MADRID / Volvió Jaime Martín con la Orquesta Nacional
Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 27-X-2023. Concierto sinfónico 5 de la temporada de la OCNE. Director: Jaime Martín. Solista: Johan Dalene, violín. Obras de Granados, Nielsen y Brahms.
Volvía el principal director invitado de la OCNE, Jaime Martín, para la primera de sus dos actuaciones (la siguiente será, en el tramo final de la temporada, en junio del año próximo) en el presente ciclo de los conjuntos nacionales. Lo hacía con un programa de diseño típico (obertura-concierto-sinfonía) pero de contenido no tan habitual, porque, salvo la Segunda sinfonía de Brahms, que protagonizaba la segunda parte, el resto estaba entre lo infrecuente y lo muy raramente escuchado.
Abría el fuego el Preludio del acto III de la ópera Follet, de Enrique Granados, obra representativa de una suerte de nuevo género del teatro lírico catalán que su autor pretendía fomentar. Tras su estreno privado en la reducción pianística, la partitura, que, como señala Irene de Juan en sus informativas notas, está inspirada en una Edad Media idealizada, y tiene influencias del folclore y de la música de Wagner, quedó olvidada y su estreno completo no tuvo lugar hasta que el propio Martín, al frente de la Orquesta de Cadaqués, la interpretó (y posteriormente grabó) en 2016.
El Preludio del III acto comienza de manera tempestuosa, apasionada, con una segunda sección en la que el viento madera adquiere mayor protagonismo y se abre espacio a mayor expansión melódica. El firmante debe confesar que este empeño de Granados, por ponerlo con discreción, no es de los que despierta un entusiasmo encendido como el que sí provoca su creación pianística. El maestro cántabro, como en él es habitual, puso su mejor esfuerzo en hacerla vibrar, pero la textura de la primera sección quedó un tanto espesa, con la cuerda apenas audible, y aunque la segunda pareció bien cantada y expresada, con un clímax plausiblemente construido, la temperatura no terminó de subir, y de hecho el público recibió este entrante del concierto de forma gélida.
El Concierto para violín del danés Carl Nielsen tampoco es el más popular del repertorio, aunque en años recientes ha tenido importantes apóstoles, como Kavakos, Ehnes o la más reciente Bomsori Kim. Obra escrita en dos movimientos, endiabladamente difícil en la parte solista, dio a Nielsen más de un quebradero de cabeza. Como señala De Juan, el propio compositor declaraba: “Tiene que ser buena música, pero siempre teniendo en cuenta la actividad del instrumento solista de la mejor manera, que sea rica en contenido, popular y deslumbrante sin llegar a ser superficial. Estos son contrarios que deben encontrarse y se combinarán en una unidad superior”.
El compositor danés logró una composición en muchos aspectos convincente, con gestos, como apunta De Juan, evocadores de cantos de pájaros, y melodías asignadas a oboes, flautas y clarinetes y temas de ascendencia popular y del mundo de la danza. En otros momentos, sin embargo, y especialmente en bastantes del segundo movimiento, la obra resultar algo reiterativa y un punto prolija.
El hecho de que el concierto sea poco conocido y que su primer movimiento parezca una creación redonda y razonablemente bien acabada, que además culmina de forma brillante, bien puede explicar no sólo la avalancha de aplausos ocurrida al final de ese movimiento, sino el hecho de que, bastantes segundos después, muchos estaban firmemente convencidos de que aquello había terminado, de manera que los aplausos proseguían y ya el maestro tuvo que volver a la audiencia señalando con su mano que sólo habían interpretado el primer movimiento… y que quedaba otro. Una escena que tuvo, para qué nos vamos a engañar, su parte cómica.
El solista de la ocasión fue el joven violinista sueco-noruego Johan Dalene (Svärtinge, 2000), ganador del concurso Nielsen en 2019 y galardonado como Joven Artista del Año en 2022 por la revista Gramophone. Dalene mostró seguridad y desparpajo, estimable calidad de sonido y excelente matización en la gama piano, donde ofreció colores de gran sutileza, como en el pasaje, de exquisita melancolía, justo antes del comienzo del Allegro cavalleresco en el primer movimiento. Pareció algo corto de presencia en los forte, aunque en el mencionado allegro su interpretación tuvo apreciable energía.
Despachó Dalene con solvente virtuosismo su endiablada parte, culminada, en ambos movimientos, en cadencias endemoniadas resueltas con indiscutible solvencia. Lució también, tras la prolongada interrupción por los desinformados aplausos, buen sentido del canto en el segundo movimiento, delineado con delicadeza y un oportuno punto de misterio en su primer tramo, y con apropiado gracejo en el relativamente reiterativo Rondó. Quien esto firma, sin embargo, debe expresar cierta fatiga por el repetido uso que el joven sueco-noruego hace del portamento. Es este un recurso de plausible intención expresiva, pero llega a saturar bastante cuando se emplea en exceso. Y Dalene lo utiliza con una frecuencia, creo, exagerada. Lo anterior no es óbice para señalar que el público acogió con calidez su interpretación, y el joven regaló el Recitativo y Scherzo-Caprice de Kreisler, cuyo último pizzicato sepultado nuevamente por los impacientes aplausos.
Martín, que había ofrecido un acompañamiento atento y matizado en la obra de Nielsen, afrontó después la conocidísima Segunda sinfonía de Brahms. El cántabro, con su fogosa y entregada aunque no siempre diáfana gestualidad, con más correcto planteamiento que conseguida realización, primó en su acercamiento el aliento lírico en el movimiento inicial (sin la repetición de la exposición). El énfasis en el mismo tal vez restó vigor en otros momentos, aunque el desarrollo quedó planteado con plausible intensidad. Correctamente dibujado el Adagio non troppo, aunque sin especial encanto, quedó bien cantado el tercero, tal vez el más afortunado de la interpretación. Vivo, con energía, el allegro con spirito final, aunque el segundo motivo de la cuerda pedía quizá más expansión y grandeza. Lo mejor del mismo fue una coda correctamente armada, que permitió una conclusión de estimable brillantez.
Respecto a la prestación orquestal, creo honestamente que la Nacional no encontró ayer la mejor de sus tardes. En la parte más positiva, los solistas de oboe, fagot y clarinete en el concierto de Nielsen, la muy buena prestación de chelos y violas en el segundo motivo del primer movimiento de la sinfonía brahmsiana, la excelente introducción de los chelos en el segundo o la correctamente dibujada coda de la obra. En la de arena hay que situar la no especialmente afortunada contribución del viento-metal (trompas sobre todo), al igual que alguna pifia, puntual pero bastante notoria, de la madera en el segundo movimiento de Brahms. En la sinfonía brahmsiana se apreciaron desajustes entre las secciones, que, aunque corregidos con prontitud, no son habituales en la formación nacional, y menos en obras como esta. Lo anterior no es óbice para señalar que, tras la arrebatadora y rotunda coda brahmsiana, el éxito fue grande para todos.
Rafael Ortega Basagoiti