MÁLAGA / Arrebatador Chaikovski de Josu de Solaun

Málaga. Teatro Cervantes. 18-III-2021. Orquesta Filarmónica de Málaga. Josu de Solaun, piano. Director: José María Moreno. Obras de Chaikovski.
El noveno concierto de la presente temporada de la OFM venía cargado de expectación por la esencialidad romántica rusa de su programa, dedicado monográficamente a Chaikovski, y la alta identificación de los intérpretes con este compositor, por formación, experiencia y convicción. De Solaun por haber heredado la más destilada sustancia del famoso Primer concierto para piano y orquesta en Si bemol menor op. 23 de su profesora en Nueva York, Nina Svetlanova, a su vez alumna privilegiada del mítico Heinrich Neuhaus, y el maestro José María Moreno por haber enriquecido su personalidad como músico en su periodo de alta capacitación en el prestigioso Conservatorio Rimski-Korsakov de San Petersburgo. Con estos antecedentes la velada se prometía de máximo interés como con creces resultó ser.
Para entrar en situación, fue muy adecuada e interesante la interpretación de la Polonesa que, a modo de especie de interludio, abre el tercer acto Eugenio Oneguin, la ópera más famosa Chaikovski. La vitalidad, alegría y desenfadada intención que se desprende de esta pieza, fueron dinamizadas con la intensidad emotiva de la que hace gala el director balear, llevando a la orquesta a un grado de conjunción y expresividad que auguraban lo que iba a suceder a plena satisfacción para músicos y auditorio.
Desde los acordes iniciales del concierto para piano, un grado de ansiedad emocional controlada se apoderó ambos intérpretes que se lanzaron a un discurso intenso en lo sensitivo, trepidante en el tempo y enormemente agitado en la concertación, que la orquesta seguía con gran agilidad, demostrando determinante agilidad de respuesta. Josu de Solaun tiene interiorizada esta obra en tal grado que, sin desviarse en modo alguno de su esencialidad, la presenta al oyente como una experiencia nueva, en la que se percibe su esquema tonal con una significación infrecuente, ayudada por la incitación dada a los tempi aunque sean pasajes serenos y delicados. Su pulsación tiene una gradación dinámica de amplio espectro que le permite dominar absolutamente la articulación, acentuación y ornamentación con claridad meridiana en los fraseos, demostrando siempre un respeto exquisito por las líneas melódicas, que en este concierto son muchas y variadas, y exigen intenso aporte intelectual y energía vital para su adecuada dicción.
Pero si algo fue determinante de la bondad estética de esta interpretación fue el grado de colaboración alcanzada entre el solista y director como quedó de manifiesto en los tres pasajes de octavas a martillo en los que la orquesta alcanzaba el mayor grado de protagonismo, siendo perfectamente equilibrado por la absoluta brillantez del pianista que recogía el testigo de la tensión orquestal acumulada con una apabullante aceleración motórica que sólo poseen los elegidos del olimpo del teclado. José María Moreno, supo en todo momento calibrar las enormes posibilidades del pianista admitiendo el reto de competitividad que propone el compositor, salvando siempre el balance de la fraccionada articulación orquestal que presenta esta obra, habitualmente llevada a una inadecuada asimilación sinfónica, y que en esta ocasión fue bien entendida como requiere su perenne novedad estilística concertante. Ante la unánime reacción de un público entregado ante esta manera de hacer música, Josu de Solaun ofreció una inimaginable versión de la Ondine debussiana por su excelso tratamiento armónico, sentido simbólico de sus efectos sonoros y absoluta técnica sobre el cordaje del instrumento como si no existiera el teclado. Verdaderamente sublime.
El director, en su idiomática interpretación de la Quinta sinfonía op. 64, basó todo su proceder en una perfecta administración de la anticipación y reacción de estímulos, llegando a ese ideal punto de equilibrio de ambas actitudes que le permitieron que sentimiento e intelecto fueran de la mano en un paralelismo funcional, que descubría al oyente el sentido providencial de esta obra en la que Chaikovski ofrece momentos de profundidad inigualable como el final del primer movimiento y el inicio del segundo, que el maestro supo enlazar haciendo sonar el silencio entre ambos, lo que da una idea del concepto integral que dio a la sinfonía. Supo transmitir sutilezas y tensiones acentuando su lenguaje corporal, como en él es habitual, sin entrar en esas exquisiteces técnicas que suelen enfriar la emocionalidad del discurso que requiere esta sinfonía, sabiendo integrar las evoluciones de su batuta a sus movimientos, que generaban un efecto plástico de concordancia entre sonido y ritmo, que los músicos asumían como estimulante elemento impulsor. Tal planteamiento tuvo su momento culminante en el último movimiento, al que el maestro llegaba con máxima concentración y determinante claridad en sus indicaciones, como la que pide el compositor en este anticipo sinfónico meta-musical que tuvo su culminación en la inefable Patética, de cuya interpretación el maestro José María Moreno dejó una espléndida versión el pasado otoño. Concluía así uno de los conciertos de la temporada de la OFM que quedará en el melómano como referente en la historia reciente de la filarmónica malagueña.
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