MÓDENA / Dantone frota la lámpara y aparece el genio
Módena. Teatro Comunale Pavarotti-Freni. 3-II-2023. Vivaldi: Il Tamerlano. Filippo Mineccia, Bruno Taddia, Delphine Galou, Federico Fiorio, Shakèd Bar, Arianna Venditelli. Accademia Bizantina. Director musical: Ottavio Dantone. Director de escena: Stefano Monti. DaCru Dance Company. Coreógrafos: Marisa Ragazzo y Omid Ighami.
Antes de meternos en honduras, dos puntualizaciones necesarias. La primera: este Il Tamerlano de Antonio Vivaldi es lo que antes conocíamos como Bajazet. Al acometer la grabación discográfica hace unos meses, Ottavio Dantone comprobó que el nombre que aparecía en la portada de la partitura era Il Tamerlano. O, más exactamente, Il Tamerlano, ovvero La morte di Bajazet, ópera que figura como RV 703 en el catálogo oficial vivaldiano. La segunda: no es realmente una ópera, sino un pastiche, ya que Vivaldi incluyó arias de óperas suyas (L’Olimpiade, Il Giustino, Semiramide, Farnace, Motezuma y L’Adelaide), así como de óperas de Geminiano Giacomelli (Alessandro Severo, Adriano in Siria y Merope), Johann Adolf Hasse (Siroe, re di Persia) y Riccardo Broschi, el hermano de Farinelli (Idaspe; en concreto, la archiconocida aria de Irene Qual guerriero in campo armato). Curiosamente, Vivaldi utilizó las arias propias para los personajes ‘buenos’ (Bajazet, Asteria e Idaspe) y las de sus tres colegas, para los personajes ‘malvados’ (Tamerlano, Irene y Andronico). El trabajo de ensamblaje fue tan bueno que Il Tamerlano figura, con todo derecho, como una de las mejores composiciones para la escena del cura veneciano.
Con libreto de Agostino Piovene, fue estrenada en el Teatro Filarmónico de Verona durante el carnaval de 1735. La historia narra el trágico destino del emperador tártaro Bajazet, apresado por el sultán otomano Tamerlano, entre tramas de amores y odios entrecruzados que protagonizan Tamerlano, Asteria (hija de Bajazet y amante de Andronico), Irene (princesa de Trebisonda y prometida de Tamerlano) y Andronico (príncipe griego aliado de Tamerlano). Después de la grabación antes aludida, Dantone y su orquesta, la Accademia Bizantina, están ahora de gira con esta nueva producción, que fue estrenada en Ravena a mediados del pasado mes. En estos momentos, se hallan en Módena, desde donde seguirán por Lucca, Cracovia y, finalmente, el 30 de mayo, Barcelona (Palau de la Música).
La puesta en escena, debida a Stefano Monti (a quien también se debe el decorado y el vestuario), tiene un enfoque futurista. Y apocalíptico. Los personajes visten con trajes que podrían servir para una nueva entrega de la saga Mad Max o para otra temporada de Juego de tronos. El montaje, aunque no tenga nada que ver con la historia de Tamerlano (cuando vamos a presenciar una ópera barroca, sea donde sea, nos resignamos y hacemos buena la frase de Dante Alighieri: “Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza”), no es excesivamente molesto. Otra cosa es el constante pulular de unos bailarines que aportan poco y que distraen mucho tanto al público como a los propios cantantes. El escenario no puede ser más minimalista: una de esas plataformas que ahora están tan de moda —que, aquí, tan pronto hace de muro, como de estrado, rampa o columpio— y dos tronos que aparecen y desaparecen a conveniencia. A veces, los cantantes tienen que desgranar su arias subidos en la polivalente plataforma, pero al menos no se les obliga a cantar trepando, dando volteretas o haciendo el pino puente, que parece que es lo que se lleva ahora. Lo mejor del montaje son, sin duda, los vídeos de Cristina Ducci proyectados en una pantalla gigante que está situada al fondo del escenario.
Dejando a un lado los peros escénicos, hay que decir que todo lo demás de este Tamerlano es una pura delicia. Es casi imposible encontrar un elenco vocal tan homogéneo y tan idóneo. El contratenor Filippo Mineccia, una auténtica ‘bestia escénica’, encarna un Tamerlano antológico, dibujando de manera magistral —con su voz y con su manera de actuar— el abstruso perfil psicológico del rol. Es imposible remarcar de una manera más contundente todos y cada uno de los matices que entraña Tamerlano. La voz de Mineccia proyecta de manera envidiable y su prosodia es abrumadora. No es cuestión de establecer ahora un ranking, pero creo sinceramente que Mineccia está entre los tres o cuatro mejores contratenores de la actualidad para cantar ópera barroca.
La perfidia de Tamerlano está a la par que la de Andronico, papel que recae en el joven sopranista (25 años) Federico Fiorio, dueño de una voz aterciopelada, absolutamente natural y para nada exenta de potencia. Después de tener que soportar durante años a sopranistas (reales o sedicentes) que eran auténtico tormento para oídos delicados, vemos cómo una nueva generación de sopranistas (de los de verdad) empieza a hacerse un hueco en el panorama de las voces agudas (apunten los nombres de Bruno de Sá, Samuel Mariño, Alexander Orellana o Nicolò Balducci junto al de Fiorio). Mejor tarde que nunca.
Magníficas las mezzosopranos Delphine Galou (Asteria) y Shakèd Bar (Irene) en este complejo contraste que ofrecen sus dos personajes principescos. La francesa cantó con una profundidad y una sensibilidad dignas de encomio. Esa oscura voz suya es un verdadero tesoro. La israelí, por su parte, se reveló como una auténtica sorpresa, a la que habrá que seguir de cerca para confirmar la magnífica impresión dejada aquí. Notables altos tanto para Bruno Taddia (Bajazet), aunque su papel no sea de los más destacados de esta ópera, y la siempre brillante soprano Arianna Venditelli (Idaspe).
En cuanto a la orquesta, seré conciso: es muy difícil, por no decir imposible, que una formación historicista suene tan rotundamente bien como lo hace la Accademia Bizantina. La tersura de sus cuerdas, con Alessandro Tampieri al frente, deja sin aliento al más pintado. Y la dirección de Dantone, desde el clave, es sencillamente formidable. Como se decía antiguamente, Dantone tiene ‘mano de santo’.
Eduardo Torrico
(Fotos: Zani-Casadio)