timbre en sí no es muy latino, pero es el timbre, insistimos, y no las intenciones, y sabe vencer ese apriorismo. Su Faust retrospectivo es una cumbre, unida a un recuerdo sentimental. En el campo de fútbol del cole luchaba contra 21 ‘jugones’, pues los contrarios no me pasaban el balón, y los míos, conociéndome bien, aún menos. Uno deambulaba por la hierba, ajeno al fragor del balompié, y pensaba en un Faust de Victoria y Gedda, de temprana adquisición; en las voces, en el coro de soldados, en cómo iba encajando la belleza de aquel puzle. Repasados 100 veces los CD HMV, es aún irresistible el encanto con que Faust se presenta a Marguerite en la fiesta de una plaza, el Do alpino que culmina su gran aria, o el refinamiento de ambos en el dúo nocturno, con frases deliciosas del tenor a media voz.
En Carmen, el Don José es otra de sus cimas, igual con Beecham que con Prêtre. En la segunda edición, en él aún más perfecta, destaca en su dúo con Micaela, por el mimo dinámico, por la acentuación y el modo en que su voz fluyente es escanciada en la fermata. El Aria de la flor, es regulada como Bizet demanda, como en Pertile, como en su maestro Oehmann, con el Sib y su resolución dichos con el mismo color vocal. Bravo en la escena final que, con sus urgencias, nos muestra que también sabe enfadarse frente a una Callas grande, pese a su declive.
Gran estilista mozartiano, gran Don Ottavio o Ferrando, en el Così fan tutte con Colin Davis, está flanqueado por una Baker superlativa y una Caballé sorprendente en su Rondó. La sección central de Un aura amorosa, que a otros ahoga, a Gedda no le crea problemas. En A lo veggio quell’anima bella, no suprimida en la edición de Philips, tras su canto tan cortés se intuye una sonrisa al atacar la melodía principal. Es el efetto sorriso, un vibrato exaltador definido por Mancini, tratadista canoro pionero, allá en 1774.
En plena madurez, con la voz plena, el sueco de tan amplio repertorio da un golpe de timón lindando con lo heroico. En el aria de Eneas de Los troyanos de la RAI, justamente célebres, canta con una voz fresca, sin falsetes, a los que otras veces recurre con finura, y con craneal proyección nos propina un agudo de 6 segundos casi eternos, pero sin tacha en la vertiente musical.
Llega ahora el turno de mi Gedda, en vivo y a lo vivo. Y excluyo su sonada cancelación de Valencia, donde Miquel Lerín lo tuvo apalabrado para hacer Mefistofele, en un mano a mano con Sam Ramey. Lo había oído antes en el Real, con tantos recursos como una máquina de cantar. Lució estilismo y brillantez, trenzando arias virgueras de Mignon (ambas), Lakmé, etcétera, sin atender en las propinas al loco que le pedía a esas alturas Postillon de Longjumeau. Tanto gustó y tanto le esperamos para actuar junto a Victoria de los Ángeles en el Teatro de la Zarzuela que, siendo sincero, salvo en las canciones de Mussorgski defraudó. Pero más tarde cabría resarcirse, escuchándole en petit comité el aria del acto final del Ballo, troceada un tanto a machetazos por los fiati, y su Kuda, kuda, este sí, de leyenda. Mi última vez fue en el Gran Teatro del Liceo, con él como jurado del Viñas, en localidades altas y excelsas. Cantó un Amor ti vieta de enfoque campanudo, con un potente La descomunal lindante con el delirio colectivo.
Y por fin llegamos al nervio mayor del texto, a su almendra. En 1979, Gedda debutó en Rigoletto en el Liceo, como Il Duca. Todo iba sobre ruedas (la función se grabó), pero al final de La donna è mobile, en lugar de un diáfano Si agudo, el cantante soltó un gallo garrafal. En ese momento, algún memo no pudo evitar la carcajada. Muy afectado, no salió ni una vez solo a saludar. Cuando unos melómanos con más alma fueron a su camerino para insuflarle ánimo, el gran tenor lloraba. Aquello le afectó hasta el punto de cancelar las otras dos funciones y, oficialmente, no regresó. Y así se pasó de la carcajada al llanto, esa del memo que va a la ópera a ver si pasa algo, aunque sea accidental. Gedda, el tenor de extensión prodigiosa, que jamás engolaba, que nunca gritó ni en Nochevieja, por un mero accidente se vio humillado en tan paradójico e insólito trance.
Joaquín Martín de Sagarmínaga