MARVÃO / Nicolás Margarit: la juventud al asalto

Marvão. Igreja N. Sra. da Estrela. 24-VII-2021. 7º Festival Internacional de Música de Marvão. Arsistrio (Ángelo Santos, clarinete; Francisco Lourenço, viola; Inés Filipe, piano). Obras de Mozart, Braga Santos y Bruch. • Nicolás Margarit, piano. Obras de Bach.
La sesión matinal de este día nos trajo al espléndido Arsistrio formado por tres excelentes músicos portugueses con un programa muy completo y ambicioso del que salieron más que triunfantes. El grupo se sustenta sobre la calidad intrínseca de cada uno de sus integrantes, que se pone al servicio de interpretaciones muy bien concertadas sobre la plena complicidad y el estudio conjunto de las posibilidades de cada pieza. Así, en el Trío “Kegelstatt” KV 498 de Mozart sobresalió desde el principio la opción por articulaciones no excesivamente ligadas, de suma claridad y de variedad en el fraseo, sobre un sonido controlado en su vibrato en clarinete y viola y apoyado en una pulsación picada-ligada en el teclado.
El color del clarinete de Santos es de una calidez y una redondez remarcables, con una amplia gama de colores basada siempre en una emisión clara y precisa, sin ataques abruptos ni chasquidos. Domina a la perfección la dimensión cantable del instrumento y así se apreció especialmente en las piezas op. 8 de Max Bruch, en las que entonó melodías que sonaban como declaraciones de amor en diálogo con la viola, ahora apasionadas, ahora delicadas. Encontraba eco en una viola de afinación perfecta y estable (lo que no es demasiado habitual en este instrumento), de un sonido aterciopelado y acariciador de una belleza fuera de lo normal y que también supo darle la réplica afectiva y expresiva al clarinete en las mencionadas piezas de Bruch.
Por su parte, Filipe creó una atmósfera sonora envolvente en el Aria a tres con variaciones de Joly Braga Santos, con generosidad en el uso del pedal. En la tercera de las variaciones sostuvo con acuciante presencia la figura en ostinato que creaba una atmósfera de inquietud, para luego, con la música de Bruch, dar rienda suelta a la efusividad más romántica en un final a tres espléndido.
Para la primera hora de la tarde y en el mismo espacio se nos reservaban nada menos que las Variaciones Goldberg. Con veintidós años, nacido en Australia pero formado con Bashkirov en la Escuela Reina Sofía de Madrid, Margarit se despachó las Goldberg en diez minutos menos de lo habitual, y eso que respetó prácticamente todas las repeticiones. Ya desde el aria inicial se vio que optaba por un tempo movido, sin dejarse recrear en los silencios, sino buscando la continuidad del discurso melódico en una incesante carrera de energía desbordante. La precisión de su pulsación y la agilidad de su digitación son apabullantes, pues apenas en algún pasaje inicial de la variación nº 8 pude apreciar alguna pequeña confusión armónica, una fruslería en comparación con todo lo que hay que tocar en esta composición.
Controló siempre al máximo el pedal y optó por una articulación picada, a veces martilleante, como si quisiera evocar la sonoridad original del clave. Fue parco en la ornamentación, pero distribuyó allá (nº 2) y acá (nº 21) unos nítidos trinos en los finales de frase. El rubato también asomó estratégicamente desde el aria y la variación nº 3 hasta la obertura con la que Bach reviste la nº 16 y a la que Margarit adornó con todo el aire francés posible mediante tempo apuntillado, apoyaturas y síncopas. Éstas, las síncopas, protagonizaron de manera muy vistosa la nº 19. La meditativa variación nº 25 salió de sus manos algo más animada de lo que habitual, pero conservando intacto su audacia armónica y su aire de misterio. En fin, tras remachar con el pedal el bajo de la nº 29, el quodlibet final sirvió (como ya había ocurrido en los sucesivos cánones) para que Margarit desplegara una clara conducción de las voces. Habrá que estar atento a este pianista, no lo duden.
Andrés Moreno Mengíbar