Michael McCraw, inolvidable como músico y como ser humano
Michael McCraw (19 de octubre de 1947) falleció el pasado 30 de mayo, seis años después de haber sido atropellado por un automóvil y de haber sufrido una lesión cerebral traumática que le obligó a vivir todo ese tiempo recluido en una residencia asistida. Le sobrevive su hermano, Richard McCraw, en Carolina del Sur.
Michael disfrutó de una relación íntima con la música durante más de sesenta años, compartiendo dicha relación con los estudiantes de la Escuela de Música Jacobs (Bloomington, Indiana) durante algo más de tres lustros. Aclamado internacionalmente como virtuoso del fagot barroco, con cerca de 140 grabaciones en su discografía, Michael es reconocido como un pilar referencial en la música clásica de nuestro tiempo. Sin embargo, todas esas credenciales de su actividad profesional no llegan a revelar, siquiera mínimamente, la verdadera esencia de Michael McCraw. Para ello hay que tener en cuenta su personalidad extravertida (más grande incluso que la propia vida) y su manera de relacionarse con todos, algo que lo convierte en inolvidable para cualquier músico que haya tenido contacto con él, por no mencionar también a editores, musicólogos o funcionarios de Bloomington a Barcelona, de Charleston a Colonia, de Toronto a Turín…
Hijo de un violinista que también tocaba el banjo en las montañas de la Cordillera Azul (Estados Unidos), Michael aprendió a leer música a la edad de cinco años, cuando cantaba himnos religiosos en la iglesia de su pueblo. Durante la infancia, recibió lecciones de piano, aunque más tarde se pasó al clarinete y, en el último año de sus estudios de Secundaria, al fagot. Después de empezar la carrera de Educación Musical en la universidad, Michael se dio cuenta de que realmente quería dedicarse en serio a la interpretación, así que se trasladó a la recién inaugurada Escuela de Artes de Carolina del Norte. Tras graduarse allí, se instaló en Nueva York con la intención de proseguir allí con sus estudios, aunque pronto se convirtió en un free lance de la música. Fue entonces, durante aquellos embriagadores días de principios de los años 70, cuando Michael y yo nos hicimos amigos, realizando hazañas que serían completamente inapropiadas de relatar en esta ocasión.
En 1973, Michael se interesó por la música antigua y, especialmente, por el fagot barroco. No había profesores de ese instrumento entonces, así que aprendió él mismo a tocarlo y a fabricar sus propias cañas leyendo tratados y dejando que el propio instrumento le enseñara cómo quería ser tocado. Viajó a Colonia en 1979, con ánimo de experimentar durante algún tiempo, pero terminó quedándose en Europa hasta 1991. Allí completó una sólida carrera como intérprete, tocando y grabando con la mayor parte de los principales grupos de música antigua de la época.
El siguiente paso de Michael fue Toronto, donde se convirtió en el primer fagotista del exitoso ensemble historicista Tafelmusik, en el cual permaneció hasta 2004, cuando el puesto de profesor invitado que había vendido desempeñando en la Escuela de Música Jacobs desde 1998 se convirtió en un empleo fijo a tiempo completo. Muchos de los estudiantes que pasaron por sus manos han logrado triunfar en sus carreras, tanto de intérpretes como de profesores. Su traslado a Bloomington le permitió retomar el contacto con muchos músicos con los que había trabajado en Europa y, antes, en Nueva York.
Además de ser un músico y un profesor singular, Michael McCraw era un ser humano excepcional. Ávido y creativo cocinero, sus conocimientos culinarios inspiraron a Termey-Sue Bassano a escribir un libro de recetas titulado White Trash Visits Italy (Basura blanca —termino despectivo usado en Estados para designar a los ciudadanos blancos de baja condición social— visita Italia). McCrae era un habitual de todos los restaurantes refinados de Bloomington. Le interesaban, asimismo, las artes plásticas (pero no le gustaba Andy Warhol, porque, en cierta ocasión, Andy lo atiborró de alcohol durante una fiesta, lo que hizo que Michael al día siguiente se sintiera fatal). Su obsesión por deleitar la vista se extendió a una especie de esplendor sartorial que hacía que se giraran todas las cabezas a su paso, incluso en una escuela repleta de divas de ópera. Michael decidió no conducir nunca, por lo que su cara les era muy familiar a todos los conductores de autobús de Bloomington. Pero también se hizo famoso por acercarse a desconocidos y pedirles amablemente que le llevaran en sus coches. Nadie se negó nunca a ello.
(Wendy Gillespie ha sido profesora de interpretación, notación musical antigua y viola da gamba en la Escuela de Música Jacobs de la Universidad de Indiana Bloomington durante 32 años)