MÁLAGA / Tom Harrell cautiva con su lirismo
Málaga. Museo Picasso. Harrell, Infinity. The Harrell Quintet (Tom Harrell, trompeta y fiscorno; Marc Turner, saxofón; Ugona Okegbo, contrabajo; Charles Altura, guitarra eléctrica, y Jonathan Blake, batería).
Para celebrar la apertura de la décima edición de su ciclo de jazz, el Museo Picasso Málaga (MPM) ha contado con uno de los quintetos más relevantes actualmente en el panorama internacional como es el liderado por el trompetista Tom Harrell, referencia absoluta de su generación, acompañado por esa clase de músicos que hacen de la improvisación, tanto individual como colectiva, un arte instantáneo e irrepetible, que sólo se puede concebir desde una absoluta identificación y respeto al líder que, en este caso, pasa a la historia como unos de los grandes maestros del post-bop, estilo que requiere de mentes muy ágiles e imaginativas para llegar a las últimas consecuencias que exige su planteamiento estético.
El último registro fonográfico del trompetista de Illinois, Infinity, supone una especie de resumen de sus inquietudes musicales que siempre se han visto motivadas por un lirismo natural, característico de él, que hace que su sonido sea inconfundible. La acústica del teatro picassiano parece como pensada para que el público percibiera la bondad de tal efecto tan sustancial de su arte, que se vio en todo momento implementado, siguiendo sus patrones, por la categoría de cada uno de los componentes de este quinteto. Su aspecto cuasi calvinista reforzaba el efecto de su expresividad, que en los momentos de mayor poesía parecía adentrarse en el campo de lo místico y, como contraste, volverse fulgurante en otros que hacían recordar la desbordante fantasía de colegas de la talla de Gillespie, Dorham o Clifford Brown sin olvidar al mítico Miles Davis.
Así, el discurso de cada pieza quedaba realzado por el contrapunteado toque del guitarrista californiano Charles Altura, que asumía en cierto modo la responsabilidad de crear un imaginario efecto polifónico ante el riesgo que significó funcionar sin el piano, fusionándose con sentido y eficacia con la envolvente musicalidad de preciso pulso que emanaba del contrabajista de Ugona Okegbo, que demostró en todo momento un espontáneo sentido ground bass tan imprescindible para realzar el ritmo interno de cada uno de los temas interpretados.
Por su parte, con la gran dificultad de utilizar en sus intervenciones extensos intervalos armónicos, el saxofonistas Mark Turner conseguía con Harrell unas mixturas tímbricas que llevaban al oyente a que imaginara un nuevo instrumento de rara perfección expresiva y amplio espectro dinámico. La sutil fusión con el equilibrio y ponderación que manifiestó Harrell hacían que Turner apareciese como un alter ego del maestro en sentido y sensibilidad. Sus dúos significaron los momentos musicales de mayor enjundia creativa del concierto, llevaban a recordar los esquemas compositivos que Harrell pudo experimentar intensamente cuando trabajó junto al gran pianista, teórico de jazz y compositor Georg Russell, de modo especial en progresiones, regresiones, repeticiones y transiciones, aspectos discursivos musicales muy relevantes de este gran género musical llamado a sorprender y seducir constantemente al aficionado a base de ocurrentes genialidades surgidas de músicos, repito, tan dotados como los que integran este quinteto verdaderamente admirable.
Dejo para el final una pequeña semblanza del baterista Jonathan Blake. Este ‘ritmista’ de asombrosa capacidad técnica aplicó con enorme elasticidad una sensacional manera de entender el swing, del que prescindía únicamente en sus solos dando lugar a contrastadas tensiones en las que surgía su asombroso virtuosismo, que le conducía siempre a un irremediable y electrizante trance emocional, paradójicamente, manteniendo una cinética gestual que parecía no corresponder a la intensidad, acometida y variedad de su instintivo ritmo, que llegaba a desbordarse como impulsor de la sinergia colectiva del grupo. La mezcla simultánea que hace de multitud de patrones percusivos convierte su actuación en una clase magistral de enorme atractivo, absorbiendo la atención del espectador que, incluso en los momentos más sutiles y tenues, se ve sumido en una muestra de prestidigitación de gran calado académico.
Sin la menor duda, la actuación del Harrell Quintet ha supuesto para el público disfrutar de máxima excelencia en un género musical que encuentra su razón de ser en el caos organizado surgido de estas genialidades individuales que, de manera irrepetible, componían para cada instante del concierto siguiendo la orientación de unos patrones esotéricos, estimulando constantemente así la imaginación el oyente. El MPM se ha apuntado un extraordinario éxito al invitar a Tom Harrell para inaugurar su ciclo de jazz, lo que ha significado poner a futuro el listón muy alto.
José Antonio Cantón