MADRID / Vikingur Ólafsson, un héroe potente y delicado
Madrid. Auditorio Nacional (Sala de Cámara). 11-III-2022. Ciclo Fronteras. Vikingur Ólafsson, piano. Obras de Mozart, Galuppi, C.P.E. Bach, Cimarosa y Haydn.
Vikingur Ólafsson –islandés, 38 años, nutrida discografía– es presentado como “El piano intelectual”. La fórmula es presuntuosa y supone que los demás pianos carecen de intelecto. Nuestro islandés, simplemente, a unos cuantos de quienes lo escuchamos en vivo, nos pareció que Vladimir Horowitz volvía a la vida. Quizás esta crónica podría terminar aquí para evitar obviedades.
En efecto, don Vikingur recoge la tradición subjetivista del pianismo eslavo cuyo héroe fue Horowitz, frente a la objetividad de la línea Rubinstein-Arrau-Brendel, es decir: tocar como si la partitura se tocara sola, como si no la tocara ‘nadie’. Ólafsson, al contrario, es fuertemente ‘alguien’. Su discurso es de tal intensidad expresiva que llega a la elocuencia. Alterna las velocidades y los volúmenes con súbitos cambios de temperamento y hasta se permite especular con los silencios como si fueran lo que son, valga la redundancia: la cuna de la música.
La nómina de sus atributos técnicos es exhaustiva. Su digitación es vertiginosa, su esmaltado timbre es seductor, acariciante y cálido, pero nunca gratuito y espectacular sino siempre sensible; su potencia, cuando cabe, resulta orquestal; su canto es insistente elocución cantable, frase por frase, infatigable lirismo; su lectura es minuciosa, pródiga en detalles justamente miniados; exalta la maniera en que estas partituras han sido concebidas y explicitadas, es decir a partir de la mano que da lugar, de hecho, a nuestra palabra ‘manera’.
La estructura del programa fue de campeonato y de inesperada solución, sin aplausos intermedios, de un único aliento. Como eje estaba el Mozart de la madurez, con dos sonatas, acompañadas por una trilliza de ellas, debida a Haydn. El resto fueron obras de menor tamaño más un Juan Sebastián de propina, una pieza originalmente pensada para el órgano en forma de sonata y que resonó como tal, catedralicia. Todo el menú se dató en el siglo XVIII, siglo de la galantería clásica por excelencia. Vuelvo al símil Horowitz del comienzo: se puede leer el clasicismo en toda su pulcritud y todas las luces del Siglo de las Luces, transido por una sensibilidad romántica que descubra precisamente en estos maestros de la preceptiva a unos precursores del romanticismo. Entonces juega la elocuencia, la densidad expresiva, la subjetividad de un gran sujeto que se propone, al tiempo, el heroísmo y a la delicadeza, el arrojo y la intimidad, el virtuosismo y la inteligencia.
Blas Matamoro
(Foto: Elvira Megías)