MÚNICH / ‘Lohengrin’: el desamparo de un buen elenco vocal
Múnich. Bayerische Staatsoper. 16-VII-2023. Klaus Florian Vogt, Joanni van Oostrum, Anja Kempe, Johan Reuter, Mika Kares, Egils Silins. Bayerische Staasorchester und Chor. Dirección musical: François-Xavier Roth. Dirección de escena: Kornel Mundruzco. Wagner: Lohengrin.
Antes de comenzar con la reseña propiamente dicha, he de pedir disculpas a quienes no hayan leído mi crítica de la Salomé que se representó dos días antes que este Lohengrin. Dado que el director musical fue el mismo en ambas óperas y que en la primera su prestación me estropeó la obra, me resulta imposible no hacer algún tipo de comparación y de referencia a esa velada.
He de decir que me gustó más François-Xavier Roth en el terreno wagneriano que en la Judea straussiana, y esto se debe a un par de razones. En primer lugar, la dificultad de la partitura de Salomé es mucho mayor y la complejidad de imbricación entre orquesta y voces supera notablemente a la de Lohengrin. Vamos, que por difícil que sea Wagner, no es endiablado como ese Strauss y si alguien no tiene un oficio y una técnica suficientes –porque Roth no las tiene como director de voces– se nota menos. En segundo lugar, se bajó del bólido y aunque algunos tempi también fueron exageradamente rápidos como en Salomé (la famosísima Marcha Nupcial, sin ir más lejos) y también mantuvo esa tendencia de casi atropellarse a sí mismo en una especie de fuga hacia delante, se frenó notablemente. Aún así, hubo momentos de notable imprecisión, porque Roth marca pero no dirige; da entradas pero no acompaña a los cantantes. Y ya si hablamos de ocuparse del coro, pues la cosa patina en no pocas ocasiones, como en el segundo y sobre todo en el tercer acto, en el que hubo muchas imprecisiones y momentos de zozobra, incluida la orquesta. Sigo opinando que el gesto de Roth es constante, sobreactuado e impenitente pero no es claro. Y respecto a la orquesta, se mantuvo el problema de Salomé: un predominio claro de las secciones de viento y especialmente del viento metal, que en no pocas ocasiones ahogaban al resto. Y como en Salomé, la profundidad y la emoción brillaron por su ausencia. Lo que de verdad no entiendo es por qué, teniendo como titular a ese gran músico que es Jurowski (que al día siguiente dirigió un espléndido Così fan tutte del que tendrán oportuna noticia en esta web), invitan a una batuta operísticamente limitada como Roth tan repetidamente.
En cuanto a los cantantes, el nivel general fue bueno, aunque quizá ninguno de los protagonistas llegó a la excelencia, pero insisto en que en más de una ocasión y de dos y de tres, se vieron completamente abandonados por el director. Klaus Florian Vogt es un Lohengrin de sobrados medios, con esa voz un tanto aniñada que recuerda más en el timbre a un casi ligero pero que tiene un caudal y una proyección realmente impresionantes. Transmitió una seguridad y un conocimiento del papel totales, y aunque la línea de canto adolece de cierta falta de finura e incluso de una cierta falta de legato en algunos momentos, su interpretación fue muy convincente. Algo calante en el comienzo de su aria del tercer acto, remontó inmediatamente para rematar estupendamente.
La Elsa de Joanni van Oostrum estuvo realmente bien, dotando de cierta fuerza psicológica a un personaje que, para qué vamos a engañarnos, tampoco tiene tanto donde rascar. Una voz no tan potente como la de la mayor parte del reparto pero sí muy bien utilizada en todos los registros y con un hermoso color. Anja Kampe estuvo irregular como Ortrud. Tiene una enorme voz con un centro realmente fabuloso, un muy amplio registro y una asimilación de la partitura que le permite un desparpajo sin igual a la hora de atacar esos tremendos agudos. Sin embargo, en numerosas ocasiones suenan duros y casi gritados, particularmente en esa intervención suya del tercer acto. Bien es verdad que llevaba casi dos horas sin cantar (los descansos de tres cuartos de hora creo que despistaron a más de un músico) y entrar con ese miura vocal es realmente una trampa mortal, pero aunque el personaje requiera esa dureza, ese carácter áspero y vengativo, se hubiera agradecido mayor cuidado en la emisión. Bien Johan Reuter como Telramund y fantástico el bajo Mika Kares como Heinrich, que se llevó una justa ovación. Muy bien los secundarios, particularmente el bajo-barítono Egils Silins, que encarnó a un Heraldo del Rey rotundo e impecable. Y también muy bien el coro… si lo hubieran dirigido debidamente desde el podio. Buen empaste y buenas voces. E impresionantes los cuatro solistas del Coro de Niños de Tölz en su breve pero destacada intervención.
En cuanto a la puesta en escena del húngaro Kornel Mundruzco, se trata de una producción para la Bayerische Staatsoper estrenada en esta misma pasada temporada. Sospecho que en mi memoria se irá borrando sin dejar más que una huella muy superficial. Se supone que ha querido representar una sociedad post-humana (sic) que busca a su salvador. Elsa es una muchacha traumatizada que no consigue escapar a su pasado y por eso sabotea su historia con Lohengrin. En esta propuesta los movimientos de masas son clave y desde ese punto de vista la cosa puede tener cierto interés, si no fuera porque también provoca desajustes musicales. El primer acto tiene lugar en un espacio delimitado por dos colinas en las que se amontonan los seres humanos vestidos con una especie de esquijamas. El vestuario no mejorará a partir de entonces. Elsa se debate e intenta probar su inocencia yendo de un lado a otro y metiéndose en una especie de pequeño pozo. Por supuesto, hay su parte de denuncia de la situación de la mujer y cuando Lohengrin le tiende la mano para ayudarla a salir de ahí, ella, muy digna, emerge sin apoyarse en él. Inmediatamente, en un gesto de empoderamiento sin igual, le pide que luche por ella contra Telramund. Esto tendrá su correlato en el último acto, cuando, a saber por qué, Elsa se pinta un signo del sexo femenino en el esquijama.
En cuanto al personaje de Lohengrin, hay que decir que si bien Klaus Florian Vogt es claramente más cantante que actor y resulta dramáticamente un tanto soso, es que el personaje de Lohengrin es de una pieza y no es fácil hacer una composición interesante. Para empezar porque el pobre encarna al mayor spoiler de la historia de la ópera: tanto decir que no puede decir su nombre y que si Elsa le prometió no preguntar nunca y resulta que le da título a la ópera. Pues a esto se añade el famoso esquijama (visiblemente Vogt hubiera estado más a gusto con una cota de malla) y un torneo ridículo con Telramund con una especie de soldadoras de Berjusa que pusieron aquello perdido de chispas. Así no hay manera de encarnar a un héroe puro en condiciones.
En el segundo acto resulta extraño ese fondo como de lateral de iglesia colonial, pero gracias a las luces y los movimientos del coro, la cosa no funciona mal e incluso resulta atractiva visualmente la escena de la boda, con unas ventanas que aparecen en la pared y desde las que la gente lanza cintas y confeti. Pero lo mejor vino en el tercer acto. Tras un intento de suicidio de Elsa abriéndose las venas y el asesinato a pedradas a Telramund, un peñasco inmenso empezó a bajar de los cielos, a modo de meteorito amenazante. Hay una leyenda que dice que no hay buena representación wagneriana sin piedra en la que sentarse y a ésta incluso se subieron Elsa y Lohengrin. ¿Qué quería decir ese peñasco, que recordaba a los de los cuadros de Magritte invadiendo habitaciones, o suspendidos sobre el mar, como en ese Castillo de los Pirineos? ¿Representa algo destructor que al mismo tiempo invita a renacer de las cenizas? Ni idea. Sólo sé que, una vez más, me quedé sin ver al cisne.
Ana García Urcola
(fotos: W. Hösl)