MADRID / Vox Luminis regala al Real un ‘King Arthur’ fastuoso
Madrid. Teatro Real. 27-III-2022. Purcell: King Arthur. Vox Luminis. Director musical: Lionel Meunier. Dramaturga: Isaline Claeys. Narrador: José Luis Martínez.
Nunca sabremos si Inglaterra habría llegado a tener una ópera propia —como la tuvieron Italia y Francia— si Henry Purcell hubiera vivido más tiempo. El pobre hombre murió con solo 36 años, víctima de una pulmonía. Las malas lenguas aseguraban que la culpable del fallecimiento fue su intransigente esposa, que no solo le impidió acceder a casa una fría noche de noviembre en la que el músico había estado de farra, sino que, además, le arrojó un balde de agua helada, lo que le habría causado la pulmonía. La historia no resulta creíble: sabiéndose ya mortalmente enfermo, Purcell testó y, en perfectas condiciones mentales todavía, legó a “mi amada esposa, Frances Purcell, todos mis bienes, tanto reales como personales, de cualquier tipo y naturaleza”.
En aquel momento —1695—, Purcell acaba de publicar su quinta obra para la escena, The Indian Queen, que, como las tres anteriores (The History of Dioclesian, King Arthur y The Fairy Queen), era una semiópera (la quinta, la única que realmente puede ser considerada una ópera, fue Dido and Aeneas). Con la desaparición de Purcell, los ingleses renunciaron a crear una auténtica ópera nacional. Tres lustros más tarde, Haendel llegaría a Londres y se enfrascaría en la alocada tarea de que la ópera italiana triunfara en esas latitudes. No fue un fracaso estrepitoso, pero sí un fracaso: a aquellos ingleses solo les interesaba la música vocal si eran capaces de entender lo que se cantaba.
El Teatro Real de Madrid ha mantenido un idilio bastante fructífero con Purcell en los últimos años. En 2013, programó The Indian Queen, con dirección musical de Teodor Currentzis y escénica de Peter Sellars. Y en 2019 hizo un montaje de ópera y danza con Dido and Aeneas, con la Akademie für Alte Musik, al frente de la cual estaba Christopher Moulds. Quizá animado por ello, ahora se ha atrevido con King Arthur, en una versión ‘dramatizada’, porque es tal la complejidad de esta obra que hace prácticamente inviable una puesta en escena mínimamente coherente.
La semiópera inglesa (a veces también denominada pseudo-ópera) fue un entretenimiento que se dio durante la Restauración, en el cual había papeles cantados, bailados y hablados. Guardaba cierta similitud con algunos espectáculos que en aquellos años se daban en España. Por ejemplo, algunas comedias de Calderón de la Barca musicadas por Juan Hidalgo, que bien poco se parecían a las zarzuelas barrocas que proliferaban por aquí en ese mismo periodo. A pesar de lo poco familiar que una semiópera inglesa pueda resultarle a uno de los abonados habituales del Real, lo cierto es que este tercer intento ha concluido de manera incluso más positiva que los dos anteriores. La ‘dramatización’, debida a Isaline Claeys, ha resultado de lo más efectiva y la lectura de textos explicativos llevada a cabo por el actor José Luis Martínez ha ayudado a hacer comprensible la enrevesada trama de esta obra, cuyo libreto es debido al excelso poeta John Dryden. Quizá se podría haber entendido aún mejor si el Real hubiera tenido a bien publicar los textos de King Arthur y hubiera indicado qué cantantes eran los encargados de cada pasaje, ya que el simple pasquín entregado a modo de programa de mano no ayudó en nada a ese respecto.
King Arthur se estrenó a finales de mayo de 1691 y en ella se narraban las batallas entre los britanos y los invasores sajones para dominar Inglaterra. King Arthur es, claro, el mítico rey Arturo, a quien asiste el mago Merlín. En la trama aparecen personajes mitológicos como Venus, Cupido, Eolo o Pan, además de una amplia panoplia de seres fantásticos (sirenas, nereidas, ninfas, genios…) y no tan fantásticos (sacerdotes, campesinos, pastores…). En la lucha final, el cristiano Arturo derrota al pagano Oswald, el invasor sajón, pero le perdona la vida a cambio de que libere a Emmeline, la princesa ciega a la que tiene secuestrada, y consienta que contraiga matrimonio con ella. En ese final feliz, Arturo permite que los sajones permanezcan en Inglaterra y que se fundan con los ingleses, dando lugar a la estirpe anglosajona.
Al igual que sucede en las antes aludidas zarzuelas barrocas españolas, el problema de estas semióperas es que pierden su sentido primigenio si se deja de representar la parte teatral. Arturo, Oswald, Conon, Merlín, Osmond, Aurelio, Albanact, Guillamar, Emmeline y Matilda son papeles hablados, pues todos los papeles cantados corresponden a esos personajes mitológicos y pastoriles a los que me refería. Si el espectador no conoce previamente este episodio artúrico, que se olvide de entender lo que está pasando sobre el escenario. El verdadero protagonista de esta semiópera es el coro. Los integrantes de este se reparten de forma más o menos equitativa las intervenciones.
Especialista en el Barroco alemán, pero también inglés, se me ocurren pocas formaciones más cualificadas que Vox Luminis para llevar a cabo un King Arthur. Así lo demostró ya en su grabación de hace cinco años para el sello Alpha. Con algunos cambios en el elenco de entonces, Vox Luminis ha completado en Madrid un King Arthur fastuoso, en el que ha destacado por encima de todos la soprano húngara Zsuzsi Tóth (pastora, ninfa, nereida…), bien secundada por el bajo Sebastian Myrus (impresionante en el rol de Genio del Frío, así como en los roles de primer sacerdote, sajón, Pan o campesino). Espléndidas, igualmente, las sopranos Sophie Junker (Cupido, Honor…) y Caroline Weynants (Philidel, nereida, ninfa…), y más que convincente el tenor Florian Sievers (sacerdote, guerrero britón, campesino…). El propio Lionel Meunier, fundador y director de Vox Luminis, tuvo un par de intervenciones brillantes, además de demostrar su pericia como flautista.
La orquesta (seis violines, dos violas, dos violas da gamba y un violone en las cuerdas, además de vientos, cuerda pulsada, clave, órgano y percusión) dio la adecuada réplica al coro, aunque quizá estuvo un par de peldaños por debajo de este. Con Meunier enfrascado en la parte vocal, el peso instrumental recayó en el concertino, Jacek Kurzydlo (que reemplazó a última hora a Toumo Suni, que había dado positivo por covid), y en ese formidable teclista que es Anthony Romaniuk. Especialmente atinados en sus espectaculares intervenciones los trompetistas Rudolf Lörinc y Mortiz Görg. Magníficos, asimismo, los laudistas Justin Glaie y Simon Linné, especialmente en el acompañamiento a Zsuzsi Tóth en el aria Fairest Isle, sin duda, el momento más emotivo de la velada.
La respuesta del público que colmaba el aforo del Real -y que a buen seguro también lo hubiera hecho de haberse programado alguna función más- fue entusiasta.
Eduardo Torrico
(Foto: Javier del Real)