MÁLAGA / Espectacular Yago de Carlos Álvarez

Málaga. Teatro Cervantes. 1-V-2019. Verdi, Otello. Jorge de León, Rocío Ignacio, Carlos Álvarez, Luis Pacetti, Marifé Nogales, Francisco Tójar, Manuel de Diego, Isaac Galán. Coro de la Ópera de Málaga. Director de escena: Alfonso Romero. Orquesta Filarmónica de Málaga. Director: Marco Guidarini.
José Antonio Cantón
Con una dirección dramática que ha tendido más por la caracterización real de unos personajes que por la idealización de su acción, se ha presentado Otello, el tercer título verdiano de la presente temporada lírica del Teatro Cervantes de Málaga —anteriormente lo fueron Aida y La Traviata—, con el indudable aliciente que supone admirar nuevamente al gran barítono malagueño Carlos Álvarez en el papel del alférez Yago, urdidor de la tragedia shakespeariana y a la postre de esta, determinante por su pensamiento musical, ópera de Verdi. Éste anticipa la grandeza de su partitura con el descriptivo pasaje inicial de la tormenta que sirve de modo admirable a la consecución y a la condensación del argumento, logradas de manera admirable por el libretista, Boito, como músico y dramaturgo conocedor como pocos de las dos disciplinas que han de confluir en el género lírico romántico, y que en Otello alcanza una de sus cimas.
Se puedo apreciar ya en el principio de la ópera cómo la orquesta abordaba su arriesgado episodio de la tormenta con limitada agilidad, no alcanzando plenamente ese efecto preparador de la tragedia para el oyente que se va a sentir envuelto en el poder de la tinieblas personificado en la figura de Yago. Confiado este papel al arte y experiencia de uno de los mejores barítonos que han existido en España como es Carlos Álvarez, pudo producir un cierto sentimiento paradójico en el espectador, que disfrutaba de una manifestación canora realmente impactante puesta al servició de un personaje detestable absolutamente por su grado de maldad y engaño. Salir triunfante, como fue el caso, se debió en gran medida a cómo domina ese difícil equilibrio entre la declamación, arioso y propiamente canto, haciendo que el oyente lo percibiera como si fuera una manera natural de locución. La escena de su malévolo credo, significó toda una lección magistral de cómo hay que hacer una declaración de conciencia, perversa en este caso, sustentada por el arte de la música. Ahí manifestó esas tablas adquiridas en los grandes escenarios del mundo que, para las pretensiones y posibilidades de esta producción, supusieron un claro exponente de una dimensión superior de dramaturgia lírica. Su acción en el escenario estimulaba la conducción musical de una manera natural, que parecía saltarse cualquier planteamiento previo escénico o musical. Incuestionablemente es un animal operístico que desbordaba cualquier alternancia en los dúos que tuvo con el protagonista como queriendo parecerse en tal sentido a la personalidad arrolladora del Don Giovanni mozartiano. En definitiva, todo un espectáculo de canto y acción que daba razón de ser a esta cita tan esperada de la Temporada Lírica del Teatro Cervantes de Málaga.
Desde el foso, el maestro Marco Guidarini indicaba de manera mecanizada el discurso musical y el control de las voces y coro, apreciándose particularmente en éste cierta des-consecución con el trabajo previo de su director, Salvador Vázquez, lo que incrementaba para el oyente la dificultad que encierra la partitura como hilo conductor de la creciente tensión trágica de la obra, llegando a percibirse quiebras entre la música y la acción. Bajo su batuta, todo parecía estar sujeto a una formalidad imitativa más que a unos cánones de expresión artística.
Pese a ello, la función iba creciendo en interés con las intervenciones de la pareja protagonista. Tanto el tenor Jorge de León, en el papel de Otello, como la soprano Rocío Ignacio en el de su esposa Desdémona aprovecharon la serenidad orquestal dejando buenas sensaciones en la famosa escena del dúo de amor, posiblemente la mejor que con esta intención tenga Verdi en su repertorio. Sus capacidades canoras se reafirmaron en la parte final del último acto, produciéndose una mejor correspondencia dramático-vocal en la cantante, en línea con la impresión que previamente había apuntado en las famosas escenas del sauce y del Ave María, donde hubo una mejor interacción con el foso.
En cuanto a la dirección escénica hay que decir que cayó de algún modo en el fácil error de dirigir específicamente al protagonista alejándolo de la trascendencia trágica del personaje, adoptando recursos demasiado utilizados en los que Otello vaga desesperado por el suelo intentando que se acreciente para el espectador la manifestación de sus celos y, consecuentemente, su insuperable intención de matar a Desdémona al estar convencido de que había sido infiel con Cassio. Del resto de los principales papeles, se significó Marifé Nogales como Emilia, esposa de Yago, en la escena en el que éste le arrebata el pañuelo que se convertiría en falso cuerpo del delito, y en el final de la ópera, momentos que supo expresar el contrapunto dramático que significa su función en el argumento.
El Teatro Cervantes ha culminado con esta ópera su particular homenaje a Giuseppe Verdi, representando uno de los más sustanciosos dramas musicales de su catálogo e imprescindible en la historia de la ópera, catapultado por la presencia de Carlos Álvarez que concentró toda la atención de un público enfervorecido con su actuación.