MADRID / Vox Luminis nos abre las puertas del Cielo con un sobrecogedor Réquiem de Victoria
Madrid. Auditorio Nacional. 29-XI-2023. Vox Luminis. Director, Lionel Meunier. Victoria: Officium defunctorum (1605) y motetes; Morales: motetes.
Cuando se vuelve a escuchar tras cierto tiempo, uno recuerda que el Oficio de difuntos de Tomás Luis de Victoria es una de las mejores obras de la historia de la música, especialmente con una interpretación tan admirable y sobrecogedora como la que pudimos escuchar con Vox Luminis, con una capacidad enorme de dibujar las imágenes que, a través de la expresión del texto, Victoria nos dejó en esta música sublime, que nos conduce desde la incertidumbre y el temor del tránsito al final de la vida hasta las puertas reconfortantes del mismísimo Cielo.
A modo de introducción litúrgica, el concierto comenzó con una serie de motetes del propio Victoria y de Cristóbal de Morales, los dos más grandes músicos que ha dado la historia de España, que disfrutaron de gran prestigio en la capilla papal para luego regresar tras su etapa romana. Morales como maestro de capilla en la Catedral de Toledo y Victoria, desde 1587, como capellán de la emperatriz viuda María de Austria en el convento de las Descalzas Reales —con escapadas temporales a Roma— y, tras la muerte de ella, como organista, un puesto relativamente modesto que no fue óbice para seguir legándonos composiciones tan excelsas como la de hoy.
Desde uno de los laterales de la fachada del órgano, en las alturas de la sala, Vox Luminis abrió el concierto con tres motetes del Primer Libro de Victoria, publicado en Venecia en 1572. Dos a seis voces, Vadam et circuibo civitatem —con texto del Cantar de los Cantares— y Vidi speciosam —para la Asunción—, de carácter más madrigalístico, para dar paso luego al tercer motete, O vos omnes, una hermosa pieza de duelo para la Semana Santa, de gran profundidad y una riqueza extraordinaria llena de contrastes, que Vox Luminis, ya más habituados a la acústica, interpretó con gran belleza. La introducción nos permitió ya apreciar lo que iba a ser la interpretación del conjunto, que presentó una plantilla de trece cantantes, dos por voz, con Meunier como director y tercer bajo, donde nos mostraron una excelente separación de las voces, esto es, compenetrados pero trabajando con libertad y matices la polifonía, y, sobre todo, con una especial atención al sentido del texto en la escritura de Victoria, que ejecutaron con gran expresividad.
Y con los cantantes de Vox Luminis ya situados en el escenario, entramos de lleno en la música propia de un oficio de difuntos con Cristóbal de Morales. La puesta en escena del impresionante Circumdederunt me, a cinco (Motecta defunctorum), fue memorable, con tres sopranos en posición frontal —una de ellas la madrileña Victoria Cassano— y de espaldas al resto de voces, que se dispusieron perpendicularmente a ellas, simétricamente, unos frente a otros. La intensidad de la interpretación de este breve y simbólico motete, capaz de estremecernos de belleza y temor, fue digna de admiración, muy hermosa. A éste le siguió la primera lección del Oficio de difuntos de Morales, el sereno Parce mihi, Domine, con una espacialidad de las voces, una conjunción en las entradas y un sostenimiento de las notas, con las voces vibrantes del conjunto, admirables que ya conectó con el Oficio de Victoria.
El Oficio de difuntos a seis voces (SSATTB) que Victoria escribió tras la muerte de la emperatriz María de Austria, hermana de Felipe II, y que publicó en Madrid en 1605, es la última obra del maestro abulense y sin duda una obra maestra, una cumbre de su saber que muestra una fervorosa emotividad mística y posee una intensa expresividad de carácter retórico; todo ello conseguido con medios aparentemente sencillos que expresan el deseo de la unión con Dios en el tránsito de la vida. Está formado por diez secciones, siete de la propia misa de réquiem y tres piezas más.
La primera de estas piezas añadidas es precisamente la segunda lección de Maitines para Difuntos, Taedet animam meam, que Vox Luminis abordó con gran fuerza y una simetría arquitectónica donde desgranaron con énfasis y expresividad las terribles palabras del Libro de Job (Job X, 1-7) pintadas en música por Victoria: “Mi alma está hastiada de mi propia vida, daré rienda suelta a mis quejas, hablaré con amargura de mi alma (…)”
El introito Requiem aeternam tuvo otra disposición de absoluta simetría de las voces y los cantantes en el espacio, donde entraban las sopranos en las aperturas y después las voces más graves para crear una figura ascendente en dos ramas que se elevaban a las alturas con una significación hacía el texto muy enfatizada y una interpretación espectacular. Tras él, la interpretación se tornó más reconfortante en el Kyrie – Christie – Kyrie, de más dulce consuelo hasta llegar al gradual, Requiem aeternam, que el conjunto brindó con un sentido de los tiempos muy destacable.
La interpretación del ofertorio Domine Jesu Christie fue realmente de una fuerza impresionante, tormentoso en el dolor intenso expresado por la música de Victoria hasta llegar a la alegría de la luz del cielo, que Vox Luminis trasmitió con un carácter casi bailable en su manejo de los tiempos. Sin duda, uno de los momentos más brillantes dentro de la excelencia de toda la velada. Tras el Sanctus y el Benedictus, las disonancias se acentuaron en el Agnus dei, y en el Lux aeterna, donde pudimos realmente visualizar la vibración de las voces que crearon una textura mística perceptible en el aire del auditorio.
Otro de los momentos más intensos del concierto fue la segunda pieza agregada por Victoria al Oficio de difuntos, el motete fúnebre Versa est in luctum, que se insertó detrás de la Communio. Más allá del contrapunto imitativo y las tensiones que Victoria genera a través de retardos, cadenzas y repeticiones, su escritura magistral expresa una visión muy personal de este lamento como expresión de un grave e íntimo patetismo a través de la lágrimas expresadas en la música y referidas en los versos del Libro de Job.
El primer responso corresponde al verso “Versa est in luctum cithara mea; et organum meum in vocem flentium” ( “Se ha convertido en luto mi cítara, y mi órgano, en la voz de los que lloran”) y comienza con una doble fuga que se expande para después dibujar primero con las tres voces superiores, luego las inferiores y, finalmente, todas unidas en la repetición, el sonido de la cítara, para expresar después la palabra organum como alusión a los orígenes de la polifonía, procediendo a cantar a tres voces, con el tenor en la base y las dos superiores con un fluir más libre. El llanto se expresa de manera significativa en el pasaje de fuerte disonancia in vocem flentium, cuyas lágrimas nos pintaron vivamente las voces vibrantes de los tenores y bajos de Vox Luminis, para dar paso al canto poderoso de las sopranos en el siguiente verso, Parce mihi, Domine. que refleja una llamada desesperada a Dios y que llega a la máxima nota aguda en la soprano I, mientras las notas ascendentes y descendente expresan una desesperación que Vox Luminis nos trasmitió con una lectura de gran humanidad, muy alejada de las pulcras y algo planas interpretaciones de la escuela británica. En la siguiente frase, nihil enim sunt dies mei (“porque mis días no son nada”), se concluye en modo descendente con repeticiones agonizantes, retardos y cromatismos hasta alcanzar el remanso final que muestra la aceptación última, con plena atención de Vox Luminis a toda la retórica musical.
Como conclusión del Oficio llegó la tercera pieza añadida por Victoria, el responso absolutorio Libera me Domine, de morte aeterna, otra pieza interpretada con expresividad y gran sensibilidad. De propina, ante la entusiasta petición del público, abordaron otra vez el magnífico motete O vos Omnes. Aunque Vox Luminis realizó todas las entonaciones del canto llano, quizá en este apartado podrían haber sido más incisivos y expresivos, pero tampoco deslució el conjunto. Entre los trece cantantes pudimos disfrutar, junto a la presencia de la habitual y excelente soprano Victoria Cassano, de otros dos españoles en la cuerda de los altos, el tenor ligero André Pérez Muíño y el contratenor Gabriel Díaz, con un buen desempeño. La extremada búsqueda de la presencia de las voces agudas que tan habitualmente se da en las formaciones inglesas se vio infinitamente más equilibrada en la interpretación del grupo belga, que además dispuso siempre la formación con criterios adecuados a esa armonía.
Vox Luminis nos ofreció una interpretación memorable del Oficio de difuntos de Victoria, la mejor que yo recuerde, con una capacidad admirable de describir las imágenes y una atención extrema a las figuras musicales descritas en el texto y su expresión vocal. Además de esa exquisita declamación musical de la retórica de Victoria, pudimos disfrutar de una conjunción muy trabajada, capaz de separar las voces, incluso con su personalidad dentro de cada cuerda como se haría con un libro de canto, y de conjuntarlas con fluidez con unos tiempos muy elaborados, nada estancos. Meunier nos ofreció una lectura que busca más la trascendencia y el anhelo humano que contiene esta música, que otras muchas lecturas de sonoridad quizá agradable, pulcras pero mucho menos fértiles. No se puede cantar mejor esta obra maestra, y tras escucharlos uno casi podría morir en paz, ya en las puertas del Cielo.
Manuel de Lara
(fotos: Rafa Martín)