MÁLAGA / Conmovedora levedad expresiva de Fred Hersch

Málaga. Museo Picasso. 28-X-2019. Fred Hersch Trio (John Hèbert, contrabajo; Fred Hersch, piano; Eric McPherson, batería).
El segundo concierto y último del décimo ciclo de jazz programado para las actividades culturales del Museo Picasso Málaga (MPM) ha sido protagonizado por uno de los pianistas más singulares del panorama jazzístico internacional: Fred Hersch. Su sola presencia ante del teclado, aun si haberlo pulsado, genera una tensa espera en el oyente pendiente de ser sorprendido por la célula de arranque temático de la pieza a interpretar. Fue el caso de esta presentación en el malagueño auditorio picassiano después del solo que abría la actuación a cargo del bajo John Hèbert, determinando el pulso que iba a marcar la primera intervención del trío. Seguido de una etérea presencia del sonido de las plumillas de la batería activada por Eric McPherson, entró el pianista con leve pulsación para generar una atmósfera sonora de un envolvente sugestivo efecto. La exclusiva personalidad musical de Hersch quedó de inmediato puesta de manifiesto con tan marcado personal rasgo de distinción.
Desde ese momento y con algunas alusiones a Thelonious Monk se adentró por sendas de corte romántico sin utilizar llamativos efectos técnicos que pudieran requerir tensión expresiva alguna. Fue moldeando una especie de microcosmos rítmico que tenía su reflejo en el baterista que respondía a modo de eco, asegurando el movimiento interno de la pieza, que discurría por unas referencias melódicas de original belleza. Hersch busca este objetivo constantemente, defendiendo el canto, que debe estar presente con esa pureza que sólo aparece en la imaginación de los grandes creadores del jazz como demuestra con su voz propia este pianista nacido en Cincinnati el año 1955.
Seguidamente se instaló en una dinámica mezza voce que requería una detallada escucha, con el claro deseo de que calara en el sentir del oyente de manera espontánea y nada gratuita en intenciones que no fueran las estrictamente musicales. Esta cualidad le enaltece como comunicador de sentimientos y emociones, creando desde previstos patrones discursivos, inventando nuevos derroteros de su exposición e improvisando en cada giro, en cada transición y en cada pequeño motivo que se traducen en una magistral ejecución natural y espontánea de las ideas que le van surgiendo.
En la tercera pieza entró de lleno en una especie de música concreta motivando un diálogo alternativo con la batería que llegó a derivar, de manera brillante a la vez que sencilla, en una especie de inteligente swing con el que este instrumento de percusión adquiría máximo protagonismo, replicando las insinuaciones rítmicas que le transmitía Fred Hersch, lejos siempre de repeticiones vulgares, y cuidadosamente contrapunteado con el contrabajo, como elemento sonoro reafirmador de la alteraciones armónicas que constantemente sobrevenían.
Un saltarín repiqueteo anunciaba el siguiente tema a desarrollar. Con una apreciable carga contra-rítmica, esta idea fue derivando en uno de los momentos más admirables de este concierto. Desvelando uno de sus secretos musicales, Hersch acertó en la provocación de diálogo, forzó el entendimiento con sus compañeros, propiciando que le imitaran, le doblaran y replicaran desde distintas matizaciones rítmicas que les permitían demostrar su rica personalidad creativa. El máximo nivel de automatizada conjunción en este trío llegó en la siguiente pieza que, con un tempo en constante aceleración, hacía que el oyente entrara en una especie de torbellino sonoro de enorme atractivo, que le permitía disfrutar de los poderosos recursos técnicos de cada músico.
Seguidamente hubo una primera ocasión para admirar un solo de Hersch con el que quedó claro cómo, con casi ningún margen de deliberación y preparación previas, comunica con sus manos la música que metafísicamente encierra el instrumento pendiente de ser pulsadas sus teclas. El resultado obtenido pudo parecer carente de complejidad estructural, pero en cada compás se percibía que contenía esa belleza que escapaba a una explicación formal, llevando al espectador a encontrarse con el arte de la improvisación en su esencia. Puro jazz.
La última pieza fue una exhibición de ritmos encontrados con los que Fred Hersch quiso realzar la terminación del concierto alterando la sensitiva levedad de que hizo gala a lo largo de toda la actuación, muy aplaudida en muchos pasajes, continuada respuesta del público que se vio reafirmada con una gran ovación final. La ingrávida sutilidad de su sonido apareció en el tema Valentine que ofreció como bis, dejando nuevamente constancia de ser un admirador del jazz modal tratado siempre con exquisito gusto musical, lo que le lleva a ser incluido en ese club de grandes pianistas que también formaron tríos de leyenda como Bill Evans, Oscar Peterson, Keith Jarrett o, más recientemente, el inolvidable sueco Esbjörn Svensson, trágicamente desaparecido.