Milena Martínez: “Expresar la vulnerabilidad es el mayor síntoma de fortaleza”

Si tuviéramos que definir el pianismo de Milena Martínez con una palabra, “sinceridad’” acaso se quedaría corta para reflejar el universo musical de la joven intérprete vallisoletana. Entiende la música como el arte de las artes, la forma de comunicación más pura, más directa, que trasciende las palabras para conectar directamente con el alma humana. Este martes, 23 de noviembre, clausura el XIX Ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Scherzo con un concierto que ella misma cataloga como “personal”, y en el que ofrecerá obras de Chopin y Schubert.
¿Cuál diría que es la primera memoria musical que se le viene a la cabeza?
Posiblemente, cuando me acerqué por vez primera al piano. Mis padres no son músicos y no vengo de familia musical. Cuando era muy pequeña, un amigo estaba tocando el piano en una iglesia y me acerqué a él. Me enseñó un par de cosas en ese momento y, a partir de ahí, mi curiosidad no me dejó separarme del instrumento. Nadie me dijo o insistió en tocar un instrumento. Fue más tarde, en Lucena, cuando tuve mi primera experiencia musical que podríamos calificar verdaderamente de intensa.
¿Qué ocurrió en Lucena?
Yo tenía 13 años y fui para hacer un curso de verano. Fue entonces cuando escuché el Quinto concierto de Beethoven. Los primeros compases del segundo movimiento me cambiaron la vida. La forma que tenían de hacer música, en comunidad, siendo un grupo de amigos que decidían reunirse para tocar. Confío plenamente en que la música debe de surgir desde la comunidad, desde el compartir, y este es un concepto que ha permanecido invariable en mí. En el escenario nadie es más que nadie. Lo importante no somos nosotros, lo importante es la música. Por eso no creo en jerarquías dentro de la orquesta. Hacer música es compartir un sentimiento común desde la más absoluta humildad, que nace de una escucha atenta. La música es el principio de un mundo ideal y, además, la forma que más se acerca a una comunicación pura, sincera.
Tras los largos meses pasados de confinamiento y soledad —algo bastante común en la vida musical—, ¿cree que su acercamiento al hecho musical ha variado de alguna forma?
Esos meses me dieron tiempo para reflexionar, otorgándome cierta perspectiva. La soledad y el silencio te obligan a mirar hacia dentro, a quitar capas y vicios adquiridos. El piano siempre ha sido mi compañero en los momentos más lúgubres, pero también en los más claros. Estar sola con mi instrumento y no tener que responder a necesidades del exterior me ha ayudado a tener una relación más honesta con él.
Como industria nos hemos tenido que adaptar a nuevas formas de llegar al público. El streaming, ¿ha llegado para quedarse?
Desgraciadamente, sí. Internet supuso ya un cambio social abismal. Y el streaming cambiará el concepto de concierto. Tiene cosas buenas: permite disfrutar de la música estés donde estés, a coste reducido y sin distracciones. Pero no debemos olvidarnos de que la comunicación verdadera se realiza en persona. La relación intérprete-público se distorsionará. Incluso si hablamos de comunicación en general, creo que el streaming irá en detrimento de las relaciones humanas. Como todo cambio e innovación, tenemos que observarnos en todo momento, así como aprender las reglas de su buen uso.
¿De qué forma estos nuevos cambios pueden ayudar a que la música clásica llegue más fácilmente a un público joven?
Creo que el público joven tiene curiosidad por la música clásica, pero el problema es que no saben por dónde empezar. Mis amigos siempre me cuentan que, si buscan algo de Chopin o Schumann en la red, lo primero que les aparece son vídeos para relajarse, para concentrarse… Da la sensación de que la música clásica está ridiculizada y relegada a otra dimensión, más comercial que otra cosa. Deberíamos hacer un esfuerzo por entender esta nueva realidad. ¿Por qué tenemos miedo a adaptarnos a 2021? ¿Tan difícil es entender que para llegar al público de hoy es necesario hablar en un lenguaje actual? La propia industria de la clásica se está aferrando a unos paradigmas que, poco a poco, la van debilitando.
¿Cuál es el conflicto mayor al que el intérprete joven se enfrenta nada más terminar sus estudios?
La frustración se mete en medio de tu relación con la música. Y esto es un engaño. Pero es verdad es que, si quieres sobrevivir, tienes que dar clases. Cuando terminas el conservatorio, no hay una consecuencia lógica del proceso. De repente se corta ese flujo, porque hay que hacer dinero. Pero no todo el mundo tiene que responder al perfil de solista. Lo bueno sería tomarse el tiempo necesario para reflexionar y para ver qué puede hacer uno en el mundo del arte. Todos somos únicos y hay que saber escuchar esa voz interior. No nos tomamos el tiempo suficiente para conocernos a nosotros mismos y saltamos directamente a los exámenes de la oposición. El problema que surge es que esta frustración acaba entrometiéndose en tu relación con la música. No nos damos el tiempo suficiente para seguir desarrollándonos. Nos aterra la incertidumbre. Y muchas veces ese periodo es algo necesario para conocernos más a nosotros mismos, para comprender cuál es nuestro sitio dentro del mundo musical y qué podemos ofrecer que sea nuestro, que nos muestre tal y como somos.
Habla de una realidad silenciosa a la que todo intérprete debe enfrentarse pero que, por desgracia, pocos hacen público. Si bien en la vulnerabilidad reside la esencia del hecho musical, ¿por qué cree que el intérprete en proyección rehúye de esa fragilidad, que en muchos casos es necesaria para conectar totalmente con el instrumento? ¿Por qué ocultamos aquello que es evidente en nosotros cuando nuestro fuero interno pide a gritos un cambio?
Se necesita valentía. Las virtudes salen a la luz por medio de la valentía. Aunque la duda o el miedo son necesarios. Al final, expresar la vulnerabilidad es el mayor síntoma de fortaleza que puede haber. Si no hacemos eso, creo que no sirve de nada interpretar.
Hablando de conversar, ¿de qué forma establece un coloquio con Schubert y Chopin en el programa que presenta en el ciclo Jóvenes Intérpretes?
La Sonata D 959 de Schubert es una pieza que me ha acompañado toda la vida, aunque me he atrevido a estudiarla hace relativamente poco. No podría decir que la prefiero sobre otras obras, pero sí que tengo la sensación de que esta obra es como si tuviese la última palabra en muchas cosas. Chopin, por otro lado, ha sido mi mejor maestro, sobre todo dentro del ámbito instrumental. Chopin es el mago del piano, y como pianista, me ha dado un repertorio infinito de posibilidades de expresión dentro este ámbito. La Sonata op. 58 es el colofón de su obra, así que con más razón.
Por último, ¿qué tipo de pianista le gustaría ser en un futuro?
Me gustaría ser sólo un canal. No entrometerme entre la música y su expresión. No se puede ir detrás de la autenticidad porque eso ya cambia las cosas; si gracias a estar en el estado adecuado aparece de repente el concepto de ‘lo auténtico’, bienvenido sea.
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