¿Mejores o…?
La discriminación de las personas, por cualquier razón o criterio, es algo deleznable y debe, sin lugar a duda, ser rechazado de manera contundente y corregido con determinación. No creo que nadie en su sano juicio defienda otra cosa. El ánimo de conseguir la igualdad de oportunidades es, por eso mismo, obligación ineludible de personas, instituciones y empresas. La lógica de estas dos afirmaciones parece poco discutible. Y aplicando esa misma lógica, uno diría que, en la selección de personas o trabajos, la búsqueda de la excelencia debería ser la base fundamental de todo el proceso. Incluso a nivel individual, el sentido común pareciera sugerir que uno buscaría, en caso de necesitarlo, el mejor abogado, médico o fontanero. No puedo imaginar que, en esa situación, el criterio de elección de un profesional no fuera el de la excelencia.
En las últimas décadas, sin embargo, tal vez como criatura mal derivada de la dictadura de la corrección política, se ha impuesto la política de las cuotas. La idea, creo que muy equivocada y decididamente peligrosa, de que la mejor solución para eliminar la discriminación es… asegurar la discriminación contraria. Pero la discriminación contraria, ay, solo asegura la perpetuación de un movimiento pendular que recuerda mucho a la Tercera Ley de Newton, más conocida en los ambientes como el Principio de acción y reacción: siempre que un objeto ejerce una fuerza sobre otro, este ejerce una fuerza de igual magnitud y dirección, pero en sentido opuesto. En una palabra, una discriminación reactiva puede corregir una discriminación injusta inicial, pero sin duda genera un rechazo y polarización que, a la larga (o a la no tan larga), es más que probable que termine generando una reacción contraria.
La discriminación que he llamado reactiva es, en realidad, tan injusta e irracional como la primigenia, y no parece, por ello, la mejor de las opciones para corregir la situación. Una injusticia no se remedia con otra, como un error no se remedia con otro. La única criatura real que desgraciadamente crecerá con este tipo de apareamiento de las discriminaciones se llama crispación. Porque el mejor abono para la crispación es la perpetuación de la injusticia. Y, sin embargo, ese es el camino en el que parecemos habernos metido, sin que se adivine un final para tan peligrosa deriva. Repasemos unos cuantos ejemplos del mundo musical.
Recientemente, el movimiento Black Lives in Music anunció audiciones para cuatro de las principales orquestas del Reino Unido, a saber: Orquesta Sinfónica de Bournemouth, Real Orquesta Filarmónica de Liverpool, Royal Northern Sinfonia y Royal Philharmonic Orchestra. Las audiciones en cuestión son para lo que aquí llamamos bolsa de trabajo, es decir, refuerzos y sustituciones. La peculiaridad es… que la cosa está abierta a lo que el anuncio llama “instrumentistas de cuerda de la mayoría global (negros, asiáticos y otras etnias tradicionalmente infrarrepresentadas)”. Pueden leer el anuncio original aquí. Dejo a la consideración de los lectores otra frase contenida en el anuncio: “Todos los solicitantes tendrán la mejor oportunidad posible de expresar su talento a través de un proceso justo e inclusivo”. No sé si la mejor manera de ser justo e inclusivo es, precisamente, excluir a determinado colectivo (básicamente los músicos de raza caucásica).
Si venimos a nuestro país, encontramos que algunas orquestas de ciertas comunidades autónomas (lo he encontrado en Galicia y en una de las de Valencia) se exige un conocimiento de la lengua autóctona (gallego o valenciano, en esos dos ejemplos). El músico gallego o valenciano tiene, por tanto, evidente ventaja para concurrir en su comunidad autónoma a una plaza en la orquesta de turno frente a un músico de otra procedencia (las posibilidades de que conozca la lengua autóctona son, a priori, remotas), y se puede presentar en igualdad de condiciones a otras plazas en comunidades autónomas donde no hay un requisito lingüístico, como ocurre en Castilla y León, en las Orquestas que tienen su base en Madrid o, también, en Andalucía o Extremadura, por poner algunos ejemplos. En cambio, los músicos de estas comunidades autónomas, si quieren optar a una plaza en cierta orquesta de Galicia o Valencia, se tienen que poner las pilas para alcanzar un nivel mínimo de valenciano o gallego. Aplicando el principio de ‘discriminación reactiva’, algún malévolo podría discurrir la convocatoria exclusiva de músicos nativos de Andalucía, Madrid, Castilla y León o Extremadura, para las orquestas ubicadas en dichas comunidades, con el ánimo compensar la desventaja con la que concurren en otras comunidades autónomas como Galicia o Valencia.
Esto, evidentemente, es disparatado, pero lo menciono a título de ejemplo de hasta dónde puede llevarnos el despropósito de la discriminación reactiva. Otro ejemplo (aunque ese sería vetado con seguridad por la Unión Europea) podría ser la discriminación nacional. Porque, puestos a defender minorías, el repaso a las plantillas de algunas orquestas españolas revelaría que la cantidad de españoles es ridícula. Se me dirá, con razón, que el origen de esto es la escasez que había en su día de instrumentistas (sobre todo de cuerda) de calidad suficiente en nuestro país. Pero eso hoy día ya no se sostiene. Y entonces, ¿qué se diría si una orquesta española, por aquello de aumentar el número de españoles, convocara audiciones solo para españoles? Pero, puestos a hablar de minorías ¿no es tan cierto que los españoles están en minoría? Y, en ese caso, ¿quién ha decidido que tal discriminación no merece ser corregida?
Si pasamos a otros terrenos, encontramos también alguna tendencia parecida. La BBC Radio 3 se ha comprometido recientemente a que la música programada de compositores vivos se repartirá al cincuenta por ciento entre mujeres y hombres. No se dice nada de que la música programada de compositores vivos será la de los (o las) mejores. Solo que se repartirá al cincuenta por ciento entre mujeres y hombres. Y si en ese cincuenta por ciento hay que meter algunos que no sean buenos para sumar, pues se fastidian los oyentes y a otra cosa.
El Institute for Composer Diversity (en todo este asunto la fiebre que vive el mundo anglosajón parece decididamente preocupante, y sin duda está marcando tendencia) ofreció no hace mucho un informe sobre la música programada en los Estados Unidos. El informe muestra su satisfacción porque, desde 2015 a 2021, se ha incrementado la cantidad de obras de compositoras y compositores de color, del 4,5 por ciento al 22,5 por ciento y la de compositores vivos, del 11,7 por ciento al 21,8 por ciento. Una consecuencia inmediata, de la que también se enorgullecían (?), era que la proporción de obras de “compositores blancos muertos” había bajado del 86,4 por ciento al 69,6 por ciento. El informe apunta la siguiente conclusión: “Sin embargo, aunque se apreciaron grandes avances en la programación de obras de compositores de estos grupos históricamente excluidos (y las mujeres en general, de todos los grupos raciales y étnicos) vieron grandes avances en la programación de sus obras, el repertorio de hombres blancos fallecidos seguía comprendiendo más de dos tercios de las obras programadas en el 2021-22”. No parece pintar bien la cosa para los compositores blancos muertos. Diríase que las posibilidades de reducción significativa de su presencia en el futuro inmediato son considerables.
A estas alturas del artículo ya se habrán olvidado, naturalmente, de la búsqueda del mejor, porque la búsqueda del mejor ha quedado enterrada, o más bien desterrada, como un valor devaluado hasta la menudencia. Los presuntos cardenales del dogma en que se ha convertido la corrección política han decidido que las discriminaciones que ellos han elegido para ser corregidas (y que, por supuesto, no son todas, sino solo las que encajan en el dogma) merecen una enmienda inmediata, y poco importa que en el camino se cometa una injusticia igual o mayor que la generada por la discriminación anterior. Discriminación cuya realidad, dicho sea de paso, al menos en algunos casos, habría que determinar con más rigor que la conclusión simplista a partir de cifras que podrían estar dibujando panoramas manifiestamente sesgados.
Creo honestamente que el equilibrio óptimo, el más justo, no es el que asegura una paridad de razas, géneros, tendencias sexuales o cualquier otro criterio a base de decisiones inspiradas por afirmaciones como una que escuché hace poco a una feminista radical: “Malos tiempos para los hombres, qué le vamos a hacer”. La solución de los malos tiempos para las mujeres, los negros o las tendencias sexuales diferentes de la homosexualidad, por poner tres ejemplos, no es crear malos tiempos para los hombres, los blancos o los heterosexuales. Ese ir y venir de malos tiempos, como antes apunté, solo generará más crispación, algo que suele ser antesala de más injusticia.
La solución es premiar la excelencia, esté donde esté. Alguien, en un debate generado justamente por la noticia comentada antes del movimiento Black Lives in Music, escribió una afirmación breve pero contundente y certera: las cuotas son para los perdedores. Al final, la cuestión es: Hay que buscar los mejores… ¿o no?
Rafael Ortega Basagoiti