MÚNICH / Benjamin Bernheim: el triunfo de la ‘mélodie’

Múnich, Prinzregententheater. 19-VII-2023. Benjamin Bernheim, tenor. Carrie-Ann Matheson, piano. Obras de Schumann, Duparc, Berlioz y Chausson.
Tener la posibilidad de escuchar a un tenor lírico-ligero en la cresta de la ola abordando un repertorio tan interesante como el que presentó Benjamin Bernheim en el Prinzregenten Theater de Múnich el pasado día 19 de julio es algo realmente apetecible y que crea muchas expectativas. Sin embargo, el recital no las colmó más que a medias, aunque, por suerte, fue de menos a más y el último sabor de boca fue excelente. Pero vayamos por partes.
La primera parte de este recital, cuyo tema parecía el de la exaltación y el dolor por la pérdida del amor, estaba dedicada íntegramente a ese culmen del género lied que es el Dichterliebe de Robert Schumann. Francamente, creo que Bernheim se equivocó programando esta obra por dos razones: porque aún no la tiene interiorizada y porque, desde el punto de vista meramente vocal, hay demasiados números que le resultan graves en exceso, y por mucho que solvente la emisión de esas notas sin accidentes, la realidad es que esas partes quedan un tanto deslucidas, puesto que la transposición está vedada cuando se hace la obra completa. Aún así, comenzó muy bien la cosa, con un delicioso Im wunderschönen Monat Mai que auguraba lo mejor, pero muy pronto se pudo apreciar que la obra no estaba interiorizada. Sin duda, Bernheim se sabe la partitura musical y la tiene “metida en voz”, es decir, sabe lo que tiene y quiere hacer desde un punto de vista técnico en cada momento y lo ejecuta, pero ni sabía el texto literario a pesar de su casi perfecta dicción alemana, porque no hubo manera de que despegara los ojos del atril, ni hubo interpretación propiamente dicha: pasó por encima de los mil matices y cambios de carácter que contiene la obra de puntillas. Es preciso decir que es un gran cantante, poseedor de una muy bella voz, redonda, con unos agudos muy hermosos, de caudal no muy grande pero sí muy bien proyectada y capaz de sacarle todo el partido posible. Por ejemplo, nos regaló bellas messa di voce ya en esta obra y su ejecución fue correcta en cuanto a que hizo lo que se marca en la partitura, con esa forma de cantar suya muy “a la italiana” en ciertos momentos, como cuando utiliza pequeños portamenti para ir al agudo, lo que no es habitual en este repertorio y quizá algunos le reprocharían pero, en mi opinión, tiene su gracia y aporta diversidad. La lástima fue, insisto, la falta de penetración de los poemas, porque realmente lo mismo daba que estuviera cantando los textos de Dichterliebe que los de La Araucana.
Por otro lado, hay que decir que aquello no estaba suficientemente ensayado con la pianista, Carrie-Ann Matheson, quien tampoco parecía dominar su parte. Sin duda es una pianista muy solvente y eficaz, muy acostumbrada a acompañar y a resolver en poco tiempo, pero todo eso hace que tire de una serie de trucos para tapar problemas, como por ejemplo, tocar todo pianissimo, o más bien sin profundidad de sonido, para que parezca que está muy preocupada por no cubrir al cantante, cuando lo que hace es evitar que se oigan los errores que comete porque no hay manera de saber si está tocando todas las notas o no. Ni esta estrategia le sirvió para despistarnos de su falta de estudio de la obra. Ojo, que tampoco fue un desastre, pero fue algo que resultó muy molesto, porque tampoco por su parte hubo interpretación ninguna. Lógico, cuando no se ha trabajado lo suficiente de forma individual y en dúo, no hay manera de hacer una versión realmente expresiva. Desajustes en Die Rose, die Lilie, en que pareció que no se habían puesto de acuerdo en el tempo; dar la primera nota a Bermheim antes de atacar la anacrusa de Ich will meine Seele tauchen (esto es inaudito en una prestación profesional seria); ritmo carente de pulsación verdadera en Im Rhein, im heilige Strome por parte de Matheson que hacía que aquello se precipitara; falta absoluta de garra, rabia y desesperación en Ich grolle nicht por parte de Bernheim y falta de articulaciones por parte de Matheson, que pasó por encima de todo el contracanto precioso de Das ist ein Flöten und Geigen sin marcar tampoco debidamente ese ritmo obsesivo de la mano izquierda y por tanto, sin ayudar al tenor a que se instalara debidamente en su fraseo; o esa anulación completa del carácter entre desesperado y agotado de ese lied impresionante que es Ich hab´in Traum geweinet… En fin, que aquello terminó con una coda tan poco interesante y gris como todo el resto.
Tenía yo esperanzas en que aquello se arreglara con la parte francesa del recital –porque además de que es repertorio de predilección de Bernheim, ya lo habían hecho previamente en otros recitales y por tanto, ya estaría más ensayado– y así fue. Para empezar, Bernheim salió sin partitura, denotando que estos textos sí los tiene completamente integrados y dominados, y se notó la diferencia, vaya que si se notó. Perfecto el color de su voz para los Duparc, y esa versión entre flotante y apasionada que ofreció. Maravillosa su forma de decir “luxe, clame et volupté” en L´invitation au voyage, apoyando las consonantes que proporcionan la imagen sonora de la palabra que representan. Eso sí, tampoco estuvo muy fina Matheson, con un tempo desaforado en la parte final que hizo que Bernheim perdiera pie en su última frase y además ella también entró en un bucle del que salió porque las repeticiones lo permiten. En cuanto a Phydilé, de nuevo él estuvo mucho mejor que ella, cuyas frases carecieron de pulsación y dirección a pesar de la velocidad y que pasaba por encima de todas esas armonías tan ricas y sugerentes, como si las armonías no pasaran por ella. Un bravo a Bernheim por no perderse sobre ese acompañamiento tan desdibujado y conseguir la tensión necesaria para llegar a ese final triunfante.
Continuó esta parte con Le Spectre de la Rose, la segunda pieza de Les nuits d´été de Berlioz, donde Bernheim dio una auténtica lección. Estuvo realmente magistral en esta obra que es casi como un aria de ópera y que, con todas las peculiaridades de Berlioz, se encuentra muy próxima a las óperas de Gounod, en las que el francés no tiene rival a día de hoy. Perfectas esas inflexiones que demanda el melancólico y totalmente romántico texto de Gautier en el que dio rienda suelta a su vis dramática y a través del cual el tenor desplegó toda la gama de sus recursos vocales en un derroche de técnica y expresividad. Su tendencia “italianizante” en la emisión resulta perfecta para este periodo de la música francesa. También estuvo mejor Matheson, que tenía más claro a dónde dirigir la música, aunque se siguió echando de menos un poco más de claridad en la pulsación e incluso de profundidad en los bajos.
Y por último, esa obra complicada que es el Poème de l´amour et de la mer de Chausson, que por cierto está dedicada a Duparc, quien a su vez le había dedicado Phydilé. Como ven, la confección de esta segunda parte estaba muy bien hilada. Esta especie de cantata profana de forma cíclica y muy inspirada por Franck y Wagner tiene dos partes unidas por una especie de interludio orquestal, inspiradas por sendos poemas de Bouchor libremente adaptados por el compositor. La partitura para piano no es nada cómoda y es preciso decir que Matheson estuvo bien en general e incluso muy bien en algunos momentos, dando la impresión de estar mucho más implicada en esta obra e interpretó un interludio realmente interesante, con una paleta sonora mucho mayor. En cuanto a Bernheim, su versión es simplemente soberbia. Navega perfectamente en esta compleja expresividad que camina entre el ensueño, la nostalgia, la desesperación y la resignación dolorida y también entre el aria y la mélodie, un poco como en Berlioz.. Perfectos sus crescendi para llegar a los escasos pero fundamentales cúlmenes sonoros de la obra. Bellísimos los pianissimi en esa voz que incluso en las messa di voce suena algo apoyada y con un punto carnal, aportándoles un color muy personal y especial. Y qué decir de cómo interpretó la última sección de la segunda parte, Le Temps des lilas, que para quien suscribe, es la música más triste del mundo (Chausson la convirtió en mélodie independiente): cada frase tuvo su color expresivo, desde la melancolía hasta el horror ante el amor muerto (que no las personas, acaso sea más fácil de superar la pérdida del amor cuando el ser amado deja de existir que cuando nos deja de amar) y dibujó ese sendero hacia la desesperanza resignada pasando por todos los matices del dolor con su voz: desde una emisión potente y casi broncínea hasta prácticamente un hilo de voz, todo ello con un control del fiato y el apoyo absolutamente magistral. Sublime.
Tras la catarata de aplausos, nos ofrecieron sendas propinas. En primer lugar, Morgen de Richard Strauss donde Matheson dio lo mejor de sí con una introducción maravillosa y Bernheim, aún con el estado de ánimo influido por Chausson, ofreció una versión llena de fragilidad y delicadeza en lo expresivo y una seguridad aplastante en lo vocal. La velada terminó con algo que fue forzosamente aplaudidísimo por los asistentes: Dein ist mein ganzes Herz, de El país de las sonrisas de Franz Léhar. Llegados a este punto tengo que admitir que entre mis parafilias menos confesables está el gusto por la opereta vienesa, así que no ocultaré mi entusiasmo cuando escuché el primer compás, porque, como cabía esperar, Bernheim lo bordó. En la ciudad de Jonas Kaufmann, triunfó Benjamin Bernheim porque su voz se adapta perfectamente a este repertorio y porque, aunque no tiene una voz tan versátil como el muniqués (al que adoro, ojo), aquí consiguió más matices y mayor flexibilidad en el fraseo.
Un recital que fue de menos a más y que llegó al punto que esperábamos desde el principio. Solamente desear que Bernheim se decida a tener un pianista acompañante con quien conforme de verdad un dúo de forma más continuada, porque nos ofrecerá muchos fantásticos momentos musicales.
Ana García Urcola