MALTA / Domenico Scarlatti, arreglado y sin arreglar
Mdina. Museo de la Catedral de San Pablo. 15-I-2023. Valleta Baroque Festival. Abchordis Trio (Boris Begelman, violín; Nicola Paoli, violonchelo; Andrea Buccarella, clave). Obras de D. Scarlatti y Lanzetti.
Malta ha recibido todo tipo de influencias a lo largo de su historia, pero ninguna tan fuerte en el campo de la música como la de Nápoles. Los tres compositores malteses más importantes (Girolamo Abos, Benigno Zerafa y Francesco Azopardi) se formaron en Nápoles. Abos (1715-1760) estudió en el Conservatorio di Sant’Onofrio in Capuana, donde fue alumno de Gaetano Greco y Francesco Durante, para ejercer posteriormente de profesor en dos de los cinco conservatorios de la ciudad partenopea: el de la Pietà dei Turchini y el de los Poveri dei Gesù Cristo. Zerafa (1726-1804) fue discípulo del mencionado Abos en este último conservatorio, antes de ser nombrado maestro de capilla de la Catedral de San Pablo, en Mdina, donde fue sucedido por Azopardi (1748-1809), que, a su vez, había estudiado en el Conservatorio di Sant’Onofrio. Pero, además, fueron los napolitanos los que, en el siglo XVI, introdujeron la polifonía en la isla y llenaron de castrati del entonces virreinato español la capilla musical de la Catedral de Mdina (cuyo órgano, por cierto, es un majestuoso instrumento napolitano del XVII, en perfecto estado para ser usado).
Con estos precedentes, qué mejor que un hacer programa titulado Sonate da camera del barocco napoletano en el Festival Barroco de La Valeta. Precisamente, en el Museo de la Catedral de Mdina, en una sala repleta de obras de pictóricas entre las que destacan varias xilografías de Alberto Durero. Un programa con música del que probablemente es el músico napolitano más universal, Domenico Scarlatti (aunque, paradójicamente, la mayor parte de su actividad profesional transcurriera en la península ibérica), y del menos conocido Salvatore Lanzetti, un virtuoso del violonchelo que en los últimos años ha sido objeto de diversas grabaciones discográficas que han servido para sacarlo del más oscuro ostracismo.
El concierto corrió a cargo del Abchordis Trio, formado por tres figuras emergentes de la música antigua italiana: el violinista Boris Begelman (que no es italiano, sino ruso, pero que lleva ya muchos años colaborando con las mejores formaciones historicistas de aquel país; de hecho, es el actual concertino del Concierto Italiano de Rinaldo Alessandrini), el violonchelista Nicola Paoli (cofundador del Abchordis Ensemble) y el clavecinista Andrea Buccarella (director artístico del mencionado ensemble y ganador del último Concurso de Brujas en la modalidad de clave).
El núcleo del programa lo constituían tres sonatas de Scarlatti (las K 81, 90 y 91) arregladas por Begelman para trío. Entre las 555 sonatas para clave que se conservan de Scarlatti, hay un pequeño conjunto (las K. 73, 77, 70, 80, 81, 88, 89, 90 y 91) que están escritas con una sencilla línea de tiple y un bajo parcamente cifrado. Begelman no es único que ha sucumbido a la tentación de arreglarlas (los resultados se pueden escuchar en una grabación con su grupo, Arsenale Sonoro, aparecida recientemente en el sello discográfico Obsidian): la clavecinista zaragozana Silvia Márquez hizo arreglos de todas las mencionadas en una grabación con La Tempestad aparecida en IBS en 2019.
Al margen de estas tres sonatas arregladas, el programa contenía cuatro sonatas más de Scarlatti (las K. 49, 132, 144 y 146), estas interpretadas con el instrumento para el que fueron concebidas, y dos sonatas para violonchelo y bajo continuo de Lanzetti.
Begelman, Paolo y Buccarella no solo son notables solistas, sino que en formación de trío evidencian una conexión extraordinaria. El sonido de Begelman es refinado y poderoso, y su gesto resulta de una elegancia absoluta. Buccarella, aunque no estuviera en la necesidad de hacerlo, demostró en este concierto ser un perfecto lector de la obra de Scarlatti, incluso, tocando un modelo de clave alemán (una copia de un Mietke construida por el afamado Bruce Kennedy), que no es lo ideal para la música ibérica de teclado. Y Paoli se movió con absoluta soltura en la compleja textura violonchelística de Lanzetti (escritura que está a mitad de camino entre último Barroco y el Estilo galante). Un magnífico concierto, para certificar esa conexión musical entre Nápoles y Malta que se resiste a desaparecer.
Eduardo Torrico