MADRID/ Vox Luminis desgrana con brillantez la belleza de la música de Cavalieri
Madrid. Teatro Real. 27-I-2024. Vox Luminis. Lionel Meunier, dirección artística. Emilie Lauwers, escenografía y concepto de vídeo; Benoit De Leersnijder, puesta en escena. Emilio de’ Cavalieri: Rappresentatione di Anima, et di Corpo (versión semiescenificada). Libreto de Agostino Manni.
La representación de Vox Luminis en el Teatro Real fue un modelo de rigor y respeto hacia la obra de Cavalieri, con su brillante actuación el grupo fue capaz de dotar de vida y expresividad a un estilo que puede resultar excesivamente árido hoy en día, y así transmitir con esmero todo su significado, simbolismo y su sutil belleza al espectador actual de manera ejemplar.
A finales del siglo XVI surgieron varios géneros de música vocal que prepararon el camino para el nacimiento de la ópera. El más inmediato fueron los famosos Intermedii de la Florencia de los Médici, unos interludios que se intercalaban entre los diversos actos de una obra teatral. Allí también se había creado la Camerata Fiorentina, una sociedad de eruditos y artistas que se dedicaba al estudio y la discusión de las artes, y que, durante sus investigaciones sobre el teatro de la antigua Grecia, descubrieron que el texto era recitado de forma cantada por los actores y que ese recitar cantando debía generar una respuesta emocional en los espectadores. A partir de ahí, nació la idea de musicalizar textos dramáticos de carácter profano, dando lugar a lo que conocemos como ópera y, por ende, aplicado a alegorías espirituales, también al oratorio.
El romano Emilio de’ Cavalieri, en su condición de músico, coreógrafo, administrador y diplomático, trabajó en la corte de los Medici y participó activamente en los famosos intermedios de La Pellegrina de 1589. Formó parte de la mencionada Camerata Fiorentina junto a otros nombres fundamentales, como Jacopo Peri, Giulio Caccini, Ottavio Rinuccini o Pietro Strozzi. Cavalieri está considerado como uno de los precursores de la nueva forma musical que dominará el siglo, que se caracteriza por la monodia acompañada con carácter teatral, a través del recitar cantando, el bajo continuo y algunos elementos orquestales. De hecho, él mismo se atribuyó ser el pionero de todo ello, en pugna especialmente agria con Peri sobre la excelencia del arte de cada uno. En 1597, Peri había compuesto La Dafne, con libreto de Ottavio Rinuccini, de la que desafortunadamente solo se conserva el libreto y pequeños fragmentos de su música. El propio Peri estrenó su Euridice en octubre de 1600, que es oficialmente considerada la primera ópera completa que se conserva.
Pero durante esos años florentinos, entre 1590 y 1595, Cavalieri compuso la música, hoy perdida, de las pastorales Il Satiro, La Disperazione di Fileno e Il Gioco della cieca, donde experimentaba ya con las nuevas formas. Cavalieri, como encargado de los negocios del Gran Duca, viajaba con frecuencia a Roma, y en febrero de ese simbólico año 1600 estrenó en el Oratorio de la Vallicella su Rappresentazione di Anima et di Corpo.
En el libreto, escrito por el Padre Agostino Manni, se plantea un diálogo alegórico entre el Alma y el Cuerpo, que debe renunciar a los placeres materiales para aspirar a la salvación espiritual a través de la virtud. Cavalieri explora las nuevas formas expresivas, que combinan en distinto grado la música y la palabra, para reforzar al catolicismo romano tras el Concilio de Trento y llegar mediante las emociones a inspirar espiritualmente a los fieles. En la obra intervienen otros personajes, como el Tiempo, el Intelecto, el Consejo, el Mundo, La Vida Mundana o el Ángel de la Guarda, entre otros, junto a un coro que apoya el diálogo entre los solistas, que son acompañados de un continuo mientras se utiliza música instrumental en sinfonías, ritornelos o momentos especiales para reforzar elementos de la trama.
Con esta obra, Nuovamente posta in musica dal Signor Emilio Del Cavaliere per recitar Cantando, como la tituló el propio compositor, se buscaba utilizar el naciente estilo para promover afectos piadosos al introducir la teatralidad en temas sacros para crear una emotividad que impactara en los oyentes, que asociaba lo divino con la dulzura del canto y lo banal y estridente con lo mundano y el Infierno. Se considera el primer oratorio de la historia, aunque siempre ha existido una cierta ambigüedad en la adscripción de su género, pues comparte algunos rasgos de la entonces naciente ópera, como su naturaleza escénica y la continuidad musical, si bien, por su carácter alegórico y su contenido, está mucho más próximo a lo que será el futuro oratorio.
Vox Luminis hizo gala de su excelencia y de un gran talento para insuflar de dramatismo a una obra que presenta dificultades para ello por su carácter espiritual y alegórico, y consiguió transmitir toda su sutileza a través del canto exquisito del coro y los solistas, integrantes del propio coro, y la brillantez de una plantilla instrumental especialmente rica que seguía con detalle y precisión las inflexiones vocales y expresivas en el transcurso de la obra. Así nos ofrecieron una versión luminosa y equilibrada, llena de matices y supieron dotarla de una intensidad que enfatizó e hizo inteligible al público toda la riqueza de esta obra. Y eso es un enorme logro.
La versión fue semiescenificada y la expresividad gestual de los solistas y el coro junto a su movilidad en la escena permitían plenamente la compresión de la trama, por lo que el añadido de la proyección en una gran pantalla situada en el centro del escenario de un video, ideado por Emilie Lauwers y realizado por Mario Melo Costa, no solo no aportó nada a la obra por innecesario, sino que resultó superfluo y banal, ya que no tenía que ver con el mensaje de la obra y estaba lleno de elementos comunes, y además entorpecía a los espectadores por deslumbramiento y se hacía más molesto según avanzaba la trama e incomodaba a los propios intérpretes y al desarrollo de la obra.
La Rappresentazione comenzó con el proemio declamado por las voces de Avveduto y Prudentio, que representa un discurso sobre la conciencia y la prudencia. Desde el comienzo de la música propiamente, con la sinfonía de apertura tomada de un momento posterior, la orquesta dejó claro que iba a ser un elemento fundamental para crear un sostén brillante y delicado a las voces a través de una interpretación llena de matices y que expresivamente se adecuaba a las diversas situaciones de la trama de la obra con muchas caras, la liderada por el joven cornetista alemán Martin Bolterauer (que sustituyó al anunciado Josué Meléndez), con una brillante sección de sacabuches, que nos acercó a menudo al temor de horrores infernales, o la de las cuerdas celestiales con la delicadeza del violín de Tuomo Suni, junto a una textura entretejida de viola de brazo, viola da gamba y violone, y con un rico y brillante continuo con múltiples cuerdas pulsadas, arpa, lirone y órgano o clave
El tenor Raffaele Giordani empezó brillantemente como el Tiempo con un recitar cantando delicado, muy natural y expresivo con el texto. También el coro nos mostró ya desde su primera aparición esa misma delicadeza, con empaste y un trabajo excelente con las microdinámicas, para expresar la fuerza o sutilidad requeridas, junto a los ritornelos orquestales.
También excelente fue la primera aparición del español André Pérez Muíño como el Intelecto, con su voz bien modulada de tenor alto y su brillante afinación. A continuación, los protagonistas hicieron ya acto de presencia, la mezzosoprano Sophia Faltas supo dar voz al carácter puro y tierno que representaba, con gran dulzura y melodiosidad pero con mucha firmeza y seguridad en su voz, para convencer al Cuerpo, representado nuevamente por Giordani, que plasmó con su voz excelentemente las dudas y veleidades del papel que representa. Con otra parte orquestal concluyó el primer acto.
La representación fue ganando a medida que la obra avanzaba y el segundo acto resultó mucho más interesante con un planteamiento escénico de Benoit De Leersnijder que adquirió más vivacidad. Los personajes y los coros fueron alternando en posiciones y carácter y todo fue adquiriendo una mayor teatralidad. El coro empezó a moverse más según las situaciones, se desplegó, recogió y sonó mucho más convincente en sus números. Funcionaron también mucho mejor los contrastes contenidos en las piezas, con la descripción de los placeres terrenos y la virtud del cielo que se desplegaban ya en plenitud.
El tenor Massimo Lombardi, con su bello registro grave, dio empaque al personaje del Consejo con su sobrio recitar cantando, reforzado en su mensaje por un coro muy vibrante. para dar paso a un divertido trio formado por el Placer, con un Jan Kullmann especialmente expresivo, y sus Dos Acompañantes (Roberto Rilievi, tenor y Guglielmo Buonsanti, bajo). Todo ello provocaba dudas al Cuerpo y cierta zozobra al Alma, que, no obstante, volvía a sacar su fuerza moral, y que alternaban su canto con aquellos.
En este punto la obra, poco a poco, se va acercando a la victoria de la espiritualidad, la vida eterna y la belleza del Cielo sobre los placeres mundanos y perecederos. El solemne sonido del órgano dio entonces paso al Ángel Custodio, que exhorta a la lucha y la perseverancia, y que fue magistralmente cantado por la mezzosoprano Victoria Cassano, cuyo canto seguro y su mensaje va siendo reafirmado por el coro sucesivamente. Los sacabuches dieron paso después al Mundo, de nuevo con el canto excelente de Lombardi, esta vez en una faceta más expresiva, y a la Vida Mundana, interpretada por una sensual Estelle Lefort, que son finalmente derrotados por el Ángel Custodio. el acto se cierra con un bello coro.
La ejecución del tercer acto creció aún más en dramatismo, tanto en su interpretación como en la escenificación, con mucha expresividad de los movimientos y de la gestualidad de solistas y coros, cuyo desenlace nos conduce a través de la mediación del Intelecto y del Consejo a mostrarnos el terror de la condena infernal con unas Almas Condenadas, que representó magníficamente Lorant Najbauer acompañado con un bajo de sacabuche, violas y el citarón, y que fue expresivamente gestualizada e interpretada por el coro masculino junto a los sacabuches. Frente a ese mundo condenado, aparecen las voces del cielo que nos muestran la luz y donde la voz pura de Zsuszi Toh interpretó las Almas Benditas, aunque sin extraer todo el brillo que se requería.
El festivo coro final dio conclusión a una excepcional representación, llena de brillantes matices y que logró convincentemente transmitir a los espectadores el discurso y la belleza escondida de esta obra, y eso es algo nada fácil de conseguir y el público así se lo reconoció con entusiasmo.
Manuel de Lara
(fotos: Javier del Real)