MONDOÑEDO / La música sinfónica no se arrodilla ante el virus

Mondoñedo. Catedral. 12-VII-2020. VII Festival Bal y Gay. Real Filharmonía de Galicia. Director: Maximino Zumalave. Obras de Mozart, Bal y Gay, y Mendelssohn.
Resultaba algo paradójico que el Festival Bal y Gay, que cumple su séptima edición, no hubiera pasado más que de refilón (únicamente una sonata) por la música de este compositor gallego. Anoche, durante el concierto inaugural, se subsanó ese olvido y se pudo escuchar su Concerto Grosso en una emotiva lectura de la Real Filharmonía de Galicia, entre medias del Adagio y fuga den Do menor KV 546 de Mozart y de la Sinfonía nº 4, “Italiana”, de Mendelssohn. Emotiva lectura no solo por lo que entrañaba de homenaje a Jesús Bal y Gay, nacido en Lugo en 1905 y fallecido en la localidad madrileña de Torrelaguna en 1993, sino por lo que tenía de reivindicativo por parte de la música sinfónica, la gran afectada en la pandemia que padecemos, por cuanto resulta extraordinariamente complicado en estas circunstancias que una plantilla tan numerosa pueda congregarse en un escenario. Por ello, tuvo mucho de carga simbólica que el concierto (último de la temporada para la Real Filharmonía, que, por cierto, el próximo año celebra un cuarto de siglo de existencia) se celebrara en la Catedral de Mondoñedo, que recibe el sobrenombre de la “Arrodillada” por sus perfectas proporciones y escasa altura. Era, en suma, una forma de gritar que la música sinfónica no se arrodilla ante el coronavirus y que quiere proseguir contra viento y marea con la que hasta hace apenas medio año era su actividad cotidiana.
Las medidas de seguridad fueron estrictas: limitación de aforo (apenas un centenar de personas en el público), las consabidas mascarillas y los hidrogeles, la separación de metro y medio entre los músicos y las pantallas de metacrilato delante de los instrumentos vientos. Pero es evidente que, más allá del miedo o del respeto que infunde la Covid-19, la gente tiene ganas de escuchar música en directo. Y mucho más en una comarca, como la de La Mariña lucense, donde no abundan las ocasiones durante el resto de año de asistir a este tipo de espectáculos. El escenario, es decir, la Catedral de Mondoñedo, era un aliciente (¡qué imponente visión la de los dos órganos barrocos construidos por el organero extremeño Manuel de la Viña Elizondo!), pero a la larga perjudicó a los músicos por su compleja acústica. Se notó ello sobre todo en la obra de Mozart que abría el programa. Pero, en fin, este es un toro con el hay que lidiar siempre cuando una orquesta sinfónica sale de su hábitat natural, que es un auditorio.
Bastante mejor resultó el Concerto Grosso de Bal y Gay, obra escrita en 1951 como homenaje a Johann Sebastian Bach con motivo del segundo centenario de su muerte. No se engañen: ni hay reminiscencias bachianas por ningún sitio, ni tampoco barrocas, salvo su nombre. Es un concierto breve, con un movimiento lento central en el que cobran brillante protagonismo los instrumentos de viento (especialmente, el clarinete). Maximino Zumalave supo extraerle toda la sustancia y logró, al mismo tiempo, que no se produjera un contraste demasiado chirriante en el tránsito del siglo XVIII al XX, con vuelta luego al XIX.
La sinfonía de Mendelssohn fue lo mejor de la velada. Se nota que es una obra que forma parte del repertorio habitual de la Real Filharmonía de Galicia, con la que sus músicos se sienten cómodos e identificados. Zumalave supo insuflar el brío que demandan sus movimientos rápidos y el hondo lirismo que reclama el segundo movimiento, Andante con moto, que, como bien se encargó de subrayar durante la introducción al concierto el presidente de la asociación que organiza el festival, Enrique Rodríguez Baixeras, seguramente sirvió de inspiración al autor del famoso pasodoble Suspiros de España.
(Fotos: Alberte Peiteavel – Festival Bal y Gay)