MALTA / Visitando el Ospedale della Pietà

Rabat. Colegiata de San Pablo. 11-I-2020. Julia Doyle, soprano. Renata Pokupic y Sioned Gwen Davies, mezzosopranos. La Serenissima. Director, violín, viola d’amore y violino in tromba marina: Adrian Chandler. Obras de Vivaldi.
Hay pocos músicos que hayan investigado con tanta intensidad y pasión la música de Antonio Vivaldi como el violinista inglés Adrian Chandler, creador en 1994 de La Serenissima (el solo nombre del grupo habla bien a las claras de esa vocación vivaldiana de Chandler). Más allá de su talento como intérprete y como director, que no es para nada desdeñable, me temo que algunas de sus convicciones y de sus decisiones sobre el compositor veneciano son cuando menos discutibles, y este concierto ofrecido anoche en la localidad maltesa de Rabat (famosa por albergar las catacumbas romanas de San Pablo y Santa Águeda) es un buen ejemplo de ello.
Con una nutrida formación de gente tan animosa y apasionada como él (es tanta la energía que desprenden Chandler y los suyos, que a La Serenissima le cuadraría mejor el nombre de La Eccitatisima), el programa suponía una invitación a visitar el famoso Ospedale della Pietà en tiempos de Vivaldi, con tres conciertos con protagonismo especial para esos instrumentos inhabituales que tan del gusto eran del compositor veneciano (violino in tromba marina, viola d’amore o salmoé) y con tres obras vocales sacras ideadas para aquel coro de voces femeninas que demandaba la presencia en no pocas ocasiones de mujeres tenores y hasta de mujeres bajos (los hombres, salvo el director musical de cada uno de ellos, tenían vetada la presencia musical en los cuatro ospedali venecianos).
Vayamos contra la controversia: Chandler (que, muy al estilo Barenboim, detuvo el concierto a los dos minutos cuando detectó la presencia de un fotógrafo de la que no había sido advertido por la organización, y soltó a esta una buena reprimenda), empleó un violino in tromba marina (dejemos a un lado la polémica si lo correcto es ‘tromba marina’ o ‘tromba mariana’, ya que este violín trata de imitar el sonido del cordófono que tocaban las monjas ya desde el Renacimiento en algunos conventos austriacos, por lo que me inclino a pensar que aquella tromba conventual nada tenía que ver con el mar, sino con la Virgen María, de ahí lo de ‘mariana’) con tres cuerdas entorchadas y una viola d’amore con dos de las seis cuerdas frotadas también entorchadas (que en realidad fue solo una, porque la otra se había roto en el ensayo del día anterior).
Nadie sabe nada, es cierto, de cómo eran estos dos instrumentos. Chandler prescinde de una cuerda en el violino in tromba marina porque sostiene que solo se utilizaban tres, pero otros expertos vivaldianos aseguran que esa cuerda no utilizada (la de Mi) era para tensar el puente y conferirle de esta manera su peculiar sonido (quienes se posicionan así, lo hacen basándose en una factura que se conserva en el Ospedale de un extraño ponticello encargado a un lutier). Tampoco hay datos que avalen la decisión de Chandler de emplear cuerdas entorchadas en vez de las habituales de tripa. En cuanto a la viola d’amore, el violinista inglés supone que Vivaldi empleaba alguna cuerda entorchada porque también se conserva una factura de un proveedor que surtía de estas al Ospedale.
Más allá de todas estas disquisiciones organológicas, la verdad es que estos tres conciertos (Concerto per violino in tromba marina en Sol mayor RV 313, Concierto para viola d’amore en Re menor RV 394 y Concierto para violín órgano, cuerdas y continuo en Re menor RV 541) en manos de La Serenissima son extraordinariamente ‘cañeros’, lo cual le sienta de maravilla a la música vivaldiana. Pero tampoco le vendría mal un poco más de refinamiento. La Serenissima irrumpió hace un par de décadas en el decaído panorama de las orquestas historicistas británicas para revitalizarlo con propuestas que se alejaban mucho de los postulados que se habían implantado a finales de los años 70 del pasado siglo, transgresores entonces, pero demasiado conservadores ahora. Y eso algo que siempre habrá que agradecer a Chandler y los suyos.
Mucho más interés tuvo el apartado vocal del programa, con la bellísima Introduzione al Gloria “Cur sagittas, cur tela, cur faces” RV 637 (lamentablemente, este Gloria se halla extraviado), el motete Nulla in mundo pax sincera RV 630 y el Nisi Dominus para soprano, alto, tenor, violino in tromba marina, viola d’amore, salmoé, violonchelo, órgano, cuerdas y continuo RV 803, hasta hace aproximadamente diez años atribuido a Baldassare Galuppi.
La Introduzione al Gloria no fue interpretada por una soprano, como demanda la partitura, sino por la mezzosoprano Sioned Gwen Davies, de voz potente y oscura, pero especialmente vibrada (lo cual la hace poco aconsejable para la música barroca). El motete estuvo a cargo de la excepcional Julia Doyle [en la foto], hoy por hoy una de las más idóneas voces para afrontar el repertorio sacro barroco (se ha especializado en Bach y, también, en Haendel). Su Beatus vir qui implevit desiderium, con violonchelo obligato, puso la carne de gallina a cualquiera que tuviera un mínimo de sensibilidad en el alma o de sangre en las venas. Y en el Nisi Dominus, que requiere de tres voces, la de tenor fue asumida por la mezzosoprano croata Renata Pokupic, a la que hace ya algunos años se le había perdido la pista y que estuvo, la verdad sea dicha, espléndida. Y a todo ello, con Chandler simultaneando en cada movimimento el violín, la viola d’amore y el violino in tromba marina.
Salvando los peros arriba expresados (más musicológicos que musicales), lo cierto es que fue una gratísima velada barroca, en el país más barroco del mundo: Malta.