MÚNICH / ‘Hamlet’ y el elogio del ‘no ser’
Múnich. Bayerische Staatsoper. 9-7-2023. Allan Clayton, Caroline Wettergreen, Rod Gilfry, Sophie Koch, Charles Workman, Jacques Imbrailo, John Tomlinson, Sean Panikkar. Coro y Orquesta de la Bayerische Staatsoper. Director musical: Vladimir Jurowski. Director de escena: Neil Armfield. Dean: Hamlet.
«… or not to be, … or not to be, … or not to be». Hasta tres veces repite Hamlet la disyuntiva del «no ser» al comienzo de esta nueva versión operística del clásico de los clásicos, justo después de que el coro abra la obra con una epanadiplosis sobre el polvo. «Polvo, noble polvo, quintaesencia del polvo. La belleza del mundo vuelve al polvo». El famoso monólogo no ocurre en el teatro hasta el acto tercero, pero el libretista Matthew Jocelyn ha decidido que el príncipe escandinavo dijera aquí el primer verso fragmentado, mientras voces del coro dejan caer la palabra dust en ostinato, y que además dejara a medias el último pensamiento que dirá en vida: «El resto es…»
La Ópera de Baviera decidió abrir su Festival de Verano con confianza ciega en una producción que, en realidad, se estrenó en Glyndebourne hace seis años, pero que se quedará en el repertorio, algo bastante inaudito en este teatro. El resultado es más que notable y la obra no ha envejecido tanto. La única duda es si realmente aguantará tanto como otros clásicos de la casa, porque la propuesta del australiano Neil Armfield recurre a ideas ya manidas, especialmente en Alemania, aunque están dispuestas con gran eficacia. El arranque es, sin duda, uno de ellos.
La partitura de Brett Dean luce brillante en las manos de Vladimir Jurowski, quizá el principal artífice de que la obra haya tenido esta consideración en un festival que siempre abre con una producción propia. Esa será, en unos días, Semele, de Haendel. Los recursos del compositor son amplios, desde el coro que interviene a la manera griega, con susurros muchas veces y efectos vocales que contribuyen al darle un ambiente fantasmagórico. Esas tinieblas ocurren más bien en la psique de los personajes y la música acompaña esos cambios entre el subconsciente y el tiempo de los vivos transformando el color y la profundidad de la música.
El tono de la obra demandaba un Hamlet más contenido e introspectivo que el ofrecido por el tenor Allan Clayton, un punto exhibicionista y grandilocuente, con una voz no siempre de emisión clara. Sir John Tomlinson asumió con veteranía el papel del fantasma, ese que algunas veces reservó para sí el propio Shakespeare y que combinó con el del enterrador Yorick, y nos ofreció una de las grandes interpretaciones de la noche desde el punto de vista dramático, aunque su voz no esté en las mejores condiciones. Ofelia tuvo su escena de la locura, como ocurre en otras versiones operísticas, y quizá habría que haberle pedido al equipo artístico algo más de imaginación para alumbrar un personaje más complejo. La soprano Caroline Wettergreen dio con creces lo que le pedían y completó una gran noche con una voz timbrada y homogénea. El barítono Rod Gilfry cantó una bella escena introspectiva como el rey criminal Claudio y con la mezzo Sophie Koch dieron vida al matrimonio real con solvencia.
Felipe Santos
(foto: W. Hösl)