MOTRIL / Trópico granadino

Motril. Teatro Calderón de la Barca.19-IX-2020. Trío Arbós (Cecilia Bercovich, violín; José Miguel Gómez, violonchelo; Juan C. Garvayo, piano), Pablo Quintanilla (violín), Paul Cortese (viola), Miguel Trápaga (guitarra), Miguel “Cheyenne” (percusión y Valeriano Paños (baile). Obras de Suriñac, Garvayo y Boccherini • Fábrica del Pilar. 20-IX-2020. Taramela Band (Julián Garvayo, trombón; Fran Fernández (piano), Miguel Pedraza (contrabajo) y Manu Velasco (batería). Obras de Albéniz, Falla, Velasco y arreglos y piezas propias.
Como diría Fiordiligi en su famosa aria, el Festival Música Sur de Motril se mantiene firme como un escollo ante los embates de las olas. A pesar de las circunstancias y a pesar de la retirada de algún apoyo institucional, el tesón de Juan Carlos Garvayo y el apoyo incondicional del ayuntamiento motrileño (que, recordemos, ha triplicado su presupuesto en Cultura en los últimos años) han conseguido no sólo salvar este encuentro, sino diseñar un programa de enorme calidad, con la doble presencia del Cuarteto Diotima, la llegada del Cuarteto Quiroga, la maestría en persona de Mauricio Sotelo, un nuevo espectáculo de raíces motrileñas de Forma Antiqua (“La Caramba”), el duelo a la guitarra entre Miguel Ángel Cortés y José María Gallardo o el Spanish Brass.
Sólo pudimos asistir al primer fin de semana, que supo a poco, pero con resultados espléndidos. Nada menos que cuatro premios nacionales se dieron cita en el concierto inaugural: el Trío Arbós, Valeriano Paños, Mauricio Sotelo y el poeta de adopción motrileña Antonio Carvajal. Un simple detalle del nivel de excelencia que se conjura por aquellas tierras en estas fechas. La noche se abrió con el infrecuente pero sumamente atractivo Cuarteto con piano de Carlos Suriñac, obra juvenil que destila aires neoclasicistas y que muestra un homenaje a músicas de raigambre popular inventadas o citadas sutilmente, como ocurre con las canciones de Lorca El café de Chinitas o Las tres hojas que emergen puntualmente en tercer tiempo.
Pocos grupos como el Arbós, con la participación habitual y siempre brillante de Paul Cortese a la viola, para darle sentido a las rítmicas cambiantes y los juegos de colores que presenta esta obra, con bellísimos pasajes en sordina y una Bercovich capaz de definir a la perfección el sonido incluso en los pasajes agudos más extremos. Ya en forma de trío sonaron dos composiciones del propio Garvayo inspiradas en su tierra y fundamentadas en aires flamencos como los que se pueden degustar en su reciente disco Travesías. Los músicos se mueven como peces en el agua en este juego alternante de ritmos de amalgama de las seguidillas combinadas con un fuerte lirismo melódico, como es el caso de Rebalaje.
El cierre del concierto se realizó por medio del famoso quinteto G 488 de Boccherini, con su fandango final. No pudo sonar más idílica la Pastorale inicial, con sus cuerdas en sordinas y el contrapunto siempre preciso y sutil de la guitarra de Trápaga, en articulaciones ligeramente ligadas que nunca cayeron en lo blando. En el Allegro maestoso llegó el momento de que Gómez mostrase su dominio de esos registros extremos con los que Boccherini tortura a los violonchelistas, con cuerdas pisadas al aire y pasajes en armónicos. Ya para el Fandango compareció el coreógrafo y bailarín Valeriano Paños, que ya desde su entrada concitó la atención y la tensión de la escena. Fue la suya una coreografía perfectamente resuelta en lo técnico (perfectos saltos y giros, zapateado enérgico y siempre a compás) y con una clara inspiración bolera llena de regusto dieciochesco, muy elegante y brillante a la vez.
Taramela Band es un conjunto recién nacido para la ocasión y formado por jóvenes músicos de solidísima formación, lo que se evidenciaba en la soltura técnica de sus interpretaciones. Su propuesta se inclinaba hacia versiones propias de algunas piezas clásicas, como el Albaicín de Albéniz, el Vito de Obradors, algunas de las Canciones de Falla o de Lorca y también composiciones propias de aires cubanos. Si en las versiones sobre clásicos españoles sobresalió su manera de entender y fusionar cada una de las obras (muy conseguido el paso del aire misterioso de la Asturiana al desgarro del Polo, por ejemplo), en sus piezas propias o en su versiones de melodías populares (¡ese Mojo picóni!) destacó su soltura en las improvisaciones y la identificación total con el espíritu festivo caribeño. Del trópico cubano a la costa tropical granadina.