Martín García García: “Siempre intento eliminarme a mí mismo en un concierto”
El día 12 hace su debut en el Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo el pianista español Martín García García. Compartir cartel con nombres consagrados como Sokolov, Argerich, Leonskaja o Trifonov no deja de ser un reconocimiento a la trayectoria ascendente de este joven músico, cuya carrera internacional despegó de manera definitiva en 2021 con la victoria en el Concurso de Cleveland y el Tercer Premio en el Concurso Chopin de Varsovia. Para su recital madrileño, Martín García García ha escogido un exigente programa a la altura de sus ambiciones, con la Sonata nº 2 de Chopin y la Tercera de Brahms como platos fuertes.
¿Cuáles pianistas han sido clave en su formación?
Los primeros fueron Natalia Mazoun e Ilyá Goldfarb en Gijón. Ellos me aportaron una escuela, una base. Los fundamentos son básicos porque, si no los tienes de inicio, te costará todo mucho más en el futuro. Estos pilares son herramientas con las cuales es mucho más fácil trabajar no sólo con las manos, sino también con la mente. Afortunadamente, tuve la suerte de obtenerlos de ellos. Además, me transmitieron el interés por la literatura y la pintura. Ellos venían de la escuela soviética, así que me iniciaron a la literatura rusa.
Luego se vino a Madrid, donde estudió con Galina Eguizárova en la Escuela Superior de Música Reina Sofía.
Eguizárova ha sido mi maestra con letras mayúsculas, por lo menos la primera. Fue prácticamente como una segunda madre. Durante ocho años pasé mucho tiempo con ella; me descubrió el mundo musical y el mundo artístico en general. Su enseñanza iba de lo más específico (se fijaba en muchísimo en los detalles, y podía detenerse durante tres horas sobre dos compases) hasta lo más general. Me hablaba de historia, de arte, unía la música pianística a la orquestal, la música a las imágenes y a la poesía. Creo que me lo dio todo.
Y luego estudió en Nueva York con Jerome Rose.
Él era más práctico, estaba más metido en el mundo real. Me dio también muchos consejos sobre cómo, por ejemplo, enfrentarme a un concierto con la orquesta y un director. Parecen aspectos secundarios, pero son tan relevantes como el trabajo sobre la música y el instrumento.
En 2021 gana el tercer premio en el Concurso Chopin de Varsovia. ¿Cómo fue la experiencia? ¿Qué clima se respira allí?
El Chopin de Varsovia lo sentí distinto a cualquier otro concurso. Todo el mundo es consciente de la importancia que este evento tiene a nivel mundial. Cuando estás ahí percibes su mitología, sientes la importancia histórica que tiene, pero a la vez se parece más a una especie de festival que conmemora a Chopin. ¡Un festival que resulta ser un concurso! Fue una experiencia muy intensa, pero el ambiente es muy amigable y en general todos los concursantes se adaptan a esta atmósfera. Por lo menos en la edición en la que participé, el clima fue muy cordial.
¿Ganar un premio en el Concurso Chopin corre el riesgo de encasillar a un pianista?
Es lógico que sea así, lo entiendo. Bruce Liu, que ganó el Concurso, debe de haber estado tocando el Concierto nº 1 de Chopin trescientas veces. Pero creo que aunque toques trescientas veces una pieza así o un compositor así, siempre hay margen para algo nuevo. En realidad, mi sensación es que a las audiencias no les importa tanto que yo toque Chopin; simplemente quieren escucharme. Es más una exigencia de los programadores que del público. Pero es lógico que muchas peticiones estén relacionadas con Chopin. En el caso del ciclo de la Fundación Scherzo, fui yo mismo quien propuso que la mitad del programa fuera Chopin.
En el ciclo de Grandes Intérpretes enfrenta la Sonata nº 2 de Chopin con la Tercera de Brahms. ¿Por qué esta elección?
Cuando hay tanta buena música, el proceso de selección es complejo. No creo que en la música para piano romántica haya sonatas con tanto peso psicológico e importancia histórica que estas dos, salvo quizá la Sonata en Si menor de Liszt. Son dos obras icónicas, muy conocidas, y creo que presentar este tipo de repertorio icónico me define más que tocar obras menos conocidas. Sonatas como las de Chopin o Brahms dan un perfil más exacto de cómo eres como pianista. Por otro lado, me encanta tocar piezas abstractas, de música absoluta, donde no hay ningún tipo de contenido programático, de relación literaria o visual. Deja la mente volar, abre la imaginación.
¿Hay algún pianista que sea un referente para usted?
Desde pequeño siempre tuve en mente a Arcadi Volodos y Radu Lupu, y quién me iba a decir que estudiaría con Galina Eguizárova, la profesora de ambos. Siempre fueron un referente y una inspiración para mí, sobre todo por los valores que transmiten más que por su forma de tocar.
¿A qué valores se refiere?
A la eliminación de la individualidad del pianista para poner en valor la pieza y el compositor que están tocando. Es una práctica difícil de encontrar hoy en día, donde la individualidad del intérprete está por encima de todo. La gente sale del concierto diciendo “Qué fantástico tal pianista”, y se olvida de lo que ha estado tocando. Yo siempre intento eliminarme a mí mismo en un concierto, lo cual puede parecer una paradoja. Aspiro a ser ese embudo que procesa la información y la saca por el otro lado de manera que sea lo más comprensible para la audiencia. Ese es el momento en el que estoy contento: cuando logro esa abstracción de mí mismo. Se necesita mucha energía para hacer esto.
¿Cuáles son sus próximos compromisos?
Estoy trabajando en los audios de mi nuevo álbum, que contendrá el mismo programa del recital del ciclo de Grandes Intérpretes, con la Barcarola y la Sonata nº 2 de Chopin y la Tercera de Brahms. Es un programa que llevo explorando y “excavando” desde hace dos años, y quiero dejar testimonio de mis ideas sobre estas obras. Acabo de tocar por primera vez las Noches en los jardines de España de Falla, y estoy muy contento de tocar repertorio nuevo. Con la OSCyL hago el Primero de Chaikovski en Valladolid. En junio iré por primera vez a Taiwan. Y en noviembre vuelvo a Japón, país del que estoy enamorado. Me encanta la manera que tienen los japoneses de enfrentar los problemas, la forma en que organizan el concierto también desde el punto de vista visual: todo tiene que tener para ellos algún tipo de belleza. Y la audiencia es muy calurosa, muy amable.
Antes ha mencionado a Bruce Liu tocanto 300 veces el Concierto para piano nº 1 de Chopin. Y si tuviese que escoger usted una pieza para tocarla, digamos, 3.000 veces, ¿cuál sería?
Elegir es difícil y también injusto. Si tuviera que escoger una pieza ahora mismo, diría la Música callada de Mompou, el ciclo entero. El propio título lo dice: música callada, música silenciosa. Un buen concierto de música clásica es aquel en el cual uno está callado por dentro. Siempre estamos en actividad; incluso cuando estamos sentados, pensamos. Y cuando dormimos, soñamos. El buen concierto es aquel en el que uno siente paz, silencio por dentro. Hacia eso van Mompou y su Música callada, música de lo más abstracto que uno se pueda encontrar. Es fantástica.
¿La ha tocado alguna vez en concierto?
Aún no. En un par de ocasiones, he tocado unos quince o veinte minutos. Pero tocar la Música callada de Mopmou está sin duda entre mis objetivos futuros.
Stefano Russomanno