Mäkelä, el salvador
El nombramiento de Klaus Mäkelä como titular de la Real Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam no por esperado es menos sintomático. Esperado tanto como lo era cualquier otro destino de primera clase para el joven maestro finlandés, en todas las quinielas desde hace tiempo, en realidad tan poco tiempo como el que ha necesitado para revelarse, aún antes de cumplir los treinta, como la gran batuta del futuro. Sintomático, porque revela características del estado actual de la música clásica, de sus carencias comerciales y de sus anhelos por recuperar lo que seguramente se perdió un día para siempre. Recordemos que se trata del tercer director de orquesta que firma un contrato en exclusiva para Decca después de Georg Solti en 1948 y Riccardo Chailly en 1978, es decir, cuando empezaba a florecer seriamente el negocio discográfico y cuando había que pensar en esos relevos que no podrían hacer nada frente al fin de los mitos, Karajan y Bernstein en cabeza.
Que la industria discográfica confíe en un nombre y su tirón mediático como lo hace con Mäkelä no ha sucedido, después de aquel contrato con Chailly, ni siquiera con Dudamel. Es una confianza que, como no puede ser de otra manera hoy por hoy, no puede basarse solo en las ventas de discos físicos sino en la atracción que la figura del joven maestro pueda ejercer en los aficionados más recientes, generalmente usuarios de las plataformas, y que se encuentran al fin con alguien de su generación. Por otra parte, Mäkelä no rompe el estereotipo del director de orquesta clásico sin perder por ello naturalidad: ni la excentricidad de Currentzis ni la formalidad de Thielemann. Una excelente imagen para quien es ya un magnífico músico, por cierto bien conocido en España desde que debutara con la Orquesta Sinfónica de Galicia y se presentara posteriormente en el Festival de Granada.
Al mismo tiempo, quien parece la última de las últimas esperanzas —valga el juego de palabras— para el negocio discográfico revela también las peculiaridades de su profesión. Titular de la Orquesta Filarmónica de Oslo desde 2020, lo será de la Orquesta de París desde la próxima temporada y de la Concertgebouw a partir de 2027. Convendremos seguramente en que no hay un panorama profesional como este, que permite que un responsable artístico piense en tres destinos a la vez, como si no hubiera ni otras posibilidades ni otros nombres. Los puristas dirán que así es como se han perdido las esencias sonoras de las orquestas —solo las estadounidenses suenan verdaderamente propias, diría un sarcástico—, de manera que, en el caso francés, Les Siècles nos acerquen hoy a esa línea que ejemplificaron en tiempos Martinon o Cluytens sin recurrir a información histórica sino a la mera tradición. Al mismo tiempo, Mäkelä deberá pensar —y no tiene treinta años— en el legado que habrá de asumir en Ámsterdam —sólo el octavo director desde su fundación en 1888— con una orquesta de absoluta excelencia. Y todo ello mientras consuela a Oslo —no es nada personal, sólo negocios—, una orquesta a la que hace sonar como nadie, aunque fuera la de Previn y Jansons tiempo ha y demos por descontado eso del ADN.
Partiendo, pues, de la base de esa particularidad inimaginable en cualquier otra actividad profesional, que consiste en el don de la ubicuidad física y mental, convengamos, en todo caso, en que París y Ámsterdam han apostado por la juventud, lo que en este panorama no deja de ser inteligente. La orquesta francesa lo hizo en su día por un Barenboim de 33 años pero eso fue en 1975. La holandesa ha sido, desde Mengelberg, mucho más arriesgada y descubrió al malogrado Edward van Beinum para suceder a aquel. Luego llegó un muy joven Haitink a quien seguiría otra promesa después plenamente cumplida como Chailly.
Con Klaus Mäkelä la clásica cree haber encontrado a su nuevo salvador. Su talento es indiscutible y su inteligencia debiera permitirle viajar con la necesaria cautela en este mar proceloso en el que la mitomanía y la irresponsabilidad de una información a veces demasiado frívola van de la mano. Pensar en tres orquestas a la vez es mucho pensar mientras, al mismo tiempo, hay que crecer artísticamente. Desde el joven Rattle no ha habido un director de orquesta que suscitara semejante acuerdo con respecto a su presente y a su futuro. Viva, pues, Mäkelä su presente con felicidad plena pero piense también en cómo su antecesor en la fama ha llegado a una admirable madurez por sus pasos contados. Y, entre otras cosas, de eso se trata también. ¶