MÁLAGA / Excelso Beethoven de Josu de Solaun

Málaga. Teatro Cervantes. 27-IX-2019. Josu de Solaun, piano. Orquesta Filarmónica de Málaga. Director: Manuel Hernández-Silva. Obras de Beethoven.
El segundo concierto de abono de la presente temporada de la Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM) pasará a los anales de esta formación y, según poetizó Vicente Alexandre, a la vida musical de la Ciudad del Paraíso como histórica. Sólo una confluencia de los hados que protegen el arte de los sonidos hace explicable el acontecimiento artístico acaecido en el malagueño escenario cervantino.
Siguiendo con el amplio homenaje a Beethoven programado por la OFM, se interpretaron tres obras de principios del segundo periodo creativo del compositor que coincidió con el comienzo del siglo XIX: la Obertura del ballet “Las Criaturas de Prometeo” en Do mayor Op. 43, la Primera Sinfonía en Do mayor, Op. 21 y el Tercer concierto para piano y orquesta en Do menor, Op. 37. Hernández-Silva planteó la dirección de la primera dándole un aire “haydniano” al adagio con el que se presenta y un reflejo mozartiano al brioso y agitado allegro subsiguiente, que dejaba en el oyente una patente agilidad de discurso y destacado sentido de empatía con el pensamiento musical que, como resumen de los dieciséis episodios del ballet, ofrece ya detalles muy significativos de la personalidad del autor. La sólida formación vienesa del titular de la OFM quedó de manifiesto de manera natural y con determinante eficacia artística.
El concierto empezó a subir enteros con la interpretación de la sinfonía, pudiendo resumirse su conducción en cómo el director transmitió el equilibrio tonal que contienen las dos partes del primer movimiento, la forma de proponer en el segundo la voz propia de Beethoven como una especie de reflejo de los tiempos lentos de Haydn, el particular sentido scherzante dado al minueto y la brillantez expresiva conseguida en el allegro final, fijando la esencia clásica de su estructura en contraste con un realce de los cambios rítmicos que contiene. En definitiva, una interpretación canónica no exenta de interesantes aportaciones de concepto.
En este sentido hay que plantear el juicio sobre la recreación que director, solista y orquesta hicieron de la obra concertante. El grado de excelencia alcanzado con ella se puede decir que fue histórico en la vida y experiencia de los más de cinco lustros de la formación malacitana. El responsable máximo de tal resultado fue el pianista valenciano Josu de Solaun que, después del éxito de su recital en el Auditorio del Museo Picasso Málaga celebrado durante la pasada primavera, había concitado con máxima expectación a muchos melómanos y aficionados al piano en particular.
Adoptando una actitud de codirector, con plena aquiescencia del maestro Hernández-Silva, concibió el piano como ese espacio de libertad donde proyectar su enorme capacidad de analista innovador que sabe desprenderse de las ataduras convencionales y manieristas con las que habitualmente se toca esta obra, que no llegan a traspasar nunca el sentido ontológico de los pulsos emocionales que la animan. De Solaun planteó el primer tiempo como si de una germanizada tragedia griega se tratara situándola con exquisita pulcritud cuasi-militar dentro de los cánones de la forma sonata, estabilizando la dialéctica de sus dos temas especialmente diferenciada en el tratamiento cantabile que dio al segundo sin que por ello dejara de percibirse ese marcado y grave sentido sinfónico que quiso darle Beethoven.
En el Largo central, el sonido del piano parecía producirse en una línea que se percibía levitando encima del instrumento, dejando una sensación estática de su vibrante presencia. Este efecto permitió que el espectador pudiera disfrutar en toda su plenitud la asombrosa belleza de este movimiento. La fascinación de su contenido la sustentó De Solaun con su preciosista manera de declamar así como por la callada solemnidad cuasi-litúrgica que dio a su discurso. El modo de iniciar atacca el alegre rondó final fue todo un despertar a las emociones populares que quería transmitir Beethoven. La tensión de sus dos temas quedó subsumida en su cantarín modo de danza. Con briosa elegancia dialogó con la orquesta, que se veía contagiada por la excelsitud del solista que desplegaba una poderosa técnica como esencial medio al servicio del mensaje. Con el director consiguió ese entendimiento conceptual que sólo es posible en esas contadísimas ocasiones que pasan al recuerdo como irrepetibles.
Así fue también su agradecimiento ante la intensa ovación del público, del director y de los profesores de la orquesta, interpretando el último de los veinticuatro preludios de Claude Debussy que tiene por título Feux d’artifice. Como escuchante activo es casi imposible tener una experiencia musical siquiera parecida al resultado conseguido por Josu de Solaun en la traducción del sublime pensamiento musical contenido en esta pieza. Sólo desde un misterioso e inefable estado de gracia, se puede entender cómo convirtió su estructura informal y hasta caótica en una magistral cohesión impresionista, demostrando su enorme calidad de músico total, que sin duda, le llevará a marcar un hito entre los grandes pianistas españoles de todos los tiempos, dado, junto a su prodigioso mecanismo, su particular entendimiento en la traducción de las obras del gran repertorio adaptándose a los nuevos derroteros estéticos de nuestro siglo, paradójicamente, sin menoscabo alguno de las esencias musicales de los compositores, que sabe proyectar al futuro con absoluta clarividencia.
José Antonio Cantón
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