MÚNICH / Vientos propicios

Múnich. Bayerische Staatsoper. 13-I-2020. Isabelle Faust, violín. Antoine Tamestit, viola. Orquesta de la Ópera de Baviera. Director: Vladimir Jurowski. Obras de Mozart y Bruckner.
No había vuelto Vladimir Jurowski a pisar el podio de la Ópera de Baviera desde que se conociera su nombramiento como nuevo director musical a partir de septiembre de 2021, momento en el que desembarcará junto al nuevo intendente, el belga Serge Dorny, ahora en la Ópera de Lyon. Estos conciertos se convertían, de esta manera, en la primera toma de contacto real con quienes serán sus nuevos músicos y su nuevo público. En el recuerdo quedaba la primera vez que se encontraron, ya en un lejano noviembre de 2015, para ofrecer un concierto con obras de Liszt, Hindemith y Prokofiev, y la primera producción desde el foso: El ángel de fuego de Prokofiev.
Para el reencuentro, el maestro moscovita eligió un programa que muestra claramente por dónde irán las líneas de la nueva dirección musical. Primero, Mozart, con el que Jurowski ha trabajado concienzudamente durante su etapa en Glyndebourne y que con toda seguridad volverá a visitar en Múnich. En la segunda parte, Bruckner y el manejo de las grandes masas orquestales, fundamental para Wagner o Strauss, la gran piedra de toque en la tradición de este teatro.
Es difícil encontrar una pareja de violín y viola como la que conforman Isabelle Faust y Antoine Tamestit para abordar la bellísima y apolínea Sinfonía concertante para violín, viola y orquesta en mi bemol mayor, de Mozart. El diálogo de ambos convirtió la pieza en un formidable ejercicio de matices sonoros. El violín de Faust, que no puede ser más cantabile, encontraba en la viola Stradivarius (1672) de Tamestit, el punto de expresión profunda y serena que necesita esta música. Jurowski dejó en el ánimo del aficionado muniqués la ilusión de reencontrarse con un Mozart distinto, con un sonido limpio y dimensionado, consecuencia de una dirección de gesto muy contenido, pero muy precisa. La cuerda sonó con ductilidad y el vibrato justo, bien regulada con los metales, agazapados en el centro en una disposición de orquesta especialista.
Con la Tercera sinfonía en re menor de Anton Bruckner se volvió a ver a un director que busca la claridad meticulosa en el sonido, aunque haya que extraerla de ese océano sinfónico con melodías superpuestas y entrelazadas entre sí. A pesar de la sequedad de la sala para esta obra, Jurowski se las alegró para abordar en stacatto los pasajes que podrían resultar más ‘sucios’ sonoramente y reguló con un efecto muy bello uno de los pasajes más inspirados de Bruckner: la combinación de un tema de tipo polca en las cuerdas con un coral en los metales en el segundo tema del movimiento final.
Entre tímido e incrédulo, tuvo que salir a saludar tres veces a las prolongadas ovaciones del público muniqués. Qué embriagador resulta ver sediento de ilusión a un teatro que ya tiene de todo y sus propuestas están entre lo mejor que se hace en el mundo.
Felipe Santos
(Foto: W. Hoesl)
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