MADRID / Viaje al centro de Bach con Diego Ares

Madrid. Iglesia de San Marcos. Festival de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid. 05-IV-2019. Diego Ares, clave. Bach, Variaciones Goldberg
La música como discurso sonoro. Así se tradujo, con gran acierto, el título de la obra capital de Nikolaus Harnoncuourt en la que muchos descubrimos la naturaleza de la música pre-romántica y, en particular, la barroca. Esa naturaleza discursiva, dominada por la retórica de las pasiones humanas, pocas veces encuentra una verdadera plasmación interpretativa, más centrada, por lo general, en la brillantez e incluso el mecanicismo. Cuando uno tiene la fortuna de toparse con ella, el resultado es sensitivamente emocionante e intelectualmente sugestivo. Y justamente eso es lo que pudimos escuchar de las manos y la mente de Diego Ares, uno de los mejores exponentes de la excelente generación actual de clavecinistas españoles.
Si el lector ha escuchado su reciente grabación en Harmonia Mundi, ya sabe de qué hablo. Hablo de una versión personalísima, la que más se aparta de los caminos por otros trillados, junto a Blandine Rannou. Inicia su andadura con una introducción (algo que ya hizo Robert Hill, en este caso improvisando), el bellísimo Adagio BWV 968, transcripción del movimiento homónimo de la Sonata en do mayor para violín solo. Y ahí comienza un verdadero viaje, conducido por el mejor piloto imaginable. Un Aria deliciosa, muy ornamentada en la repetición y en verdad variada, con llamativa flexibilidad agógica y rítmica –flexibilidad que dominará el discurso e lo largo de toda la composición–. Frente a todas las versiones rivales, la primera variación es pausada, relajada, como si contemplase el paisaje que se le presenta a la vista. Y, también en vivo contraste con la mayoría de versiones, el Quodlibet es más ágil, más vivo, tal vez menos rústico, lo que, a mi juicio, es un hallazgo. Como sabemos, una de cada tres variaciones es una pieza virtuosa, cuya dificultad va en aumento. Aquí Ares domina como pocos y logra no sólo superar con nota estas complejidades técnicas, sino, lo que es más difícil aún, dotarles de verdadero sentido musical. Su Giga es saltarina y la Fughetta es contundente y asertiva.
Debe recordarse que Diego Ares hace todas las repeticiones, lo que amplía considerablemente la escucha, permitiéndole en estas repeticiones dar rienda suelta a su imaginación desbordante, con una ornamentación extraordinaria y pertinente. La belleza que logra en la ya de por sí hermosísima variación 13 es llamativa, como lo es la realización de momentos reflexivos como las variaciones 15 y 25. En esta última Bach explora los límites de la armonía, llegando a momentos casi atonales, algo que en esa misma época experimentó a fondo en el segundo libro de El clave bien temperado y en El arte de la fuga. Aquí Ares explora como nadie, llegando a rincones recónditos de la mente y el espíritu. Y es que, como él mismo dice, “hay que poner todo el corazón en cada nota, aunque quedes exhausto”.
Nuestro protagonista, con una modestia inaudita, dijo, al término del concierto, que la lectura era “mejorable”. Permítame, maestro, llevarle la contraria por una vez. Es cierto que la perfección no existe, pero su lectura se le acerca muchísimo.
Javier Sarría Pueyo
(foto: Pablo F. Juárez)