MÚNICH / Plácido Domingo, con el brío de un principiante
Múnich. Bayerische Staatsoper. 16-VI-2021. Verdi, La traviata. Ailyn Pérez, Liparit Avetisyan, Plácido Domingo, Daria Proszek, Yajie Zhang. Director musical: Keri-Lynn Wilson. Director de escena: Günter Krämer.
El escenario es ese espacio geométrico que el hombre habilitó cuando su propia vida no le bastaba. Había que representar otras para dar relieve a la propia, y en ese afán descubrir que uno trasciende a la propia persona. En la era de Internet y el entretenimiento, esa es la única razón por la que cada noche un cantante octogenario decide jugarse el prestigio que le queda en los escenarios que una vez pisó con indecible seguridad. Podría haberse retirado, huido, asumir que el momento pasó y fiarlo todo a la sentencia inapelable del tiempo.
Pero no, Plácido Domingo entró desde el fondo del escenario con el brío de un principiante, dispuesto a poner carne a Giorgio Germont, el padre por antonomasia, el que nunca duda de que obra bien desvelando el secreto de Alfredo. Y ahí es donde toda la carga expresiva, el centenar largo de papeles acumulados a lo largo de la carrera más longeva, hace emerger todo el relieve de este complejo personaje. La voz hace tiempo que va perdiendo recursos, pero mantiene la solidez de los apoyos y el conocimiento de los momentos clave de la partitura. Sólo así se puede entender un acto segundo como el que se vivió en su reaparición en el escenario de Múnich, a donde no se subía desde el 28 de junio de 2019, precisamente con este mismo papel. El Loggione muniqués se lo agradeció con ovaciones largas y cerradas, esa otra ‘democracia’ de los teatros, tan legítima como pueden serlo las que hoy se calientan desde las redes sociales. Antes de Twitter es existió —y existe— el Loggione de la Scala como ese modo de ‘justicia’ última que refrendaba o negaba lo acordado en los altos despachos del sistema en beneficio de un ideal tan perfecto como subjetivo.
Sus compañeros de reparto disfrutaron de la calidez de esos aplausos, que quizá parecían desproporcionados con el nivel de la representación. Fue una buena Traviata, pero irregular por momentos. Ailyn Pérez tiene el aplomo vocal para la exigencia del papel, pero pasajes como Sempre libera se saldan forzados. Su mejor acto fue el tercero, con un Addio del passato bellamente cantado. Liparit Avetisyan es un tenor lírico de voz timbrada que, sin embargo, adolece de cierta carencia de línea en sus intervenciones del segundo acto. La maestra estadounidense Keri-Lynn Wilson dirigió en general con solvencia, como momentos muy logrados como el difícil Amami, Alfredo, donde no siempre es posible controlar los volúmenes. La puesta en escena de Günter Krämer pretende trabajar sobre una idea de la memoria de los objetos a lo largo de la vida de los personajes, con una dirección escenografía inane de Andreas Reinhardt.
Felipe Santos